Las claves del coronavirus
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Soy padre de tres vectores de transmisión del coronavirus, de 8, 11 y 15 años. Mis vectores de transmisión llevan más de un mes sin salir de casa. Están en la misma situación que siete millones de vectores de transmisión que desde el inicio del estado de alarma no han pisado calle ni zonas comunes de edificios o urbanizaciones. Mis tres vectores de transmisión no lo llevan muy mal: hacen tareas escolares, ven series, ejercitan jumping jacks con youtube, comparten vídeollamadas y han descubierto el ajedrez. Sé de otras familias cuyos vectores de transmisión se suben por las paredes, están más irritables, no tienen ni una terraza para tomar el sol, sufren la incertidumbre de sus mayores o viven situaciones familiares que sin virus ya eran problemáticas.
Perdón, he dicho que soy padre de tres vectores de transmisión del coronavirus, y no es exacto: soy padre de tres vectores de transmisión asintomáticos e incontrolables. “Vector de transmisión” los llamó ayer mismo el ministro de Sanidad: “hay que mantener a los niños en casa porque son vectores de transmisión de la enfermedad”. Para terminar de estigmatizarlos solemos añadir “asintomáticos” (aún más sospechosos, como si disimulasen aposta la enfermedad) e “incontrolables”, que ya se sabe que los niños escapan de la vigilancia familiar y se dedican a lamer barandillas y toser en la cara de los ancianos.
En realidad “vectores de transmisión” podemos ser todos, y también hay adultos asintomáticos o que contagian antes de desarrollar síntomas. Pero cuando el gobierno anunció el fin de la “hibernación económica” y la vuelta al tajo de los trabajadores no esenciales, nadie oyó al presidente decir que “cuatro millones de potenciales vectores de transmisión volverán el lunes a las calles, al transporte público, las obras y las fábricas”. ¿Qué habríamos pensado si nos lo contasen así? Lo mismo que pensamos sobre la salida de niños: que es una locura.
Yo no sé si ha llegado el momento de aflojar un poco el confinamiento por su parte más vulnerable, si el riesgo es mayor que el posible beneficio, si debemos seguir siendo la excepción europea (hasta en Italia salen ya), o si cabe regular horarios y recorridos para hacerlo posible. Lo que sí sé es que esta es una decisión política. Asesorada por científicos, vale (aunque hay expertos que defienden lo contrario), pero una decisión política, tomada por gobernantes en base a un cálculo de riesgos y beneficios, y a una escala de prioridades: primero la actividad de empresas no esenciales, después los niños. Que igual está bien así, pues la crisis económica también castigará a los menores; pero asumamos que es una decisión política, no “científica”.
Todos queremos “vencer al virus”. Y para ello podemos movernos entre dos posiciones extremas: no hacer nada (algún país lo intentó y salió mal), o montar un Wuhan (parálisis total, encierro sin excepciones y reparto de comida). Entre ambos extremos se mueven hoy todos los gobiernos, adoptando decisiones delicadas e inciertas: qué empresas pueden seguir operando y cuáles no, qué trabajadores se quedan en casa, quiénes reciben ayudas y de qué cuantía, o cuándo pueden salir a la calle los ciudadanos, también los niños.
Cada una de esas decisiones, cada una de esas prioridades, es discutible, también la que afecta a los menores. Yo sigo confiando en el gobierno y en los expertos que lo asesoran, pero reconozco mis dudas en este tema. Las primeras semanas me parecía una medida drástica pero entendible dada la gravedad de la situación. Tras un largo mes de encierro, dudo, y no soy el único.
He dejado para el final mi calificativo preferido si de niños confinados hablamos: “incontrolables”. Los niños no pueden salir porque son incontrolables, ya que sus madres y padres somos unos irresponsables, que además nos aprovecharíamos de la excepción. Por eso, antes de dar ese paso harían falta “mecanismos para controlar los excesos y abusos”, dijo este martes Fernando Simón. Todos hemos dado por hecho que si no fuera por policía, ejército y multas, el confinamiento sería un cachondeo, porque los españoles somos así, ya se sabe... ¿Sí? Yo creo que hemos comprado muy alegremente un relato disciplinario y picaresco que no se corresponde mucho con la realidad: frente a las noticias de caraduras (Rajoy entre ellos) repetidas en bucle y la espectacularización de las intervenciones policiales, yo veo una mayoría de gente hiperresponsable que acumula basura para no bajarla a diario, guardan distancia en la cola de la caja y caminan por la calle con poca cara de paseo.
El día que nos dejen, la inmensa mayoría de madres y padres sacaremos a nuestros hijos con responsabilidad, no tengan duda. Yo el primero, que soy padre de tres hijas pero también tengo en casa un familiar grupo de riesgo, no hablo a la ligera. Si en los primeros días hubo más relajación, no creo que queden muchos descerebrados tras un mes de confinamiento y 18.000 muertos. La mitad de muertos, por cierto, contagiados en residencias de mayores, no en parques infantiles.
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