Mucha gente piensa que el negocio de los datos personales empieza con Internet, o un poco antes de las filtraciones de Snowden. Nada más lejos de la realidad. El germen de lo que hoy llamamos Big Data es la industria de los seguros, que estalló a principios del siglo XX en los EEUU, como consecuencia de la segunda revolución industrial.
El negocio de las aseguradoras es diferente de otros negocios. Consiste en cobrarte durante el mayor tiempo posible por un servicio que hará todo lo que esté en su mano para no darte nunca. Para conseguir su objetivo, tienen que hacer una evaluación de riesgo.
Si querías tener una póliza en el 1803, tenías que someterte a un examen médico y a una investigación. Un caballero venía a tu casa a hacerte preguntas impertinentes sobre tu vida, tu familia, tu habilidad con el hacha o tu potencia sexual. Además, las mutuas contrataban detectives privados que hacían cosas como ir al cementerio para apuntar las fechas de nacimiento y muerte de los miembros de tu familia. Después visitaban al médico para sacarle todo su historial y cruzaban todos sus datos de campo con los estatales.
Para hacerse una idea del proceso, conviene volver a ver Perdición, dirigida por Billy Wilder y basada en el libro de James M. Cain. Aquí el gran Keyes hace su discurso sobre las estadísticas de suicidio y por qué no le cuadran con la historia que trae Mrs. Phyllis Dietrichson, la mujer más fatal del noir.
El censo producía una gran cantidad de estadísticas, que como todos saben es la ciencia que se pone de moda después de una revolución industrial. Con eso sacaban medias, hacían proyecciones y decidían si el candidato podía firmar la póliza, y cuánto iba a pagar por ella. Aquellos clientes dormían tranquilos sabiendo que ni una viga mal sujeta, ni una carretera mojada condenarían a su familia a la penuria. A cambio, pasaron a ser los primeros productos de un mercado que ahora vale miles de millones. Han pasado más de cien años y en muchos aspectos, el negocio se sigue comportando igual.
El argumento bueno de Google cumple 100 años
Por ejemplo, cuando Google llega a un acuerdo con la Seguridad Social británica que le da acceso a una década de historiales de millones de pacientes, el argumento en contra está claro, pero hay uno a favor. Con ese material Google puede hacer herramientas que facilten diagnósticos tempranos de ciertas enfermedades. Incluso erradicarlas, gracias a los patrones que descubrirán cruzando esos datos con todos los demás. Y Google tiene muchos datos para cruzar. Es imposible que no encuentre algo.
Lo crean o no, las aseguradoras podían decir exactamente lo mismo. Fue una aseguradora, la New York Life Insurance Company, la que descubrió en 1908 que estar gordo era malo para la salud. Hasta entonces, a los médicos lo que les preocupaba era justo lo contrario. La delgadez estaba asociada a la malnutrición, la tuberculosis, la sífilis, la tenia y otras cosas malas de pobre. Y es estadísticamente cierto que resulta más saludable ser rico que ser pobre. Pero ojo, la gente pobre no compraba seguros. Y así, con ese filtro burbuja no intencionado, descubrieron las aseguradoras que la gente gorda tenía diabetes, problemas de riñón, enfermedades coronarias y que solía morirse a los cincuenta de un fallo cardíaco. Esto que ahora nos parece obvio se lo debemos a la Mutua de Nueva York.
La segunda cosa que salta a la vista es que, al cruzar bases de datos distintas, obtenemos mucho más que la suma de sus partes. Al sumar bases de datos –el examen médico, el cementerio, la memoria del médico, el censo– obtenemos algo que no tiene ni podría tener ninguna de nuestras fuentes: el futuro. Y predecir el futuro tiene consecuencias.
Por ejemplo, otra cosa que descubrieron los seguros es que los negros vivían menos. Otro dato estadísticamente incontestable. Ser negro en EEUU a principios del siglo pasado era malísimo para la salud. Pero por razones que no derivaban de su salud, sus costumbres o su herencia genética. Sin embargo, durante los siguientes cincuenta años, ser negro encarecía tu póliza y reducía tus condiciones, independientemente de tu historial. Cuando la ley obligó a las mutuas a ofrecer las mismas condiciones a negros que a blancos, muchas dejaron de hacer pólizas para negros.
Y finalmente, y aquí está el dato que justifica nuestro titular, las mutuas se dieron cuenta de que su método y sus archivos podían ser tanto o más valiosos que las pólizas. Sin querer, estaban amasando un material que pronto querrían comprar los bancos (antes de concederte un crédito), las empresas (antes de darte un puesto), las inmobiliarias (antes de darte una casa) y hasta las familias más pudientes, antes de dejar que te casaras con su hija y contaminaras con tu dudosa sangre su legado familiar. Después vinieron otras instituciones, como las agencias publicitarias, la policía, las instituciones gubernamentales.
Y esa información se convirtió en antecedentes que condicionaban el futuro de las personas, reduciendo sus movimientos, limitando sus opciones y eliminando sus oportunidades. Y de manera habitualmente injusta, porque tus datos cuentan una historia sobre ti que no tiene por qué ser verdad.
Quien controla tus datos controla tu historia
Un ejemplo sencillo: la empresa para que trabajas te despide de manera improcedente y acabas en los tribunales. Ellos pueden usar tu ordenador para generar estadísticas que te perjudican. Y tú no. Pueden decir que el 90% de los días llegabas tarde, que usaste el correo corporativo para escribir correos personales fuera de horas laborales o que tenías abiertas las redes sociales. Estos datos pueden ser ciertos sin contar la verdad. Puede que llegaras todos los días a las ocho en punto pero tardaras tres minutos más en conectarte al ordenador. Y tres minutos tarde sigue siendo tarde. Puede que usaras a menudo tu correo corporativo para decirle a tu mujer que te quedabas trabajando hasta tarde. Puede que tu trabajo requiera que seas activo en las RS pero de manera informal. Pero su historia puede a la tuya porque ellos tienen los datos y tú no.
Qué pasa entonces con un gobierno que atenta contra tus derechos civiles pero que tiene almacenados los datos de todos tus dispositivos, redes sociales, cuentas de correo, tarjetas bancarias y seguridad social de los últimos diez años. Que tiene acceso a información sobre lo que has hecho cada minuto de tu vida en la última década. Y tú no.
Han pasado más de cien años y las mutuas son cientos de miles de empresas de las que no has oído hablar nunca y que operan en países donde no te protege la legislación. Y los detectives privados no son personas, son algoritmos. Y ya nadie necesita venderte un seguro de vida para conseguir tus datos. Todos somos productos de ese mercado millonario, a cambio de ser parte de la sociedad de consumo. Hemos cambiado la tranquilidad de saber que nuestra familia está protegida en la desgracia por la satisfacción de que nos escuchen y algunos nos hagan retuit.