Otros marcos narrativos para doblegar la curva del odio
Leía hace unos días que “debemos cuestionarnos críticamente la manera como reproducimos en nuestro lenguaje formas de poder a las que somos contrarios, debemos esforzarnos por usar el lenguaje de un modo nuevo que abra una posibilidad de esperanza al mundo”. La cita es del reciente libro de Judith Butler, 'Sin Miedo', pero la idea ni es nueva ni tampoco solo suya. Neurocientíficos, lingüistas, filósofos, sociólogos, pedagogos, periodistas, historiadores, antropólogos, escritores... todo ellos, hombres y mujeres, llevan años estudiado cómo el lenguaje (no siempre verbal) –tanto en el ámbito público como en el privado– también es (recordando las palabras de bell hooks) un lugar de combate.
Que el lenguaje es un lugar de combate es algo que saben bien quienes incitan el uso de la retórica del odio, quienes saben que el miedo y la ira son un gran negocio. Por eso urge, dada la curva ascendente que va tomando la retórica de odio que sean otros los marcos narrativos que intentemos usar quienes defendemos, desde la lógica de los derechos humanos, que todas las vidas tienen valor, que todos los cuerpos han de ser tratados con respeto a su dignidad, que todas las muertes han de ser lloradas y que no hay verdad sin justicia, reparación y garantías de no repetición. Quienes defendemos todo aquello que molesta al fascismo.
La retórica del odio es un virus peligroso y como todos los virus se contagia a gran velocidad, especialmente, en contextos de tensión, desigualdad, precariedad, miedo y vulnerabilidad. Para librarse del contagio no basta tener ideas progresistas ni definirse feminista, tampoco considerarse de izquierdas ni ser activista o militante de luchas sociales. De hecho, en estos casos hay que tener especial cuidado pues es precisamente la autosuficiencia y la vanidad (de la que nadie está exento) la que más aumenta el riesgo a contagiarse en esos momentos en los que la retórica del odio tiene mayor virulencia y mayor es nuestra rabia e indignación.
Paradójicamente, las pautas que hay que adoptar para no intoxicarse son similares a las que hay que seguir para no contagiarse de la COVID19: mantener la distancia, mucha higiene personal y proteger las vías respiratorias de todo lo que sea ponzoña. Siempre he dicho que no es posible luchar por una transformación que logre la justicia social si antes no hemos hecho individualmente un trabajo de crecimiento personal. Por eso, lo realmente eficaz ante la retórica del odio considero que es vacunarse con buenas dosis de: inteligencia emocional, lógica de derechos humanos y vínculos sociales de gente diversa y diferente.
Es, precisamente, de inteligencia emocional de lo que carecen quienes incitan a las confrontaciones, al odio y a las violencias (de palabra, obra y omisión) que amparan, e incluso protagonizan, los principales representantes de Vox, el PP y Ciudadanos. Estos tienen un marco narrativo muy distinto al que ha adoptado en esta crisis sanitaria el presidente del Gobierno quien, junto a Salvador Illa y Fernando Simón, están prefiriendo seguir el guion de “liderazgo afiliativo” que ya apuntó Daniel Goleman.
Por su parte, los referentes políticos de la derecha más descentrada siguen alentando irresponsablemente a dejarse llevar por los prejuicios, la intolerancia, los impulsos más irracionales, el miedo, los falsos estigmas... Según Peter F. Druker, los liderazgos de Vox y PP tendrían muy poco futuro en un mundo que apostase por humanizarse y tratar a todas las personas con dignidad: “nadie debería ser nombrado para una posición directiva si su visión se enfoca sobre las debilidades, en vez de sobre las fortalezas de las personas”, decía.
Que los defensores de la democracia, los derechos humanos, las feministas, los referentes de la lucha antirracista... terminen usando los mismos códigos verbales es algo que buscan intencionadamente los ideólogos de la extrema derecha. Esto es algo que explica muy bien la cuenta de twitter @nolesdescasito que nos recuerda cómo la ultraderecha se alimenta del casito y llega más lejos si reaccionamos a sus mensajes.
La ultraderecha sabe, y busca, que predomine un marco narrativo donde todos terminemos reproduciendo –creyéndonos legitimados para ello porque los elegimos a ellos como enemigo– las mismas formas de señalamiento, hostigamiento, insulto, deshumanización y trato indigno que ellos profieren. Este marco de comunicación, tan hostil y punitivo, es el suelo fértil que necesitan sus demagogos.
Necesitamos cultivar esos marcos narrativos que no contribuyan a que el miedo, la frustración y la decepción de la gente se utilice de forma visceral contra aquellos valores democráticos, creencias humanizadoras y derechos que contribuyen al bien común y el cuidado mutuo. La extrema derecha sabe que cuanto mayor sea el enfado de la gente y menos representada se sienta más posibilidades tiene de ganar unas futuras elecciones. Cuanto más ruido, más ira y más resentimiento crezca en nuestro interior menos capacidad de pensar, empatizar y construir desde un pensamiento alternativo tenemos. Tenemos entre manos el tiempo más difícil que nos va a tocar vivir, por eso tenemos que luchar por narrativas, prácticas sociales y vínculos personales donde el trato digno sea costumbre, además de un derecho fundamental.
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