No basta con decir que la extrema derecha da miedo
El sociólogo y politólogo Juan José Linz, uno de los más referenciados en el ámbito académico, explicó muy bien cómo los denominados “demócratas leales” deben cumplir tres premisas básicas. Una es el respeto al resultado de las elecciones justas, ganen o pierdan. La segunda es rechazar de plano la violencia o la amenaza de recurrir a ella con objetivos políticos. Y la tercera es la de romper con las fuerzas antidemocráticas.
Los investigadores de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt hacen suyos estos principios en ‘La dictadura de la minoría’ (Ariel), su último libro y cuya edición traducida al castellano se publica esta semana en España. Aunque una parte importante del ensayo está dedicada a analizar las regresiones democráticas que está sufriendo el sistema norteamericano y cuyas causas son múltiples, también alerta de los pasos hacia atrás que se están dando en otros países y eso incluye ejemplos tan evidentes como la Hungría de Viktor Orbán.
Allí se celebran elecciones, el Parlamento 'funciona' y se dictan resoluciones en los tribunales. Del mismo modo que el Gobierno controla el 90% de los medios de comunicación (incluidos los privados), se apartó a los jueces que no se plegaban a los intereses de Orbán y se persigue a aquellos colectivos que defienden la diversidad sexual. En resumen, se socava la democracia desde dentro del sistema. Así es como se construyen las autocracias del siglo XXI.
En la campaña electoral que empieza este jueves se va a hablar mucho y no siempre en los términos correctos del auge de la extrema derecha. Insistir solo en el miedo a estos partidos sin aportar alternativas es una estrategia cortoplacista que puede dar réditos electorales, pero que a la larga se demuestra ineficaz e incluso contraproducente. Solo hace falta mirar qué está pasando en Francia o quien gobierna en Italia. ¿Eso significa que hay que bajar los brazos? No, nunca. Pero sí hay que intentar analizar las causas y esa debería ser una ocupación y preocupación tanto de las izquierdas como de las derechas que se fijen como objetivo combatir a las formaciones ultras.
El PP, como en su momento el partido republicano norteamericano u otras formaciones de la misma familia política, se enfrenta al llamado “dilema del conservadurismo” y es el de representar a sus votantes tradicionales (y eso incluye evidentemente a las élites) sin dejarse llevar por las bajas pasiones que exacerban el ‘resentimiento racial’. Porque la “teoría del gran reemplazo” la alimentó Trump, pero también en las últimas elecciones catalanas ha sido el gran argumento de Vox y de la xenófoba Aliança Catalana. Alberto Núñez Feijóo, probablemente por el temor a ser superado por Abascal en Catalunya, en vez de marcar distancias se sumó al discurso que vincula migración con delincuencia.
Si Feijóo quisiese comportarse como un “demócrata leal” y emular a sus compañeros alemanes, no solo no debería hacer suyas algunas de las tesis de la extrema derecha sino que no debería contar con aliados extremistas como Vox ni mirar hacia otro lado cuando defienden posturas que son antidemocráticas. Si no cambia de estrategia, el PP se aparta de la democracia. Lo hace, por ejemplo, cuando lamina instituciones como el Poder Judicial con su obstrucción permanente a una renovación que tendría que haberse abordado hace casi seis años. No es la purga de jueces que llevó a cabo Orbán o las maniobras que protagonizó Trump para imponer a su candidato en el Supremo, pero es una estrategia que tiene muy poco de responsable y de democrática.
¿Y la izquierda? En el mencionado libro de Levitsky y Ziblatt se cita un estudio del politólogo Jonathan Rodden que analiza cómo la evolución en la geografía económica y política ha tenido consecuencias en las sociedades occidentales. Una de ellas es la que en España se bautizó como el malestar de la España vaciada y que Vox ha intentado explotar con no poco éxito. Pero, además, igual que ya pasó en Francia, la extrema derecha está avanzando en los barrios de las ciudades metropolitanas españolas que se le resistían tal y como se ha comprobado en las últimas elecciones catalanas. El partido de Abascal ha conseguido situarse como primera fuerza en algunos de los barrios con renta más baja y con mayor porcentaje de parados. Cerrar los ojos a ese fenómeno o lamentarse no basta. Se necesitan políticas transversales que van desde la vivienda a la educación o la seguridad.
Puede que seguir hablando de Milei durante la campaña le permita a Pedro Sánchez arrancar votos perezosos. Alentar el miedo a la extrema derecha tal vez movilice más a la izquierda como ya pasó en las últimas generales. Pero tanto el PSOE como el PP tienen la obligación de ofrecer una alternativa creíble a la extrema derecha. De lo contrario, sea porque ya les va bien alimentar esa confrontación o porque son incapaces de desmarcarse de ella, habrán contribuido a que la democracia española y la europea empeoren un poco más. O lo corrigen o tal vez será demasiado tarde para lamentarse.
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