Lo que no es polifonía es Siniestro Total

29 de agosto de 2023 22:08 h

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La vida es un misterio, y la de Feijóo, durante los largos días que le faltan para someterse a una votación de investidura, que ya ha dado por perdida, es un misterio insondable. ¿Qué va a hacer en todo ese tiempo alguien que espera lánguida y runbendarianamente la hora de someterse? A saber. En el PP son más de dar largas que de esperar, y sin embargo ningún presidente de Gobierno ha sabido esperar tan bien como Mariano Rajoy (Pedro Sánchez es todo lo contrario, Sánchez es un hombre que camina, que marcha por el mundo buscando otra ciudad, a condición de que tenga también un jardín con Moncloa).

A la desmesurada manera de esperar de Mariano Rajoy se la tildó de dontancredismo; pero, quizá, Rajoy estuviera más cerca de Sarita Montiel; pues, igual que ella, esperaba fumando unos puros como los que luego les iban a caer a sus allegados en el partido. Quien fumando espera sabe que ha llegado el momento de su último cuplé. La espera de don Tancredo es otra historia, otra película, que en el cine se tituló El inquilino, y cuyo personaje lo hacía Fernando Fernán Gómez. Así fue Rajoy, una mezcla de Fernán Gómez y Sara Montiel. Porque, percha, la tenía, y nonchalance le sobraba (nonchalance es como despreocupado, y no una canción de Ketama, la de no estamos locos, es decir, chalados).

Mire usted, Rajoy sí que sabía lo que quería. Conocía perfectamente la función conativa del lenguaje: mire usted. Todo en Rajoy se quedaba en puro conato. De la Moncloa, lo que más le gustaba eran los jardines porque así se sentía el Mr. Chance que le hubiera gustado ser. Es otra la manera de Pedro Sánchez de meterse en jardines. Los jardines de Sánchez albergan un laberinto. Y eso fue lo que hizo Feijóo la otra vez en el debate: cortarle el hilo para que se perdiera. Se lo cortó a base de darle cortes. Es su gran y único superpoder, cortar el rollo. ¿Es que Núñez Feijóo es metálico en el jardín botánico y por eso corta tanto? No, ya que no corta seccionando, sino por abrasión, es decir, estilo brasas. Para cortar como unas tijeras, Feijóo necesitaría dos jotas en su apellido. No es suficiente solo con las dos oes. Con dos oes y una jota se puede dibujar una bicicleta, pero no hacer unas tijeras. (El acento espurio de la primera “o” puede usarse de dinamo.)

Sin embargo, todo esto, hacer bicicletas, es sumamente inútil, pues también en ciclismo Rajoy le gana a Feijóo. Le da mil vueltas. El inconveniente de Alberto Núñez Feijóo es que es un sucedáneo en cualquier ámbito. Por eso siempre le toca esperar en vano. No por la espera (que es una cosa propia de todas las derechas), sino por lo vano.

A pesar de todo lo que hay de vano en Feijóo, nada tiene de vanidoso. No le importa quedar como un Cid sin victoria, cabalgar finiquitado donde ya está todo perdido. En España, los grandes símbolos tienen nombres deshonrosos, somos gente descreída disfrazados de fanáticos. Así, el caballo del Cid Campeador se llamaba Babieca, y los yates de nuestro condecorado y poco decoroso rey emérito llevan el nombre de Bribón. Se concentran en Feijóo estas dos últimas cualidades, no la de babieca y la de bribón (Dios no lo quiera), sino la de jinete póstumo y la de usuario de yate.

Haciéndonos creer que vivía en pasivo, Mariano Rajoy aspiraba a ser alguien del pasado. Alberto Núñez Feijóo, sin embargo, es pasado desde el primer momento. Cuando el pasado domingo Feijóo anunció en el castelo de Soutomaior (Pontevedra) su estrategia de no hacer nada durante los próximos 30 días, las piedras de esta construcción medieval se iban apoderando de él (lo mismo que le sucedió a la Cosa, en Los Cuatro Fantásticos, pero en el espacio y sin castillo), y, mientras todo el pasado de su partido le escuchaba sentado en primera fila, se iba convirtiendo Alberto Núñez Feijóo en un programa de Antonio Gala, en Si las piedras hablaran, por supuesto; pero también era Paisajes con figuras.

