Mientras la Marea Violeta paseaba festivamente por las calles de España protestando contra la repenalización del aborto -llamarle reforma supone una gentileza innecesaria-, el ministro Gallardón acudía a Valladolid buscando escenificar en la convención de su partido su consagración como mártir por la causa. No le harán abandonar ni los gritos, ni los insultos, ni las descalificaciones de aquellos que llamó “pseudoprogresistas”, que al parecer no debe ser ni un insulto, ni una descalificación, sino un apelativo cariñoso y un ejercicio de respeto y tolerancia democrática. Gallardón es uno de esos altos cargos hipersensibles para quien, cuando la gente protesta y le habla de dimitir, resulta que no es ni un verbo, ni un nombre ruso; es un insulto.
Melodramático como Escarlata O'Hara en Lo que el viento se llevó, prometió a los suyos que no dará ni un paso atrás. “No abdicaré”, como el Rey. La elección del verbo parece revelar una cierta manera de entender el poder: ahora es suyo y no lo suelta. Como buen mártir, no lo hace por él, ni por los votos, ni porque el palacio de la Moncloa estaría mucho mejor aprovechado con él de presidente. Lo hace por el presidente Rajoy, que hizo como que no oía y prefirió exigirle a Rubalcaba que se calle, por el programa electoral, por las mujeres y por los concebidos no nacidos.
Para el mártir Gallardón no se trata una cuestión moral, o de conveniencia electoral: repenalizar el aborto es defender a los más débiles. Siguiendo esa misma filosofía, parece claro que para este Gobierno recortar en Sanidad, en educación, en dependencia o en desempleo también debe ser defender a los más débiles. Así se les protege frente al temible riesgo de una vida segura y decente, que ya se sabe que solo trae molicie, vicio y pereza.
Si a la gente se le dan sus derechos gratis, no sabrá valorarlos y cambiará la cultura del esfuerzo por la cultura del subsidio. Gracias a los recortes masivos del Gobierno ahora sí que apreciamos de corazón los derechos que hemos perdido. Es como si se les reconoce a las mujeres el derecho a decidir libremente sobre su maternidad. A lo mejor lo ejercen y deciden sin estar preparadas, o lo que es lo mismo, sin la protección y el amparo de la infinita y varonil sabiduría de algún gran hombre como el señor ministro.
El mártir Gallardón debería compartir la entereza de su cruzada con todas las mujeres que libremente han ejercido su derecho a ser madres y hoy crían a sus hijos con dependencias severas desamparadas por una administración que, o les recorta, o les niega las ayudas a las que también tienen derecho. Seguro que tienen algo que enseñarle sobre los gritos de verdad y el sufrimiento insoportable de los más débiles.
Siguiendo esa vieja y efectiva táctica de citar mal a sabiendas a intelectuales respetables para justificar políticas de extrema derecha, Ruíz Gallardón recuperó a Miguel Delibes para recordar a los pseudoprogresitas que defender a los más débiles es siempre lo más progresista. El gran Oscar Wilde lo define como nadie. Un cínico es aquel que sabe el precio de todo y el valor de nada.