Me imagino que cuando Monago enjaretaba con solemnidad su receta pituitaria contra la corrupción: “cuando las alcantarillas huelen no se tapan, se limpian a fondo”, él mismo ya sabía de sí mismo que había viajado a Canarias, pongamos 32 veces.
Me imagino que cuando Monago se ha adornado en la suerte de tratar de desmarcarse de los incontables casos de corrupción de su partido y ha propuesto endurecer las penas a los corruptos y alargar los plazos de prescripción de este tipo de delitos, él ya sabía lo que había hecho en Canarias: si había ido a setas o a rolex; a trabajar como senador, o por razones que tenían que ver con su vida privada.
El caso es que cuando se ha sabido que Monago viajó a Canarias una treintena de veces en las plazas más caras del avión, él tenía que saber, por ejemplo, que a Canarias, por carretera, aún no se puede ir. Digo esto porque Monago ha ofrecido tres versiones distintas, ninguna buena, y en la primera confesó tener la espalda machacada de tanto viaje en coche por las carreteras de España.
Luego dijo Monago que eran viajes de trabajo y que atención a la querella que les iba a meter a los que le acusaban de lo contrario. No sé si la anunciada demanda incluiría a los propios miembros del PP de Canarias, que aseguraban que de trabajo político, nada de nada.
La tercera entrega de la dramatización de Monago nos ha dejado una declaración presentada como un ataque de ética: voy a devolver hasta el último céntimo, dijo entre los aplausos enlatados de sus colegas del PP. Lo dijo después de hacer pucheros cuando le gritaban “¡Presidente, presidente!”.
Monago no tiene que devolver un solo euro si se cree lo que dice, solamente tiene que dimitir. Dimitir por mentiroso. No se puede pasar, en menos de 72 horas y al ver cómo se ensanchaba la información, del 'viajo por carretera' al 'es por trabajo' o 'devolveré el dinero'.
Es lo que ha hecho Carlos Muñoz, que también viajó a Canarias por asuntos privados a cargo en este caso del Congreso de los Diputados. Muñoz ha dimitido del cargo de diputado en el Congreso y de secretario general del PP de Teruel pero, claro, Monago es presidente de Comunidad.
Pero tranquilos, Esperanza Aguirre tiene la solución ante tanta corrupción en el PP: va a someter a examen a aquellos que quieren ser alcaldes; la primera, la aspirante a la alcaldía de Collado Villalba (Madrid), la actual concejala Mariola Vargas. ¿Saben a quién ha puesto Esperanza Aguirre de examinador a la aspirante? Pues nada menos que a Bartolomé González, mano derecha actual de Aguirre, presentado como persona de su máxima confianza, como lo fue Granados. Bartolomé González tiene una gestión con algunas irregularidades, como mínimo. Fue alcalde de Alcalá de Henares, pagaba un dineral desproporcionado a su interventor, que estaba en la mesa de contratación y que ¡contrataba con Cofely!, empresa implicada en la operación Púnica. Esperanza, luego no digas que no sabías nada.