Cómo ‘mena’ se ha convertido en la palabra más racista del momento

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Encendí la televisión y la voz de Juan Carlos Rivero se abalanzó sobre la retransmisión para advertirme de que Nico Williams acababa de marcar un gol. Para cuando las imágenes volvieron de la repetición de la jugada, el anotador y Lamine Yamal ejecutaban un baile tiktokero. Este último, un joven negro de 17 años nacido en Catalunya, de padre marroquí y madre ecuatoguineana, lleva meses conquistando estadios con las ganas de gobernar el mundo del adolescente que es. Su triunfo es inapelable y su historia alumbra una verdad incómoda sobre la sociedad española: de ser anónimo, para muchos sería un ‘mena’.

Antes de explicar por qué, conviene detenerse en esa palabra. De las siglas de Menor Extranjero No Acompañado (MENA) evolucionó, racismo mediante, desde lo jurídico y asistencial hasta el significado que conocemos: jóvenes pero no obligatoriamente menores de edad, de aspecto magrebí pero no necesariamente migrantes o nacidos en el norte de África y siempre asociados a la delincuencia como elemento indisociable de su condición.

Es obvio que Lamine Yamal no es un mena. Es menor, sí, pero no es extranjero, cuenta con la compañía de sus progenitores y ni siquiera tiene racialmente el aspecto que identificamos como ‘lo marroquí’, categoría en las que cabe toda una región, como cuando se habla de ‘chinos’ para hablar de asiáticos. Identificar a Yamal como ‘mena’ es como tratar de encajar una figura cuadrada en un hueco triangular. Pero, por absurdo que parezca, es precisamente lo que sucede cada día en España.

Mena no se ha convertido en la palabra más racista del momento desde la nada. Han sido años de Vox criminalizando a los menores migrantes como baza electoral, de medios de comunicación monetizando su deshumanización y de unas instituciones que han reforzado su exclusión. Hoy día mena es una descripción racial que solo requiere de un aspecto físico y de una situación socioeconómica sobre las que reposar los estereotipos racistas.

Cuando Vox y sus satélites como Alvise Pérez los colocan en el punto de mira saben que los menores migrantes que llegan sin la compañía de sus padres son el dedo, pero la Luna a la que apuntan es la de los jóvenes racializados de barrios de clase trabajadora. Y esa narrativa, en este país donde ya uno de cada cuatro menores de 15 años nacidos en España tiene ascendencia migrante, está lejos de terminar.

Lo de determinados medios de comunicación es digno de estudio. En mis charlas sobre periodismo antirracista pongo ejemplos de usos deshumanizantes de la palabra mena, como en el siguiente titular: ‘Detenidos por dar una brutal paliza a un mena en Zaragoza y hundirle el cráneo’. Hablar de ‘menor’ nos llevaría a empatizar, pero la palabra ‘mena’, con esa connotación de peligrosidad y delincuencia, nos lleva a la distancia.

En los medios hay cien noticias que colocan a los menores migrantes sólo en contextos de criminalidad por cada noticia que habla de cómo las instituciones ahondan en su exclusión migratoria, de las malas condiciones de los centros en los que habitan, de que a muchos a los 18 años les echan con una mano delante y otra detrás, de las dificultades que tienen para mantenerse en el sistema educativo o de la práctica imposibilidad de incorporarse al mundo laboral. Todo ello infla artificialmente la percepción negativa de los menores al tiempo que deja en el desconocimiento las causas de su situación.

La palabra mena es un ejemplo de manual sobre cómo el lenguaje moldea la realidad, en este caso con la ayuda indispensable del racismo. La enésima polémica avivada por el reparto de los menores migrantes que llegan solos a las fronteras españolas así lo demuestra de nuevo. Pero se puede limitar el efecto de la palabra más racista del momento si los menores, migrantes o no, desarrollan su vida, sus sueños y su futuro sin barreras. No todos los menores racializados son Lamine Yamal, pero todos tienen el derecho irrenunciable a gobernar su destino igual que el futbolista de la selección española.