Eso es lo que les gritan mientras les dan golpes, puñetazos, patadas. Maricones de mierda. Los acosan, los persiguen, los rodean, los empujan contra la pared, los derriban al suelo. ¿Dónde? ¿En Siria, en Iraq, en Arabia Saudí, en Irán? No. En Madrid. Desde que empezó el año, sucede cada dos días: 64 agresiones homófobas en 2016. Que sepamos: muchas de ellas quedan sin contabilizar porque las víctimas no las denuncian. El Observatorio Madrileño contra la Homofobia, creado por la asociación Arcópoli, alerta de que solo 12 de ellas han acabado en denuncias ante la policía.
Pero, ¿por qué no denuncian las víctimas? Porque con los insultos y los golpes les entra el miedo en el cuerpo. Algunos de los ataques son grabados con móviles por los agresores, cuyas amenazas se convierten en una mordaza para los agredidos. No denunciarán y, probablemente, no volverán a ejercer los derechos por los que son atacados: la libertad de dar un beso a otra persona libre, la libertad de ir por la calle de la mano de quien quieras. Sí, parece que hablamos de Irán, de Iraq, de la Siria del ISIS. Pero no. Hablamos de Madrid.
Los colectivos LGTBI se han vuelto a echar a la calle para exigir una mayor implicación política frente a estos delitos de odio, pues los homófobos suponen más del 30% de esa clase de delitos. Piden contundencia al Ayuntamiento, instando a la corporación de Manuela Carmena a poner en marcha la oficina contra los delitos de odio que fue aprobada hace un año en el pleno municipal; piden que la Comunidad de Madrid apruebe la Ley de Protección contra la Discriminación por la Diversidad Sexual y de Género.
En las últimas décadas, el movimiento LGTBI había convertido Madrid en una buena parte de su cuartel general. Gais, lesbianas y transexuales venían al barrio de Chueca a respirar desde unas provincias y unos pueblos en los que su vida se asfixiaba en el armario del disimulo y la represión. Frente al desprecio y al rechazo de sus entornos, en ese barrio que salió de la depresión gracias a la alegría multicolor de la liberación podían ser quienes eran y amar a quien amaban. Chueca se convirtió en un referente mundial de libertad. Una libertad que se extendió como se extiende la conciencia, y se fue derramando alrededor, como un buen caldo en el que fermentar el futuro: en los últimos años, ya no solo en Chueca sino en todo el centro de Madrid, cada vez más parejas del mismo sexo, más ciudadanos y ciudadanas, han ejercido sus derechos básicos (a la libre circulación, por ejemplo) con normalidad. Y nos hemos sentido muy orgullosas de que una ciudad de política pepera fuera hogar de libertades.
¿Qué ha pasado entonces para que estemos asistiendo a una violencia que ya no tenía cabida en Madrid? ¿Cómo es posible esta regresión? No parece casualidad, no parece extraño que surjan estas manifestaciones homófobas en una Europa que hace tal gala de xenofobia y crueldad con las personas que llegan clamando por un refugio. Muchas de ellas huyen precisamente de lugares donde su integridad física y su propia vida corren serio riesgo por el hecho de ser personas LGTBI. La ola de ultraderechismo, neofascismo y neonazismo que, como reacción a su llegada, recorre el continente es contagiosa como una peste. Permanecer en la indiferencia ante esta realidad o dejar que sea demasiado tarde juega en nuestra contra. El fascismo siempre ha actuado de forma semejante: se cuece en crisis económicas que frustran a la población, se transforma en crisis sociales y se acabando cebando en falsos enemigos. Que siempre son los mismos: los extranjeros, los demócratas, los libres, los homosexuales.
En esta preocupante situación, arrecian y arreciarán los delitos de odio. Si bien en la reforma del artículo 510 del Código Penal se incluyó como agravante la motivación homófoba o tránsfoba, urge ir más allá y, como mecanismo de prevención, combatir además el propio discurso del odio: detectarlo y perseguirlo, también en las redes sociales, e incorporar esa prevención en planes que eduquen en la diversidad y vigilen, entre los adolescentes, en los medios de comunicación o en internet, conductas discriminatorias.
Este es el sentido de la proposición no de ley presentada por los socialistas a través de la Comisión de Igualdad del Congreso de los Diputados, que exige una ley integral contra los delitos de odio. Todos los grupos la han apoyado. Menos el PP.
Debemos actuar con urgencia frente a lo que está sucediendo. Las agresiones homófobas son repugnantes en sí mismas y, además, un indicio de lo frágiles que pueden llegar a ser los derechos conquistados si no estamos alerta y siempre en disposición de seguir defendiéndolos. En una sociedad libre, democrática y decente, todos y todas debemos ser esos maricones de mierda.