Desde hace un par de décadas vienen reconociéndose legalmente los derechos LGTBI en distintos países del mundo. Sin embargo, parece que cada conquista solo es posible si lleva aparejada una renuncia, si se sacrifican los derechos de una parte del colectivo. A modo de ejemplo, es interesante recordar cómo ha habido países en los que se renunció a la figura del matrimonio para poder lograr al menos tener el reconocimiento de las uniones legales de hecho entre personas del mismo sexo; otros en los que sí se reguló el matrimonio igualitario, pero se restringieron los derechos de filiación negando la posibilidad de adopción a la pareja. Y otros países que priorizaron la aprobación de leyes a favor del matrimonio igualitario por delante de aquellas que afectaban a los derechos de las personas transexuales. España no ha sido menos y así, hasta que se apruebe definitivamente la ley que está tramitándose, una pareja de mujeres no tiene los mismos derechos que una pareja heterosexual y debe casarse si quiere tener hijos, o las personas migrantes no están amparadas por la Ley de la inscripción registral de identidad de género.
La historia de derechos LGTBI nos viene a decir que para poder avanzar en su reconocimiento legal, el colectivo tiene que elegir e inmolar parte de sus reivindicaciones con las implicaciones que esto tiene para las personas que son borradas cuando se las deja fuera del marco legal. Es como si fueran un “lastre” en las conquistas. El problema es que ese “lastre”, paradójicamente, en cada momento histórico y en cada contexto cultural, ha venido a afectar a esa parte del colectivo LGTBIQ+ más oprimida, esa cuyos derechos humanos más entran en conflicto con la sociedad, esa cuyo reconocimiento más se ha problematizado fruto de los prejuicios, los estereotipos y los clichés cisheteropatriarcales.
Ahora, otra vez más, nos volvemos a encontrar en la misma situación. Un avance histórico en el reconocimiento de los derechos de las personas LGTBI, la próxima aprobación del Proyecto de Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI, deja fuera a una parte muy significativa de las personas que no responden a la normatividad del binarismo de género, deja fuera a las personas no binarias como si su reconocimiento y nuestros derechos fueran demasiado pedir en este momento. Demasiado para un contexto en el que a punto ha estado de saltar por los aires toda la ley porque hay una parte del feminismo que ha hecho una alianza irracional con la derecha ultraconservadora haciendo todo lo posible y lo impensable y frenar su tramitación y su aprobación. Pero qué sabor tan raro deja este articulado cuando el derecho a la autodeterminación deja fuera a una parte muy importante de la T*, cuando se garantiza el derecho a ser… excepto si se trata de las personas no binarias.
Sin duda que hay motivos de alegría y de celebración por los avances que representa la aprobación de la Ley Trans. Sin duda. Por supuesto que es muy necesario subrayar el enorme arrojo y sufrimiento que ha supuesto para activistas y políticas poder haber llegado hasta aquí y a este momento, y es de justicia cualquier gesto de agradecimiento y reconocimiento. Por supuesto. Sin embargo, no podemos, no debemos y, sobre todo, no queremos (al menos yo no quiero) pasar por alto que no estamos todes, que faltan les no binaries. Obviarlo sería conformismo.
Decía Paco Vidarte que “el espíritu conservador no está hecho para nosotras. Ni siquiera porque tengamos un poquito de cobertura legal debemos volvernos conservadoras, meros custodios de un respirito histórico en una tierra de maricas masacradas y violentadas”. Celebremos la ley cuando se apruebe, ya queda poco, pero sigamos luchando contra las estructuras de privilegios y opresiones, también las que se dan entre las personas que somos LGBTIQ+. Nunca ha sido incompatible celebrar con reivindicar, sobre todo si no estamos todes.