Hace un par de semanas estuve de viaje con unos amigos. Durante parte del viaje hablamos de hacer otro viaje juntos. De hecho, durante el mismo viaje una de mis amigas mandaba al grupo de Whatsapp enlaces con diversas propuestas de destino. Tener otro viaje en mente ayuda a paliar la ansiedad de la vuelta al trabajo, los horarios y la rutina. Pero es que ya tenemos viajes en mente incluso dentro de los propios viajes, como una matrioska inagotable.
Últimamente siento que nos hemos vuelto esclavos de la proactividad a la que conducen las ofertas ilimitadas. La pandemia nos enseñó que no sabemos lo que nos espera a la vuelta de la esquina, así que hay que sacarle partido al buffet singular e ingente de opciones de las que disponemos: viajes, conciertos con dos años de antelación, restaurantes, planes, cursos, deportes, actividades, series, películas. ¡Las cien películas que tienes que ver antes de morir! ¡Los cien libros que tienes que leer esta primavera! ¿Pero cuándo? ¿Cómo? Por supuesto tener opciones es un lujo. Tener opciones es un privilegio. Pero siento que últimamente nos invade una especie de obsesión con ser plenamente eficientes, no sólo en nuestro trabajo, también en nuestro tiempo libre. Esos eslóganes insidiosos como “¡Haz que cada momento cuente!” nos han convertido en una sociedad bulímica del tiempo.
Y aquí entra la decepción. Porque cualquier intento de sentir que has llegado a la médula del mundo o del conocimiento está condenada a terminar en fracaso. Porque siempre hay algo más. Siempre pudiste elegir otra cosa. Siempre pudiste aspirar a algo diferente, no necesariamente mejor, pero tal vez sí.
En este sentido, existen cientos de gurús de la productividad poblando Internet que te ayudan a gestionar y priorizar tus elecciones y tu tiempo. Te ofrecen técnicas para optimizar tus tareas pendientes. Te muestran agendas, calendarios o aplicaciones de gestión. Lo hacen con la promesa implícita y explícita de que, siguiendo sus métodos, al fin sentirás que tus días están bien invertidos. Pero, ¿de qué vale que alguien, o algo, te ayude a priorizar tu tiempo si la sociedad te está susurrando al oído que nunca será suficiente para todo lo que puedes llegar a hacer? ¡Si ni siquiera tienes tiempo para un gestor de tiempo!
Hace unos años se le puso el pegadizo acrónimo de FOMO a esta cuestión. Fear of missing out, significa. Miedo a perderte algo. Empieza con una punzada de ansiedad o irritabilidad, y se termina convirtiendo en una persistente sensación de insuficiencia. No es un fenómeno nuevo, pero se ha visto amplificado, como todo, con las redes sociales. Su ideólogo, Patrick McGinnis, también ingenió hace unos años un nuevo término: Fobo, algo así como el “miedo a las mejores opciones”. Un sentimiento que, dice, aumenta si entra en juego otro rasgo definitorio de nuestro tiempo: el narcisismo.
El resultado de todo esto es casi vivir el presente en el futuro. Como si el valor de nuestra vida estuviese en un momento indeterminado que aún no hemos alcanzado, pero que debemos alcanzar. Casi se puede decir que le damos valor a las cosas que hacemos sólo si sientan las bases para algo más, algo supuestamente mejor, que está por llegar.