Para cuando esta columna se haya publicado, usted ya tendrá los suficientes memes y hashtags para tomar una decisión sobre a qué serie se parece la muerte de Blesa. ¿Falso suicidio? House of Cards. ¿Accidente? Podría ser Revenants. ¿Suicidio sin más? La segunda temporada de Mad Men.
En los últimos tiempos, la política y el periodismo han jugado un romance intermitente e intenso con la cultura popular. Que la ficción puede ser más realista que las noticias no tiene duda alguna. ¿Qué amor es más profundo, el de Jessa y Adam en Girls o el suyo con su señora? ¿Acaso no es una metáfora perfecta de la maternidad subrogada de Handmaids Tale? La ficción que se mete en tu casa, serializada, es un gran punto de identificación y contacto.
Incluye Juego de Tronos en un titular
No es nuevo. O al menos, el fenómeno tiene un par de años. Así, supimos, por turnos, que Tania Sánchez, Pablo Iglesias o Cristina Cifuentes podían ser Khalessi, que a Rafael Hernando le iba Modern Family, o que la reina era más de True Detective. Ni los medios ni los partidos han sido inmunes o inocentes: jamás se ha escrito tanto sobre televisión en espacios antes reservados a la “información dura”, nunca como ahora el primer capítulo de la séptima temporada de algo ocupaba tanto espacio en los medios.
Este no es un discurso “apocalíptico” a lo Umberto Eco. Que Juego de Tronos ocupe un lugar destacado define, sin duda, nuestra cultura pop, pero también dice mucho de la capacidad de un producto cultural masivo con seis años en antena de establecerse como hecho noticiable y susceptible de generar tráfico.
Hablando de consumo, las tendencias mandan: la cantidad de ficciones televisivas en el mundo anglosajón están provocando un fenómeno. Como explicaba Christopher Mele en The New York Times, la enorme oferta de plataformas y series está popularizando un consumo acelerado de las mismas. ¿No tienes tiempo para ver Leftovers? Prueba a verlo a una velocidad mayor de la normal. Literalmente.
Las “Hard news” como narración
La enorme cantidad de información que se baraja no se remite exclusivamente a la ficción, es evidente. La popularización de las redes sociales como fuente informativa ha acelerado ese fenómeno: ya no hay una noticia que dure dos días, por muy mediática que sea. ¿Quién recordará a Pedro Aunión, a Charlie Gard o los dobles atentados de Londres?
Es innegable que la narración de la noticia con el gancho de una ficción ayuda a mantener la denominada “tensión informativa”. No es tanto que la serialización de la ficción esté modificando nuestra realidad, o que no distingamos la realidad de nuestra ficción. Por supuesto que no.
Pero el atentado de Manchester sirvió de gancho para los modelitos de Ariana Grande y, en menor escandalosa medida, un documental como Las Cloacas de Interior, que trata la Operación Catalunya desarrollada por el Ministerio del Interior, se acaba pareciendo en más de un artículo a House of cards. O, por demostrar que una misma no es inmune a este tic, un documental sobre el porno puede ser comparado con Black Mirror.
Cuando, precisamente, si hay algo que nos puede demostrar una ficción es que hay una gran diferencia entre un tiro real de escopeta a un político y una (estupenda) narración en serie sobre un antihéroe que cocina metanfetamina. O al menos, debería haberla.
Porque la ficción, muy apta para las comparaciones, puede servir también para inmunizarnos contra la pura y dura realidad de los hechos. Bien lo sabía el actor presidente que se sacó de la manga una Guerra de las Galaxias, la presidenta de la Comunidad de Madrid que se decía fan de Borgen, o el actual presidente estadounidense que fue jurado en realities. Y porque ya sabemos, muchos memes más tarde, qué tal les ha salido la jugada.