En el mundo digital se maneja un concepto que tiene que ver con la existencia de universos virtuales. Se denominan metaversos. El término fue acuñado a principios de los años 90 por el escritor Neil Stephenson en su novela Snow Crash. En esos entornos virtuales, los individuos podíamos tener avatares que se desenvolvían dentro de unas ciertas leyes físicas y con unos condicionantes limitados. Si trasladamos la nomenclatura de Stephenson a nuestra España actual podemos descubrir que habitamos simultáneamente en metaversos diferentes que conviven en entornos paralelos. Cada vez, resulta más difícil discutir o aclarar situaciones porque no sabemos bien en qué universos, ficticios o verídicos, nos encontramos.
En los últimos tiempos, la diferenciación entre lo virtual y lo real tiene cada vez fronteras menos definidas. La vida cotidiana nos ha enseñado que más vale vivir de realidades antes que de suposiciones. Sin embargo, en el territorio de la comunicación política esta máxima no siempre se cumple. De hecho, cada vez más se tiende a pensar que las percepciones que la gente tenga de una realidad pueden acabar pesando más que el propio hecho en sí.
Seguramente, la expresión que mejor ha reflejado este fenómeno fue la que hizo popular Kellyanne Conway, la famosa asesora de Donald Trump, cuando explicó que ellos manejaban “hechos alternativos” que no tenían por qué coincidir con los que creían ver los periodistas. La frase vino a colación de un hecho aparentemente indiscutible. Se trataba de entender por qué Trump y su equipo mantenían que a su toma de posesión como presidente estadounidense había acudido más gente que a la de Obama. No cabía discusión alguna. Había fotografías que mostraban claramente una abrumadora menor presencia de público. Sin embargo, desde la Casa Blanca se defendía lo contrario. Ante la insistencia de la prensa en preguntar por qué mantenían una posición manifiestamente errónea, la explicación quedó para la historia: “Nosotros manejamos otros hechos alternativos”.
Una de las grandes dificultades que conlleva seguir el juicio del procés tiene que ver con saber precisamente qué se juzga y dónde. El independentismo ha creado durante estos últimos años un metaverso cada vez más alejado de la realidad. En aquel universo paralelo, el pueblo catalán unido, dirigido por sus leales y valerosos líderes, alcanzaba la independencia apoyado en un movimiento civil pacífico imparable y daba paso a una república en la que lucía el sol, la abundancia, la justicia social y el éxtasis colectivo. Mientras, en el mundo real, la situación era bien distinta. Ni el pueblo estaba unido, ni Puigdemont demostró lealtad o valentía, ni llegó la república. Cuando escuchamos los alegatos de defensa de algunos de los líderes juzgados, se tiene la sensación de que no desean diferenciar entre la realidad contumaz y el metaverso del procés.
El problema, además, se ha complicado. Tras las declaraciones de los primeros testigos de alto rango político, hemos podido comprobar que parece haberse creado paralelamente otro metaverso oficial no menos alejado de la realidad. Las explicaciones de Rajoy, Sáenz de Santamaría y Zoido resultaron asombrosas. Nos hablaron de un grupo de dirigentes que observaban todo lo que ocurría en Cataluña con absoluta perplejidad, a la espera de ver si alguien era capaz de darles explicación alguna de unas situaciones excepcionales que, en su universo paralelo, nada tenían que ver con su responsabilidad.
La aparición de Urkullu en el Tribunal Supremo hizo que nos restregáramos los ojos al comprobar la absoluta disonancia de su declaración apoyada en datos y explicaciones incontrovertibles. Los supuestos rebeldes, en realidad aparecían como nefastos estrategas que buscaban negociar con ahínco. La supuesta organización sediciosa aparecía como una pequeña nave a la deriva en mitad de una tormenta que les hizo perder todo control. La aplicación del 155 suave, mesurado y con fecha de caducidad lo necesitaba tanto el Govern para salir del embrollo en el que se había metido, como el gobierno central para detener el creciente espíritu de combate frente una violenta insurrección inexistente. No envidio el trabajo de los jueces que tienen como mayor dificultad la de discernir los sucesos reales acaecidos, y sus posibles implicaciones penales, de los hechos alternativos vividos en universos paralelos y protagonizados por avatares de los mismos personajes implicados directa o indirectamente en este juicio.