Microgolpismos

Que un oficial de la Guardia Civil coja la declaración de un testigo y le añada una frase de su cosecha es algo gravísimo, intolerable, motivo de expulsión inmediata. Que un oficial de la Guardia Civil añada una frase de su cosecha a la declaración de un testigo en el marco de la investigación judicial contra el Gobierno por autorizar la manifestación feminista del 8M es, lisa y llanamente, microgolpismo: su objetivo es tumbar al Gobierno por medios ilegítimos.

A la jueza Carmen Rodríguez Medel le llegó un documento en el que señala que el Gobierno autorizó unas convocatorias, como las del 8M, mientras denegaba otras a causa de la COVID-19. “Dada la situación y riesgos de contagio debido al coronavirus”, añadió textualmente el oficial microgolpista, que al parecer fueron dos. Los golpes de Estado no se dan en solitario, aunque sea uno el que entra dando tiros en el Congreso. Detrás hay otros, y por encima. Incluso muy por encima (no olvidemos el turbio papel del rey emérito durante el 23F, aunque la versión oficial le haga pasar por garante de la democracia). En los microgolpismos es uno, o dos, el que recorta y pega, pero por encima hay un jefe del estado, mental, en que tal acción llega a realizarse.

El jefe del estado mental del oficial picoleto era Diego Pérez de los Cobos, coronel jefe de la comandancia de Madrid, que cometió a su vez dos microgolpismos, por lo menos. Un microgolpismo, por el que ha sido fulminantemente destituido por el ministro Marlaska (aunque éste lo niegue), fue no informar a sus superiores de que los agentes a su mando habían entregado a la jueza un informe solicitado por ésta sobre la presunta responsabilidad penal en la convocatoria feminista del 8M, siendo su superior jerárquico el delegado del Gobierno en Madrid, José Manuel Franco, imputado en la causa que investiga la relación entre el 8M y la COVID-19. Otro microgolpismo fue pasarle a la jueza esa merca adulterada que le preparó su tropa, en forma de informe manipulado.

Todas estas maniobras y estrategias tenían por único y claro fin atentar por vía judicial y mediática contra el legítimo Gobierno del Estado español. Porque, así como muchos micromachismos dan como resultado el macromachismo del patriarcado, muchos microgolpismos podrían llegar a dar como resultado el macrogolpe de un cambio de Gobierno. A otro, claro está, más afín a lo que siempre ha sido y será la Benemérita.

Apoyos de la ultraderecha y de la derecha ultra (tanto monta, monta tanto, aunque hagan el paripé del poli bueno y el poli malo) tienen los microgolpistas sentados en el Congreso de los Diputados, y hasta no tan veladas amenazas: el secretario general del PP, Teodoro García Egea, ya ha advertido de que lo de Pérez de los Cobos “supone una afrenta a toda la Guardia Civil, a toda la policía y a todas las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado”. Y ya sabemos cómo se toman las afrentas unas Fuerzas cuyo divisa es “el honor”, aunque sus métodos no sean tan honorables: desde el “a por ellos, oé” (que acaudilló en Catalunya Pérez de los Cobos) hasta el recorta y pega del virus y el feminismo.

Lo que les pasa a Pérez, a Egea, a Cayetana Álvarez, a Pablo Casado, a Espinosa, a Olona es muy sencillo: llevan muy mal no tener el mando porque en su ADN está el ordeno. Pero sobre todas las cosas de este mundo no soportan que en el Gobierno esté Pablo Iglesias, que sea su vicepresidente. “Pomadita”, les recetó Iglesias el otro día en una entrevista. Lo mínimo. Y, claro, ha soliviantado a los hipócritas, ha parecido un chulo, un grosero, impresentable, “barriobajero” (sic). Tenemos tal falta de criterio democrático que parece peor ese diminutivo que los viles engaños de la Guardia Civil, capaz de hacer lo que sea para acabar con él. La palabra “pomadita” tiene un gusto discutible, más bien antiguo, pero es un rico pedo de monja comparado con el ataque por tierra, mar y aire que sufre de continuo el vicepresidente segundo y, con él, nuestra democracia. Las cloacas del Estado están llegando demasiado lejos en sus microgolpismos. Ya han logrado crear un estado mental.