Ceuta y Douala están hermanadas por el dolor, la lucha y la resistencia.
Cada 6 de febrero 14 familias miran hacia la playa del Tarajal, rememoran la masacre de aquel día, y se unen para compartir el sufrimiento constante que desde hace ahora nueve años se ha instalado en sus vidas.
Este 2023 la conmemoración es en el barrio de Bonaberi, cerca del río Wouri. Faltarán algunos padres que se han ido muriendo durante este tiempo esperando respuestas, pero el testigo del sostenimiento de la memoria lo han heredado otros familiares: hijos, hermanas, sobrinos, tías, primos... Porque además del dolor, el deseo de justicia también se transmite de generación en generación. Es algo humano, lo hemos visto en otras masacres, algunas no tan lejanas en el espacio, como las asesinadas de la guerra civil española.
Así, con humanidad y memoria responden las familias a los ataques que como víctimas han recibido durante este tiempo desde los poderes político y judicial.
Por eso recordar es importante; para mí aquel día de 2014 se siente como si fuese hoy. En la retina están las imágenes de los cuerpos que quedaron en Marruecos postrados en las morgues, a los que se identificaron y enterraron en el cementerio de Tetuán. En la remembranza aparece Wafo, el padre de Armand, que llegó desde Camerún al hospital de Mdieq, y al ver el cuerpo de su hijo por primera vez señalaba una herida mortal en la cabeza mientras pedía llevárselo a su país para que descansara al lado de sus ancestras. Lo consiguió, fue el único de aquellos muchachos que volvió a su tierra y pudo ser enterrado con dignidad.
Los cuerpos que llegaron a Ceuta tuvieron menos suerte. Solo Nana Chimie Roger, que llevaba sus documentos, fue identificado; el resto sufrió la injusticia racista con la que las administraciones españolas reciben a las personas en frontera y las atraviesa, incluso cuando están muertas.
Porque en estos nueve años varios gobiernos y un puñado de jueces han contribuido a lanzar el mensaje de la deshumanización y la impunidad en la frontera. “Ni derecho a ser identificados después de haberlos matado”, clamaba un familiar.
Tarajal fue tan terrible que pensamos que sería un punto de inflexión, mostraba de una manera tan cruel las políticas de control de fronteras que muchas creímos que no se podría ir más lejos. Nos equivocamos, solo era el principio.
Si ante aquella masacre las administraciones de la “democracia” española pudieron sostener la impunidad, les ha sido fácil continuar construyendo un territorio fronterizo regado de muertes y desapariciones.
Y así ha sido, las víctimas de la Frontera Occidental Euroafricana han aumentado de forma terrible en estos años. El Observatorio del Colectivo Ca-minando Fronteras contabiliza 11.522 muertas y desaparecidas desde el 2018 en las rutas de acceso al Estado español, la mayoría de ellas en el mar. El Mediterráneo y el Atlántico son unas grandes fosas que se tragan más del 80% de los cadáveres, lo que contribuye a proteger la impunidad de los victimarios. Las rutas marítimas son tan peligrosas que solo tienen que dejarles morir. La omisión del deber de socorro es un arma letal que el año pasado acabó con 6 vidas al día.
Aunque los Estados ensayan mostrando la violencia en la frontera en un macabro ejercicio de pornografía del dolor dirigido a instalar la normalización de los ataques a las personas en movimiento. El pasado 24 de junio, Marruecos quería mostrar las imágenes de la masacre perpetrada en la frontera de Melilla y Nador. Nos escenificaron los gendarmes de este país lo que el ministro de Exteriores español pedía a la OTAN: que la migración fuese considerada como una “amenaza híbrida”, otro sueño húmedo de los constructores de la Europa fortaleza. El país alauita dejó claro que no había límites en esa guerra contra la población en movimiento y el Estado español y Europa asintieron sin pudor. A pesar de que estos meses el debate se ha centrado sobre si en ese 24 de junio hubo muertos en la línea divisoria de los dos países, lo cierto es que la responsabilidad de las muertes fue transnacional, como lo fueron de nuevo las acciones de omisión del deber de socorro.
Más de 100 personas fueron desaparecidas forzosas aquel día mientras estaban en manos de fuerzas de seguridad españolas y marroquíes. Las familias, la mayoría de ellas de Sudán, han lanzado búsquedas desesperadas que no han tenido ninguna respuesta hasta el momento.
Melilla y Darfour han quedado así también hermanadas por el dolor, la lucha y la resistencia.
Porque la memoria es la herramienta de combate de miles de familiares que buscan verdad, reparación, justicia y no repetición en las fronteras.
Porque en el río Wouri de Camerún se sienten hoy los gritos de dolor y resistencia que cortaron el silencio el 6 de febrero de 2014 en la playa de Tarajal.