Los machistas tienen muchos puntos débiles. Uno de ellos es creer, desde su lectura falocéntrica del mundo, que las mujeres somos seres inferiores. Una creencia errónea donde las haya, pero suficiente como para subestimarnos y no tomarnos muy en serio. Algo así le está pasando a Rubiales con las jugadoras de la selección y con el feminismo. Todavía no se ha enterado de que esto va en serio y que sus actos tienen consecuencias y las van a tener y que, como siga así, solo va a empeorar las cosas, cada vez que interviene nos deja más claro qué tipo de hombre es.
Las futbolistas de la selección, lideradas por Alexia Putellas y en cascada, han dicho “se acabó”, en lo que empieza a nombrarse como el #MeToo del deporte español. Quizá todavía sea pronto todavía para afirmarlo al 100%. Lo que está claro es que la expresión de cada una de las jugadoras de la selección española, la actual y la del 2015, contiene hartazgo, mucho hartazgo, además de un apoyo incondicional a Jenni Hermoso. La jugadora que se ha visto, sin comerlo ni beberlo, en medio de una situación indeseada e indeseable ya ha dicho claramente que ella, en ningún momento, consintió el beso que le plantó su jefe. Rubiales se empeña en ponerla en el foco para protegerse él, valiente sujeto, otra muestra de qué tipo de hombre es. El presidente de la Federación, con la complicidad del seleccionador, no solo intentó convencerla para que aparecieran juntos en un vídeo que buscaba maquillar de buen rollo su conducta indecorosa, su abuso de autoridad y su agresión. Ahora resulta que la acusa de cogerle a él, prácticamente, por las caderas o por las piernas (dice no recordar) y, abrazados, ella fue quien se le acercó, después de preguntarle si darse un piquito. Piensa Rubiales que toda España no ha visto las imágenes, y como si estas no pudieran volverse a ver una y otra vez como se hace en el V.A.R. La jugadora lo ha dicho desde el principio, y lo ha remarcado estos días: el beso ni le gustó ni fue consentido.
No debería subestimar Rubiales a una jugadora de la calidad, el carisma y la experiencia de vida de Jenni Hermoso. Tampoco debería hacerlo con las profesionales del fútbol ni con las víctimas de sus abusos que han hablado estos días. No debería subestimar al movimiento feminista y, sobre todo, no debería subestimar al negocio del que vive y al que igual ahora ya no le interesa tener al frente a un señor que se toca los genitales al lado de una chavala de 16 años (que resulta ser de la Casa Real), que va dando besos en la boca a mujeres que son futbolistas profesionales, que se abraza a la Reina como si fuera una farola o que transporta a campeonas del mundo al hombro como si se tratará de bombonas. Quizá ya no interesa Rubiales a los que hasta ahora eran sus amigos, pero lo que es seguro es que no nos interesa al resto, a la opinión pública, a la feminista y no feminista, a la progresista y la conservadora, a la futbolera y a la que odia el deporte rey.
Tanto Rubiales como Vilda han subestimado a las jugadoras. No solo como futbolistas sino como mujeres y como equipo. Ellas, excelentes deportistas y leales a la camiseta que defienden, han estado discretas a lo largo de esta complicada semana para no teñir el triunfo de los lodos y los barros que se vienen acumulando desde hace años. Es posible que las futbolistas de la selección, como buena parte de la población, esperasen que Rubiales asumiera su responsabilidad y actuara en consecuencia, pero lejos de hacer algo así, se ha presentado como víctima, ha arremetido contra el feminismo, ha amenazado con acciones legales a representantes políticos y medios de comunicación y se ha inventado una versión del beso no consentido insostenible con las imágenes del vídeo. ¡Ah! Y ha ascendido y subido el sueldo a Jorge Vilda. Un entrenador que creo, firmemente, no ha sido necesario para ganar el Mundial.
Nuestras jugadoras lo hubieran ganado igual y solo necesitaban más medios técnicos para lograr el éxito internacional. Si ellas han hecho grande el fútbol es porque ya tenían la motivación, la técnica, la calidad y la categoría. Vilda más bien pasaba por allí y ha sido agraciado con el honor cuando, en 2015, Rubiales le colocó para “controlar” y “contener” a unas futbolistas que defendían la profesionalización de su deporte y pedían que se dejase de maltratarlas de forma machista y misógina. Esa parte de la historia, la cuenta muy bien el documental “Romper el Silencio” que puede verse en Movistar.
Ahora, como parte de la justicia poética que contiene todo lo que está pasando estos días, mientras Rubiales lucha por no enfangarse más y Vilda ha tocado techo como entrenador (algo que no le pasará a la seleccionadora del equipo inglés que tiene por delante una prometedora carrera en grandes equipos), las jugadoras de la selección están dando una lección magistral de “buen futbol” y de feminismo, están quedando muy por encima de ellos, mucho. Han roto todos los techos de cristal posibles en el plano futbolístico, han creado un verdadero fenómeno deportivo por el que amadas y admiradas por miles de niñas, niños, adolescentes, jóvenes, mujeres y hombres y han roto el pacto de silencio que había sobre sus condiciones laborales y personales, silencio del que eran cómplices muchos de los que ahora las miran con respeto deportivo y humano. Las subestimaron y ahora dicen que no jugarán hasta que se las trate con respeto y dignidad. No hay vuelta atrás.
Donde Rubiales y Vilda solo veía dorsales y camisetas, el resto vemos futbolistas con nombre, vemos estrellas, vemos referentes, vemos inspiración. No la subestimamos, claro que no, pero preguntémonos y hagamos algo de autocrítica, ¿dónde hemos estado hasta ahora las feministas mientras se las depreciaba y se las ninguneaba por ser mujeres y alzaron la voz para denunciarlo y sufrieron las consecuencias por hacerlo? No debería hacer falta ganar un mundial para que abramos los ojos porque la mayor parte de mujeres, niñas adolescentes deportistas, nunca ganaran un mundial, por eso no esperemos tanto y aprendamos algo de todo esto: el deporte femenino tiene todavía mucho que conquistar, mucho, no solo trofeos para los clubes.