Supongo que han visto el cambio de cara que han dado los bancos a sus oficinas en los últimos años, que no hay quien las reconozca. A las pocas que quedan abiertas les han pegado un rediseño a fondo: eliminar la clásica ventanilla, cambiar el mobiliario, añadir sofás, mesas altas con taburetes, librerías en algunos, lamparitas de pie. Ves algunas sucursales desde fuera y piensas que es una cafetería cuqui, una clínica dental pija, un coworking o una tienda de muebles. Han cambiado también los logos, hasta de nombre algunas entidades, incluso eliminando la palabra “banco” del cartel. Si le añades una campaña publicitaria bonita, emocional, con dibujitos, nubes y sonrisas, con juegos de palabras simpáticos (“porque tú, porque te…”) y que parece ofrecer experiencias antes que sucio dinero, el lavado de cara es total: no parece un banco.
Yo pensaba que era una acción de marketing, una imagen más cálida, más humana, pero qué va: es una estrategia de camuflaje. Que no se noten mucho. Que las pocas sucursales que quedan no sean muy visibles. Que pases al lado distraído y no veas un banco, no pienses en un banco. Que pases de largo. No sea que de pronto veas un banco y te dé por pensar. Te dé por acordarte. Te dé por echar cuentas. Te dé por cagarte en todo. Te dé por entrar y pegar dos gritos, o cosas peores.
El camuflaje de las oficinas se completa con el camuflaje financiero: en este caso la estrategia es la confusión, la complejidad: que no nos enteremos. Solo al alcance de entendidos. Tecnicismos, palabros, mucho inglés, eufemismos económicos, siglas, porcentajes. Hace falta un master financiero para entender por ejemplo qué ha pasado con el rescate bancario. Que no lo devolvió la banca ya lo sabemos, pero cuesta entender que además la factura siga creciendo año tras año (14.770 millones solo en los últimos dos años) e impactando en la deuda y el déficit públicos, en la economía, en nuestros bolsillos. Y lo mismo pasa con la Sareb, el “banco malo”. Sabemos que es malo, pero no sabemos cuánto malo. Es decir, cuánto nos cuesta, tras la gestión desastrosa del mismo, comprando morralla inmobiliaria al precio que le convenía a las entidades y malvendiendo a pérdidas, entre otras decisiones ruinosas.
Lo mismo podríamos decir de la reestructuración bancaria, la liquidación de las cajas de ahorro, la fusión y compraventa de unas entidades por otras, el proceso de concentración que ha resultado en un puñado de gigantes bancarios, saneados e hinchados de beneficios. O las preferentes, el lío aquel, ¿te acuerdas? No, yo tampoco, me lo intentaron explicar en su día y se me olvidó. Inescrutable todo. Tan inescrutable como la factura de la luz (mira tú por dónde). Y ahora lo último, de esta misma semana: la relación directa, directísima y sin embargo opaca, entre el aumento de los tipos de interés, la economía de las familias, los beneficios récord de la banca y los sueldos millonarios de los directivos. Y que además van a seguir creciendo, con cada medio puntito que suban los tipos. “Los miles de millones pueden confundir un poco”, dijo el presidente del BBVA al presentar el mayor beneficio de su historia. Muy confuso, sí, uy, qué lío de números.
Mejor que pases de largo, que no veas el banco en tu calle, que no sepas los datos reales del rescate, de la Sareb, de la reestructuración bancaria, de la subida de las hipotecas. Porque como te enteres, como vayas más allá de la tópica indignación (“la banca siempre gana”), como eches cuentas al detalle, al céntimo (igual que hacen ellos), te darás cuenta de lo increíblemente escandaloso que es el sistema bancario español, en connivencia con el Estado, toda una anomalía en Europa. La excepción española, esta sí. Lo increíblemente descarada que es la transferencia de dinero de nuestros bolsillos directos (hipotecas, comisiones) o indirectos (dinero público, deuda, ayudas, legislación favorable) a la banca. Como te llegases a enterar, entonces ya no te ibas a conformar con un impuestito como el que el Gobierno aprobó y que los bancos han llevado a los tribunales. Ni siquiera te ibas a conformar con que un día devolviesen (jajaja) el rescate. Nada, no te hagas sangre, no te cojas el berrinche. Mira el escaparate tan mono, la foto entrañable de la publicidad en la fachada, las cuentas indescifrables, y pasa de largo. No pienses en un banco.