Surge una nueva ola de indignación social

El poder instalado en su pedestal nunca entiende lo que ocurre más abajo. No ve, porque no mira. Y ni mucho menos siente y empatiza con los problemas que en muchos casos genera. De repente, el mundo se ha vuelto loco atacado del virus de la protesta. Ahora, con brotes de violencia. Algunos de una agresividad como nunca vieron, dicen. Brotes, no violencia generalizada –y me refiero aquí al caso concreto de Catalunya- como dan a entender cuando sitúan el foco sobre los altercados, sin abrir el plano donde miles de personas protestan pacíficamente. Porque es un derecho amparado en muchas Constituciones y hasta en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La libertad de expresión y la de manifestación incluyen la crítica, por supuesto. Limite usted su arrogancia y su mano dura, y deje tranquilos los derechos democráticos.

Protestan en Catalunya y, en solidaridad en otros lugares de España, por una sentencia con duras penas de cárcel a los dirigentes independentistas que consideran injusta. Chile ahora, Argentina y Ecuador hace poco, arden en protestas altamente airadas, en estos casos, por medidas que suponen recortes de lo poco que tienen. Bolivia también salta disconforme por dudas en el proceso electoral. Nicaragua es un polvorín desde hace tiempo. Hay muertos en las manifestaciones. Hong Kong sigue presionando a pesar de haber logrado, en teoría, sus reivindicaciones. Algunos gobiernos están cediendo, sí. Tarde. Lo hizo en parte Francia con los chalecos amarillos, uno de los movimientos de protesta más agresivos que se han visto en tiempos. ¿De verdad hay quien cree que no está pasando nada excepcional y podrán controlarlo con sus métodos?

Lo grave es que ni se enteran de que esta vez parece algo diferente: hartazgo máximo. El 15M y las primaveras árabes fueron la Revolución de los Claveles de la indignación, lo de ahora puede llegar a parecerse a la Toma de la Bastilla y veremos qué viene después. Desde cómodas y bien pagadas e influyentes poltronas, aconsejan cesar las protestas y pararse a negociar primero las reivindicaciones con unos gobiernos que como el de Piñera en Chile llegó a declararse en guerra contra los manifestantes. Siéntense, tómense unos pasteles y ya, en la sobremesa del ágape, hablamos. No, esto no funciona así. La gente no protesta por entretener su ocio, no protesta por nada.

Busquen antecedentes. Llevan mucho tiempo estirando de una cuerda que no da más de sí. Al romperse, golpea a veces, solo a veces. Son muchos los abusos. “La gran frustración de la gente está trayendo el ascenso de los fascismos”, destacaba en titular la crónica de Constanza Lambertucci en Eldiario.es sobre las tres últimas décadas que nos han traído hasta aquí. Vividas con desigual fortuna por otros muchos pueblos. Es la forma más irracional de reaccionar, otra es la indignación que se hace protesta, otra el acatamiento, pero hasta ése se acaba algún día cuando el agua llega al cuello. El lucro desmedido de unos condena a otros a la pobreza. ¿Saben aquel que dice que el número de millonarios se ha quintuplicado en España en los últimos nueve años, según Credit Suisse? Pues no es una broma. Ya son casi un millón de millonarios, los recortes en sanidad, educación, etc… han valido la pena, como dice Antón Losada. Claro que es de entender que para un buen número de españoles es mucho más importante que los condenados en el procés cumplan íntegras sus penas, y no digamos ya que arda un contenedor. En Catalunya, naturalmente.

La Primavera Árabe de 2010 y 11 nació -como germen desencadenante- de un incremento del precio del pan. Un clásico. De todos los factores que confluyen en la precariedad, el alza especulativa de los precios de productos básicos es la más controlable. Hay una primera subida en 2008, casualmente previa al derrumbe financiero que llamaron crisis. En Túnez y en Egipto, el pan subió un 50% y no podían comprarlo. Y comenzaron la protestas. En 2010 subió el pan otra vez. Y la revolución se disparó. El resto ya lo conocen.

En el estallido social de 2011, convivieron las primaveras árabes, con el 15M español, Occupy Wall Street, protestas en Wisconsin, Islandia, Grecia, Portugal, Chile, China, Indonesia, Rusia, Tailandia, Azerbaiyán, Israel, la India. Apagarlo sin soluciones, enquista el descontento.

Ningún problema previo de quienes protestan ahora se ha resuelto, se han agravado por el contrario. El malestar no se disuelve si no desaparecen los agravios. Los criterios no se imponen a palos. Suele funcionar, piensan. Hasta que deja de hacerlo.

Sea cual sea el motivo de las quejas que lanzan a una ciudadanía a la calle, la represión y las cargas policiales violentas son gasolina para el fuego de la ira. Penas de cárcel desmesuradas, violencia institucional. Por no añadir las puercas trampas de la cloacas. Si te revientan un ojo por protestar hasta pacíficamente, si te encarcelan y denigran con condenas equivalentes a haber cometido asesinato ¿qué más queda?

Tenemos en la España ordenada nuevo motivo de alarma: Torrent, el president del Parlament, tramita la resolución sobre autodeterminación de JxCat, ERC y CUP, pese a la advertencia de que puede incurrir en un delito de desobediencia. La resolución rechaza la sentencia, propone volver a reprobar al rey Felipe VI y avala la autodeterminación. ¿Creían, en serio, que iban a hacer otra cosa impresionados por el castigo? No les conocen. Lo mismo que Oriol Junqueras. Ha dicho respecto a un eventual indulto: “Se lo pueden meter por donde les quepa”.

Ver al presidente del Gobierno en funciones ir a Barcelona a visitar solo a los agentes heridos, y no a las ciudadanos también hospitalizados en el mismo centro donde estuvo, en ese balance que parece de una guerra (unos 600 heridos y 200 detenidos en una semana), es una declaración de principios. Contemplar a un escolta en el coche del presidente con un subfusil de asalto, corrobora amargamente la impresión. Y rechazar cuatro llamadas de Torra -que será como sea pero es el presidente del Govern- e irse de Barcelona sin tener una reunión con él, es otra bofetada más de la serie. Hay que gobernar, no echar pulsos.

En serio, conviene en ciertos puestos de responsabilidad, salir a la calle y oler las necesidades de las personas. Enterarse del dolor y la rabia que les producen. Claro que toda la violencia es indeseable, apáguenla con la razón no a gritos. Con soluciones, no con desplantes. Por el bien de todos, gobiernen, hagan algo por los ciudadanos que les han elegido. Aquí, en Francia, o en media Latinoamérica. Y esperen a que despierte por completo el África agraviada. La indignación está cambiando y podrán detenerla algún tiempo pero no parece que eternamente sin solucionar las demandas.