El problema no es la publicidad, aunque vaya en portada, incluso aunque la ocupe toda, como pasó el miércoles en muchos diarios españoles. Muy al contrario, los anuncios han sido, junto a la fidelidad de los lectores, el mejor sostén de la prensa independiente y de calidad en todo el mundo.
Los verdaderos enemigos del periodismo, estos sí, de verdad peligrosos, son otros.
El primero es la publicidad invisible, es decir, esa que no vende nada, o que ni tan siquiera llega a publicarse, o que es insertada por organismos públicos o semipúblicos, o incluso por alguna empresa privada, sin más criterio que la cercanía ideológica o la liberación de un posible chantaje.
El segundo, que podría estar a la cabeza, por supuesto, somos los propios periodistas. Hay portadas, titulares, informaciones –las vemos todos los días–, que son mucho más perjudiciales para el oficio que cualquier página de publicidad. Simplemente porque son propaganda, no periodismo. O manipulación descarada. Y ofenden la inteligencia de los lectores, desgastando lo más valioso del periodismo, la credibilidad.
Y el tercero, que tiene arrodillados ante el poder político y económico a no pocos medios, son las deudas. Debiendo millones es muy difícil hacer periodismo. Es imposible servir bien al accionista y a la gente en esas circunstancias.
Todo lo anterior sí debería ser causa de algarada tuitera, de indignación mayúscula y cotidiana.