Merienda-cena de reptilianos en el Foro de Davos

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He heredado las costumbres de mi abuela Manolita: ella se acuesta por las noches con la radio puesta bajo la almohada y yo hago lo propio pero, en lugar de la COPE, me pongo un podcast o algún canal de YouTube que trate de chaladuras, variedades y cosas que son mentira llevados por gente que, a sabiendas de que lo que hablan son sandeces, están dispuestos a lo que sea por conseguir un par de clicks y, aunque algunos de ustedes puedan estar pensándolo, no: no me refiero a Canal Red, hablo de esos programas en los que un tipo bastante estúpido entrevista a otro soberanamente idiota, y entre los dos hacen cábalas sobre el terraplanismo, el poder de la mente, el estoicismo, criptomonedas, emprendimiento y gigantes en la Antártida e incluso a veces se atreven a analizar psicobiológicamente a las mujeres para explicarse a sí mismos por qué llevan sin ligar desde que salieron del instituto, porque por supuesto el olor a pies de senderista y las ideas de bombero jubilado no tienen nada que ver. 

Que conste: los pongo porque me hacen gracia y porque no tengo demasiado tiempo para pensar en tonterías, así que necesito a alguien que las piense –y verbalice– por mí. Resulta que estos días se celebra el Foro Mundial de Davos, que es como el Eurovisión de los del gorrito de papel de aluminio, y no puedo evitar acordarme de Noel Ceballos y ‘El pensamiento conspiranoico’ (Arpa Editores, 2021). Decía Ceballos en su ensayo que la percepción de la gente y su actitud hacia el magnate Bill Gates, fundador de Microsoft, ha cambiado desde que arrancó la pandemia de coronavirus en marzo de 2020. De alguien “más o menos simpático, más o menos afable, más o menos buen tipo” a heraldo y demiurgo de la esfera illuminati por haber “predicho” unos años antes que la gran próxima amenaza del mundo sería una enfermedad contagiosa. Como si ser el creador de Microsoft no fuera, ya de por sí, cargo suficiente para situarse en la élite mundial. Pero, es que, además, Pedro Sánchez se ha reunido con Bill Gates, así que nuestra selección española de la conspiranoia, la cofradía del misterio, los adalides de la gilipollez y el delirio, han salido a calentar a la banda. 

En esta columna es auténtica devoción la que se tiene por el Foro de Davos: no por la forma, no por el contenido, sino porque acaba siendo como una de esas lámparas de camping de luz azul que atraen a los mosquitos para achicharrarlos. Esta edición de la conferencia de líderes mundiales combina genial con la publicación de la famosa lista de Jeffrey Epstein hace apenas un par de semanas, por lo que las elucubraciones conspiracionistas ebullen como un caldero de aquelarre bajo el fuego de una pira. Enrique de Diego, jefe de política del ABC en los años ochenta –y si me preguntan, mi tuitero favorito–, anda vaciando sus cargadores contra el demogorgon globalista de la Agenda 2030.

Dentro de sus lógicas, siempre perfectas, siempre afinadas, resulta hasta razonable cuestionarse la redondez de la Tierra, o la existencia de la Antártida o del Sol. El peligro que tienen estas teorías es que construyen una realidad acorde a los gustos y los sesgos de cada cual, convirtiendo la protesta en un significante individual y personalizado, y, por tanto, inservible. Unos se quejan, con razón, de que para discutir sobre el cambio climático aterricen en Davos miles de vuelos privados, pero otros lo hacen porque, de alguna forma, creen que lo que se celebra tras la cortina de esa reunión mundial es una merienda-cena de reptilianos haciendo una excepción de sus reuniones secretas para celebrar una públicamente, porque esto de las sociedades clandestinas no es lo mismo si no pueden, de vez en cuando, insinuarse un poco.

En Davos, voy a darles parcialmente la razón a estos tripulantes de la nave del misterio, es cierto que se reúne lo peor de peor, pero, como siempre, yerran el tiro, porque la acumulación excesiva de riqueza, la explotación descontrolada de los recursos naturales y el cambio climático son respuestas demasiado fáciles: ¿Cómo va a ser ese el problema, y no que una raza primigenia de hombres-lagarto llegadas desde el espacio exterior hace miles de años gobierne el mundo desde las sombras? Para Javier Milei, presidente de Argentina, el Foro es una internacional comunista a la que ha acudido sin querer hacer amigos. Él está representando bien su papel de alzarse como enemigo del Estado, que no deja de ser -según las mentes más febriles- un constructo de estas élites, camufladas en el fascismo y el comunismo –y todo lo que queda entre ambos– para controlar la vida de la gente. Cuando el dedo señala la luna y lo que se mira es el dedo, bueno, ya se sabe.