Nosotras menstruamos y ellos se quejan

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Lo que ha sucedido esta semana con la ley de salud sexual y reproductiva ha sido una gran noticia para quienes esperábamos estos avances en materia del derecho a la salud y derechos sexuales y reproductivos. Hace unos meses dediqué varias columnas a hacer diferentes análisis a los temas que se iban a incorporar y es bueno ver que la propuesta que aún debe ser votada, incorpora grandes avances en la materia. Pensaba hacer esta columna hablando de alguno de esos derechos y hacer un análisis al respecto, pero he optado por volver sobre el tema en las siguientes semanas, ya que sinceramente, me resulta más necesario ahora hablar de cómo el hecho de que las mujeres hablen en voz alta de sus vaginas, sus menstruaciones y su dolor, desata tanto alboroto y rechazo. En las redes sociales el debate sobre la baja por menstruación dolorosa ha dado para todo, pero especialmente para que muchos hombres (cis) hayan salido a opinar de algo que no han sentido ni sentirán en su vida: menstruar.

Mientras nosotras menstruamos y padecemos dolores muchas veces incapacitantes e insoportables que pueden llegar a equipararse al dolor que se experimenta en un infarto, pero con la pequeña variación de que esto nos sucede cada mes; ellos, se quejan. Se quejan de que hablemos abierta y públicamente de la menstruación, que verbalicemos que la vivimos y digamos que nos puede llegar a incomodar, que es sangre y por ello es roja y no azul como la han mostrado siempre los anuncios de compresas, como si menstruara una avatar o una pitufina. Se quejan de que reconozcamos que nos duele y ya no estemos dispuestas a aguantarnos más, ni a vivir jornadas laborales insoportables mientras estamos sufriendo. Y entonces, se quejan de que nos den permiso legal para llevar el dolor y para quedarnos en casa descansando, siendo “improductivas” por un par de días en los que decidimos no servirle a nadie más que a nosotras mismas. O siendo sinceras, al menos un rato, que ya sabemos que generalmente el ritmo de vida que llevamos, y más aún si se es madre, no va a dar para tanto.

Se quejan de que les reduzcan el coste a los productos para la menstruación, porque entonces les resulta ilógico e injusto que sea con nosotras y no con los productos que usan ellos; aun cuando el IVA del viagra, por ejemplo, es menor que el de las compresas o tampones. Cuando les explicamos que esto no es opcional, que es algo de primera necesidad, nos dicen que comer también y tiene IVA; la sutil diferencia es que el hecho de que tengamos durante toda una vida reproductiva la obligación de atender nuestra menstruación nos genera una carga económica que ellos nunca experimentarán y eso sí que es injusto.

De la nada se vuelven fiscalistas o tributaristas menstruales y hasta los más progres empiezan a cuestionarse el equilibrio económico, saliendo a opinar lo primero que se les ocurre y cuando les respondemos, se quejan. En definitiva, se quejan de que nos quejemos. Lo que pasa en las redes no es más que el reflejo de la sociedad misma, es inevitable que sea de otra manera, seguro que muchas de ustedes habrán tenido estas conversaciones con sus parejas, amigos, compañeros de trabajo, etc.

Por un lado, está el hecho de que la menstruación sigue despertando un asco infinito, que esa sangre que se desprende mes a mes ante la posibilidad frustrada de procrear, pareciese estar maldita y sucia; además, se tiene profundamente asumido que las mujeres deben ser capaces de soportar el dolor en todo lo que se relacione con su vida reproductiva (no olvidemos el “parirás con dolor”). Por otro lado, pareciese que causa mucha desazón que se legisle frente a derechos de los cuales los hombres de ninguna manera podrán ser los protagonistas, que el derecho se plantee desde una perspectiva jurídica feminista, incomoda mucho.

Pero bueno, nada que ya no hubiésemos visto antes frente a cualquier otro debate que verse sobre nuestro cuerpo. Todo lo que se ha dicho nos da una idea del asco, del desconocimiento y de la poquísima empatía que sigue existiendo por la menstruación y la salud de las mujeres y nos vuelve a dar la razón sobre cuánto trabajo falta para educar en salud sexual y reproductiva y por supuesto, de lo mucho que soportamos para lo poco que nos quejamos.