El paisaje, el lugar donde está este castillo, se encuentra a 20 kilómetros de Vigo y a 13 kilómetros Redondela, es decir, a 20 kilómetros de Siniestro Total y a 13 kilómetros de los escándalos del franquismo. Ya lo decían los de Siniestro, todos los votados mueren empalmados.

A la vez que Núñez Feijóo se aboca al monólogo interior (es un hombre de interiores, como Woody Allen; su melodrama es la falta de capacidad para el poder, dos sinónimos, pero todo sinónimo es una forma de fracaso), Pedro Sánchez se vuelca en el género que domina: las polifonías. Tiene más oído Sánchez. España es un país polifónico. Lo es por sus pueblos, lo es por sus habitantes; pero pocas veces se plasma esto políticamente. Al contrario, en muy diferentes partidos políticos se cree, equivocadamente, que polifonía significa llamar a la policía (de polis, pasma, y de phonos, llamar; pésima etimología). Así sucede que cuando oyen voces distintas llaman corriendo a los cuerpos de seguridad.

Antiguamente, esto también nos pasaba a los españoles de a pie. En España se ha llamado mucho a la policía para denunciar al vecino. A la que se escuchaba cualquier jaleo, surgía una voz al otro lado del tabique, o por una ventana, que decía: ¡Ese ruido! ¡Voy a llamar a la policía! (la gente más preparada, que no hizo el bachillerato de letras, sino el bueno, en vez de policía, decía 091). También está la modalidad de llevar a los tribunales, que se resume en la frase: ¡Te voy a poner una denuncia! Esta España vieja, tan de piedra con hongos, sigue representada políticamente, llevando a los tribunales todo lo que le molesta, haciendo oídos sordos a la voz coral. Cuando se niega la voz, surge la Vox.

Sobre voces corales y polifonías, uno aprende y disfruta muchísimo escuchando los programas de Radio Clásica, Música coral y Polifonías, ambos presentados por Carlos Sandúa, director asimismo de la cadena (pero tiene que ser en podcast, pues dejaron de emitirse hace ya tiempo). Cada programa contiene un viaje alucinante desde las canciones de taberna de los Carmina Burana hasta polifonías ultramodernas, como las de Caleb Burhans con el Trinity Wall Street Choir. Por mi cuenta y riesgo, me atrevo a recomendar, con el permiso de Elena Cabrera, nuestra jefa de Cultura, el disco de David Lang con Capella Amsterdam, The Writings, de 2022. Lo predijo Picasso al final de su vida, la vanguardia es volver a lo primitivo, a lo más antiguo.

Hoy, nos parece que no hay futuro, y por eso los artistas han decidido apurar hasta la última gota del pasado. Somos poemas humanos, basta con leer a César Vallejo para comprenderlo, pero nuestras vidas lo son a medias, quiero decir, humanas (esto también está en Vallejo).

Son más representantes de los españoles Pedro Sánchez y Yolanda Díaz dialogando con todas las múltiples voces de España, que quienes se atrincheran en la monodia. Hizo falta, en Europa, que surgiera una época, a la que hoy llamamos Renacimiento, para que las polifonías se impusieran a los cantos de una sola voz. El Renacimiento también trajo una nueva forma de humanismo, que es la que, hasta hace poco, ha forjado nuestra cultura. En César Vallejo hay una tristeza del fin de lo humano, o de su fracaso. De esa forma humana de ser humano. Pero no importa. Desde los tiempos del Minotauro, en los orígenes de nuestra civilización, en el origen de nuestro humanismo, hay un palacio con un laberinto. Andarlo es la única salida, en la política, en la cultura, en lo que sea.

Feijóo, ya no insistiendo, sino ahora condenado a presentar su candidatura a presidente de Gobierno, recuerda aquella frase de Mitterrand en un mitin de 1981, cuando dijo: es difícil ignorar que, esta semana, Valéry Giscard dEstaing les haya presentado su candidatura a los franceses; pero, más bien, se hubiera esperado que les presentara sus excusas.