Molestan las voces que nombran las verdades que con tanto esfuerzo se tratan de modificar desde su génesis. Molestan a quienes abrazan la mitomanía patriótica que se construye a base de hazañas, héroes y relatos de grandezas. Gran parte de la ciudadanía española siempre ha vivido (hemos vivido) con las narraciones de esa mitomanía ante la cual no cabe manifestar otra cosa distinta. Es la absolutización de la memoria histórica común. La 'Historia construida' es la Historia verdadera y es impensable plantear la inhabilitación de ese relato mitómano para analizar la realidad desde los hechos,desde las voces de las víctimas, desde la lógica de los derechos humanos. En la 'Historia construida' no cabe la rendición de cuentas de quienes, desde su posición de poder, hicieron de la impunidad su bandera o más bien usaron la bandera para garantizar su impunidad.
El ejemplo más reciente de esa absolutización de la memoria histórica común la tenemos estos días. La cementera de mitología se ha puesto a funcionar a pleno rendimiento para apuntalar la leyenda del rey emérito y ensalzar méritos que borren sus estrechos vínculos personales y económicos (en representación de “la institución ejemplar”) con regímenes que acaparan riqueza y poder pisoteando las vidas y los cuerpos de millones de mujeres, niñas, niños y hombres, dentro y fuera de sus fronteras, violando gravemente su vida y su integridad, entre muchos otros derechos. Toca recordar que la guerra del país amigo del rey emérito, Arabia Saudí, contra Yemen es considerada como la mayor catástrofe humanitaria del planeta y ha asesinado a más de 100.000 personas además de llevar al país al borde de la hambruna.
En España, la Historia construida sobre leyendas de grandeza no se cuestiona, no se revisa y mucho menos se corrige. Quienes lo hagan serán tachados de “traidores”, “desleales”, “enemigos de la patria”, “ignorantes” ... La crítica legítima y necesaria se leerá, por parte de quienes echan raíces y viven en la comodidad de una Historia sin conciencia ni memoria, como una radicalización de quienes la realicen. Confunden radicalización con ruptura radical de aquello de lo que hay que arrepentirse, de lo que avergüenza. Alemania ha aprendido bien la lección. Conocer la Verdad que necesita Justicia y Reparación solo puede conllevar eso, una ruptura radical con las instituciones y con la simbología que representan la mentira absoluta (y absolutista) que esconde el expolio y la dominación construido en el desprecio a la vida y a la más básica sensibilidad ética desde los tiempos de Don Pelayo.
Daniela Ortiz, artista peruana (hasta hace unos días afincada en España), se ha visto obligada a abandonar nuestro país por la campaña de acoso y amenazas que ha recibido por redes sociales y de forma privada. Su activismo antirracista y decolonial y, en concreto, sus declaraciones en el programa Espejo Público (de Antena 3) a favor de derribar los monumentos coloniales por el significado racista que contienen han sido el detonante de una ola de violencia contra su persona redoblada por su postura, por su origen, por ser mujer, por ser migrante, por ser racializada, por ser madre soltera, por ser quien es. La organización Front Defenders Line la ha tenido que sacar de nuestro país por el acoso que estaba recibiendo por parte de los guardianes de las supuestas grandezas de la patria.
Esta violencia es encabezada habitualmente por afines de la ultraderecha, pero algunos sectores (conservadores) de la izquierda española se adhieren sin conciencia a ella al creer que la equidistancia es el refugio menos malo de la fragilidad blanca y españolista que se sienten amenazada cuando una mujer, joven, artista y latinoamericana deja en evidencia nuestra historia genocida. Esta violencia, directa y simbólica, es hija de esa misma Historia, la construida sobre mentiras. Esa que no ha deja de maquillarse, ni siquiera en nuestros días, en una especie de tanatopraxia que quiere dar tintes de grandeza a las partes más oscuras de nuestro país.
Se trata de una amnesia inducida que blinda el derecho a la Justicia y la Reparación de las víctimas y sus familias al intercambiar la Verdad por una cadena de mentiras. Un dogma incuestionable para el común de los mortales que han crecido (infantilizados) en el marco de narraciones fabuladas. De esta forma, hay desprecios, insultos, acosos y gestos obscenos que no indignan pues van dirigidos a los enemigos de esa “España nuestra”, a quienes quieren que desaparezcan los monumentos a Colón, piden que se retiren las medallas a los torturadores, que se limpien las cloacas del Estado de franquistas, que no se desliguen los actos de don Juan Carlos I ante la Justicia del uso que ha venido ejerciendo la Monarquía de su poder...
Mientras se normalice la mentira absolutista, se normalizará el acoso, la violencia hacia supuestos “traidores” apoyando, con ello, la radicalización (esta sí) de los extremistas de las ideas de ultraderecha a los que no les hace falta gritar por las esquinas pues hablan con total libertad ante las cámaras, en las portadas de los periódicos, en los micrófonos de la radio o en las redes sociales. Distorsionar los hechos, crear mitos, decir medias verdades y mentir a sabiendas tiene un peligro cierto y es que se terminan criminalizando 'a los chivos expiatorios' de la extrema derecha. No solo a la izquierda política sino también a las minorías y, sin darse uno cuenta, termina siendo parte de la propaganda que difunde ideas y eslóganes sobre la nación, la raza y la familia contra la pluralidad, la diversidad y las diferencias.