“Uno de los desafíos cruciales” de nuestra era “es mantener un sistema comercial internacional abierto y en expansión”. Desafortunadamente, “los principios liberales” del sistema comercial mundial “están bajo un creciente ataque”. “El proteccionismo se ha vuelto cada vez más prevaleciente”. “Existe un gran peligro de que el sistema se quiebre… o de que colapse en una repetición sombría de los años 30”.
Estarían disculpados si pensaran que estas frases fueron tomadas de una de las recientes expresiones de preocupación en los medios económicos y financieros sobre la actual aversión a la globalización. En realidad, fueron escritas hace 35 años, en 1981.
El problema entonces era la 'estanflación' en los países avanzados y el 'cuco comercial' era Japón, más que China, que estaba al acecho –y se apropiaba– de los mercados globales. Estados Unidos y Europa habían respondido erigiendo barreras comerciales e imponiendo “restricciones voluntarias a la exportación” (RVE) sobre los coches y el acero japoneses. Era muy común hablar del “nuevo proteccionismo” en aumento.
Lo que sucedió luego iba a desmentir ese pesimismo sobre el régimen comercial. En lugar de caer, el comercio global explotó en los años 1990 y 2000, impulsado por la creación de la Organización Mundial de Comercio, la proliferación tanto del comercio bilateral y regional como de los acuerdos de inversión, y el ascenso de China. Se lanzó una nueva era de globalización –de hecho, algo más parecido a una hiperglobalización–.
En retrospectiva, el “nuevo proteccionismo” de los años 80 no fue una ruptura radical con el pasado. Fue más un caso de mantenimiento de régimen que de alteración de régimen, como ha escrito el politólogo John Ruggie. Las “salvaguardas” de las importaciones y las RVE del momento eran ad hoc, pero eran respuestas necesarias a los desafíos en materia de distribución y ajuste planteados por el surgimiento de nuevas relaciones comerciales.
Los economistas y especialistas en comercio que generaron falsas alarmas en aquel momento estaban equivocados. Si los gobiernos hubieran escuchado su consejo y no hubieran respondido a sus electores, posiblemente habrían empeorado aún más las cosas. Lo que a los contemporáneos les parecía un proteccionismo perjudicial fue, en verdad, una manera de descargar tensión para impedir una acumulación excesiva de presión política.
¿Los observadores están siendo igual de alarmistas sobre el ataque contra la globalización de hoy? El Fondo Monetario Internacional, entre otros, ha advertido recientemente de que el crecimiento lento y el populismo podrían llevar a un estallido de proteccionismo. “Es de vital importancia defender las perspectivas de aumentar la integración comercial”, según el economista jefe del FMI, Maurice Obstfeld.
Hasta el momento, sin embargo, hay pocas señales de que los gobiernos se estén alejando decididamente de una economía abierta. La web globaltradealert.org mantiene una base de datos de medidas proteccionistas y es una fuente frecuente para reclamos de un proteccionismo progresivo. Si hacen click en su mapa interactivo de medidas proteccionistas, verán una explosión de fuegos artificiales –círculos rojos en todo el mundo–. Parece alarmante hasta que uno hace click en las medidas aperturistas y descubre una cantidad comparable de círculos verdes.
La diferencia esta vez es que las fuerzas políticas populistas parecen mucho más poderosas y más cerca de ganar elecciones –en parte, una respuesta al estado avanzado de globalización alcanzado desde los años 1980–. No hace mucho tiempo, habría sido inimaginable contemplar una salida como el Brexit de la Unión Europea o un candidato republicano en Estados Unidos que promete renegar de los acuerdos comerciales, construir un muro contra los inmigrantes mexicanos y castigar a las empresas que se trasladen offshore. El Estado-nación parece decidido a reafirmarse.
Pero la lección de los años 80 es que cierta reversión de la hiperglobalización no tiene por qué ser algo malo, siempre que sirva para mantener una economía mundial razonablemente abierta. Como he sostenido frecuentemente, necesitamos un mejor equilibrio entre autonomía nacional y globalización. En particular, necesitamos colocar los requerimientos de la democracia liberal por delante de los del comercio internacional y la inversión. Un reequilibrio de esas características dejaría mucho espacio para una economía global abierta; de hecho, la haría posible y la sustentaría.
Lo que torna peligroso a un populista como Donald Trump no son sus propuestas específicas en materia de comercio. Es que no son congruentes con una visión coherente de cómo Estados Unidos y una economía mundial abierta pueden prosperar codo con codo (también es, por supuesto, la plataforma nativista e intolerante sobre la cual está haciendo campaña y con la que probablemente gobernaría).
El desafío clave que enfrentan los partidos políticos tradicionales en las economías avanzadas hoy es diseñar una visión de esa naturaleza, junto con un discurso que eclipse a los populistas. No se les debería pedir a esos partidos de centro-derecha y de centro-izquierda que salven la hiperglobalización a toda costa. Los defensores del comercio deberían ser comprensivos si adoptan políticas poco ortodoxas para comprar respaldo político.
Deberíamos ver, en cambio, si sus políticas están impulsadas por un deseo de equidad e inclusión social o por impulsos nativistas y racistas; si quieren mejorar o debilitar el régimen de derecho y la deliberación democrática, y si están intentando salvar la economía mundial abierta –aunque con diferentes normas básicas– y no minarla.
Dani Rodrik es profesor de Economía Política Internacional en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard y autor de Economics Rules: The Rights and Wrongs of the Dismal Science.Economics Rules: The Rights and Wrongs of the Dismal Science.
Copyright: Project Syndicate, 2016.