Malas noticias, amiguitos demócratas. Después de haber contemplado impotentes cómo la derecha extrema marcaba la agenda política sin ni siquiera tener que hacer algo o decir nada para conseguirlo, ya podemos confirmar que Vox está manejando también la campaña electoral, sin más esfuerzo que tener a Santiago Abascal practicando performances en marcos patrióticamente incomparables como Covadonga o Pachá; tampoco tiene que hacer algo o decir nada, le basta con aparecer.
La campaña no ha movido un milímetro la evidencia de que Pablo Casado dedica mucho más tiempo a hablar a los votantes potenciales de Vox que a sus propios votantes del Partido Popular. Lo único que ha cambiado es que las llamadas a la fidelidad se van volviendo cada día más dramáticas y angustiosas. Parece que nadie en su entorno se atreve a decirle al líder popular que, cuanto más insista en que los apoyos de Vox son votantes populares defraudados, más desertores populares defraudados envía a los brazos de Abascal.
No parece que las admoniciones de José María Aznar mirando a los ojos estén causando el efecto disuasorio deseado. Si creía que, igual que se los quitó a Mariano Rajoy, podía devolverse los votos a Pablo Casado, a lo mejor le pudo el optimismo respecto a las capacidades de su macroliderazgo. Un error de cálculo que puede parecerse más de lo que cree al que podría estar cometiendo Albert Rivera, al hermanarse constitucionalmente con una derecha extrema que solo menciona la Constitución para avisar lo que no piensa cumplir.
Ha sido también Vox quien ha decidido la estrategia de Pedro Sánchez y los socialistas respecto a la presencia o ausencia en los debates electorales. No han sido los principios o el compromiso democrático. El candidato socialista acude donde está Vox porque cree que le conviene. Pero a lo mejor no se ha parado a pensar que no irá donde no esté Vox porque eso beneficie a Vox, no a los intereses socialistas. Que Carmen Calvo trate de explicarnos que Sánchez solo va donde está Vox porque no quiere rehuir el debate con la derecha extrema, supone un insulto a la inteligencia que solo se explica desde esa prepotencia tan socialista que suele anticipar sus errores más colosales. Cuanto más señale Sánchez a Vox más le recordará a los votantes indignados con el 'sanchismo' dónde está el voto que más daño hace.
Todos creen estar utilizando a Vox en su propio beneficio. Ninguno se plantea que, a lo mejor, es Vox quien los está utilizando. Pero seguro que me equivoco. Y el hecho de que, entre esos famosos seis millones de indecisos, la mayoría, seis de cada diez, se sitúen en el centro derecha y la derecha, seguro que tampoco tiene mayor importancia.
Solo pido una cosa. Si la noche electoral nos enfrentamos a la amarga verdad de que derecha extrema se apunta un resultado histórico, que ninguno venga llorando lágrimas de cocodrilo; no estaremos de humor para tanto cinismo.