Oigo por aquí a mucha gente harta, aburrida, enfadada, que ante el bloqueo político y la repetición de elecciones recuperan un grito de hace ya ocho años: “¡No nos representan!”. Incluso les oigo decir que haría falta convocar de inmediato “otro 15M”. Vale, pero ya les aviso de que tengo todas las tardes ocupadas en los próximos diez años: si convocan otro 15M, no me llamen, gracias.
No digo que no haya motivos para ese hartazgo, aburrimiento, enfado: cuatro pasos por las mismas urnas en cuatro años; además de siete visitas a Zarzuela de candidatos, tres investiduras y dos mociones de censura. Normal que te salga gritar que “¡no nos representan!”
¿No nos representan? Pues no lo sé. Voy a dudar un rato en voz alta.
No nos representaban en 2011, así se lo dijimos en las calles. Nos habían representado durante tres décadas y media, pero ni un minuto más, el modelo estaba agotado. De entonces acá, el bipartidismo y las mayorías absolutas pasaron a mejor vida; los dos grandes partidos cambiaron liderazgos y cúpulas; surgieron uno, dos y hasta tres nuevos partidos estatales que llenaban tres huecos de preferencias electorales; se produjo el relevo generacional que nos dejó una clase dirigente sub40. Hasta el rey cambió, sin esperar a morirse. Y por si fuera poco, uno de los nuevos partidos surgió del mismísimo 15M, o eso pensamos.
Mi duda se vuelve doble: ¿no nos representaban en 2011, y tampoco en este 2019? Y en ese caso, si entonces y ahora seguimos huérfanos, ¿quién falta por aparecer que sí nos represente?
La primera duda puede también formularse así: ¿se parece la actual clase política al país que dice representar? ¿Han salido de entre nosotros, son una consecuencia de los cambios vividos en los últimos años –incluso consecuencia de aquel 15M-? ¿Tenemos, como dice la famosa frase, “los gobernantes que nos merecemos”? Los ciudadanos, además de votar y tuitear fuerte, ¿hemos hecho algo en estos años para que fuese de otra manera?
Me encantaría afirmar que los ciudadanos estamos por encima de la clase política, que somos mejores. Que nosotros seríamos capaces de entendernos con los diferentes y hasta con los rivales. Que tendríamos altura de miras, cintura y generosidad, haríamos cesiones y seríamos audaces hasta conseguir un gobierno. Me encantaría, pero a veces no hay que rascar mucho para encontrar en la calle los mismos alineamientos, desconfianzas y animadversiones que exhiben los partidos. Que sí, que todos nos emocionamos juntos con la victoria de la selección (como Sánchez e Iglesias, mira tú), y todos nos arremangamos ante las riadas y nos solidarizamos cuando hace falta; pero también oigo por la calle cómo muchos reproducen palabra por palabra los mismos argumentarios que manejan los partidos.
La segunda pregunta me preocupa más: si admitimos que vale, que no nos representaban en 2011 y siguen sin hacerlo en 2019, ¿quién entonces nos representará? ¿Quién falta por aparecer, qué tipo de partido, qué líder?
No sé, igual es que la crisis política española no es la crisis de estos o aquellos partidos, sino mucho más profunda, y por supuesto no se va a arreglar votando más veces ni creando más partidos. Después de una crisis económica y social que ha dejado tantos destrozos, desigualdad e incertidumbre, tampoco es tan raro que el país se vuelva tan ingobernable e inestable como las vidas de tantos ciudadanos.