Hay quien defiende la naturaleza porque sencillamente le gusta salir a pasear por el campo y sentirse acogido por ella. Otros lo hacen porque les gusta nadar en el mar, descender ríos, escalar montañas o correr por ellas. Excursionistas, observadores de aves, buscadores de setas, pescadores, cazadores. Todos aman la naturaleza a su manera y todos tratan a su manera de defenderla. Pero hay una causa mayor para hacerlo: el puro egoísmo. Tanto si vas mucho como si no vas nunca: debes defender la naturaleza porque es tu mejor autodefensa.
Bebes. Comes. Acudes a la farmacia o al naturópata para sanarte. Te vistes, te desplazas, te calientas o te refrescas, te cobijas en tu hogar. Todo ello se lo debes a la naturaleza. Salgas o no al campo, sientas mayor o menor apego por ella no dejes de defenderla, porque sin naturaleza no hay nada ni eres nadie. Por eso la crisis de la biodiversidad es una de las mayores amenazas a las que nos enfrentamos: a la que te enfrentas.
Como se encargan una y otra vez de recordarnos los científicos de la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES por su acrónimo en inglés): “las especies son la base de nuestros alimentos y nuestras medicinas, garantizan nuestro acceso al agua potable o la energía; son la parte esencial de nuestra cultura y nuestra identidad y determinan nuestra calidad de vida”. Este organismo de la Unesco es el encargado de analizar el estado de conservación de la diversidad biológica y evaluar los servicios que nos presta la naturaleza. Y sus informes deberían caer como mazazos sobre nuestra conciencia.
La propia directora de la Unesco, Audrey Azoulay, apelaba a esa conciencia en la presentación de su último y demoledor informe: “Nunca más podremos decir que ignorábamos el grave daño que estábamos causando a nuestro mayor patrimonio mundial: la naturaleza”. Pero no es así. La conciencia no aparece y la biodiversidad no deja de ir a peor. En este 2020, bautizado como “el año de la biodiversidad”, van a tener lugar importantes encuentros internacionales para llamar a la acción en la defensa de la naturaleza, revertir la situación y detener la sangría de especies y espacios naturales que están desapareciendo. Todos ellos culminarán con la celebración de la XV Conferencia de la ONU sobre Biodiversidad prevista para octubre en la ciudad china de Kunming.
En ese encuentro se pondrá otra vez sobre la mesa el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) que surgió de la Cumbre de Río (1992): un viejo documento que, pese a haber sido ratificado por cerca de 200 países (entre ellos España), no ha conseguido que sus gobiernos entiendan que sin la naturaleza no hay nada. La ONU ha anunciado que uno de los principales objetivos de la Cumbre de Kunming debe ser la firma de un gran pacto mundial para que antes del 2030 el 30% de las especies del planeta estén protegidas.
La pregunta que nos hacemos muchos es con cuántos efectivos alcanzaremos ese 2030: ¿cuánta biodiversidad nos habremos dejado por el camino? ¿Cuántos animales y plantas habremos sido capaces de salvar de la extinción? ¿Llegaremos al 2030 con rinocerontes blancos, con vaquitas marinas, con koalas? Y si he escogido estas es porque son de las que pellizcan, de las que salen en los calendarios de National Geographic. En realidad, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) son casi 30.000 las especies que se hallan en peligro o amenazadas de extinción por las actividades humanas, una cifra que no para de crecer año tras año.
Para conocer el resto de cifras y comprender mejor el nivel de amenaza al que nos aboca la pérdida de biodiversidad, les aconsejo que visiten la web de la campaña “Sin biodiversidad no hay vida” que acaba de lanzar Ecologistas en Acción. Su objetivo es reclamar al Gobierno español que actúe con más determinación y concienciar a la sociedad sobre la magnitud del problema. Que todos entendamos de una vez por todas que sin la naturaleza no hay nada.