¿Qué es la propaganda, más que el esfuerzo por alterar la imagen ante la que los individuos reaccionan, con el fin de reemplazar un modelo social por otro?
Cuando repetimos todos cual loros la frase atribuida al senador Johnson deberíamos tener la suficiente valentía intelectual para saber aplicarla. Si la verdad es lo primero que muere en los conflictos, difícilmente vamos a poder dominarla desde la lejanía y de forma unívoca y contundente. No tenemos además ninguna obligación de convertirnos en jueces y sentenciadores instantáneos aunque sí de exigir que el derecho internacional sea aplicado y que quienes pueden hacerlo, con todas las pruebas y todas las garantías, lo lleven a cabo con las premisas aceptadas recogidas en el Derecho Internacional Humanitario.
En todo conflicto hay propaganda: octavillas en el frente, la radio en la II Guerra Mundial, la televisión en la del Golfo y las redes sociales en los conflictos más recientes. Todos los bandos beligerantes llevan a cabo esfuerzos de propaganda. Todos buscan un resultado concreto en el enemigo y también en la comunidad internacional. Ampliemos el foco y mantengamos la calma. Mirar con microscopio cuando se está lejos y sin ojos sobre el terreno es un esfuerzo baldío. Enfrentarnos entre nosotros o darnos de garrotazos por algo que sucede a cuatro mil kilómetros y sin tener la constancia exacta ni siquiera de los hechos –¡ay, esos periodistas de guerra que los medios echaron!– carece de otro propósito que no sea aumentar la crispación en medio de la violencia, cuando lo que sería deseable sería detener esta primero y luego pasar las cuentas a quien fuera menester y en la medida en que lo fuera. La diplomacia es el camino ahora. Nunca ha sido perfecta, pero debería conseguir parar la masacre ilegal emprendida por Israel, evitar que la población sea utilizada por Hamás como un escudo, liberar a los rehenes y socorrer a los civiles sometidos a situaciones inhumanas, a la destrucción y a la muerte. En eso todos podemos estar de acuerdo.
Una de las notas constitutivas de la verdad es su complejidad. No hay mejor ejemplo de ello que las desgracias de Oriente Medio. Aceptemos que el pueblo palestino lleva razón en sus reivindicaciones y que ha sido hostigado, maltratado y aprisionado por el afán territorial de Israel y aceptemos que Hamás no es el pueblo palestino y que llevó a cabo un ataque inhumano que no sólo mató israelíes inocentes sino que puso en peligro y llevó la destrucción a su propio pueblo. Proclamemos que la respuesta de Israel es ilegal, va más allá de cualquier ley del Talión, y vulnera todas las normas internacionales. Todo ello puede ser verdad a la vez. Eso y el interés por romper los acuerdos de Abraham y todos los otros que individualmente puedan tener las naciones que soporten principalmente a uno u otro bando. Aprendamos que el equilibrio mundial está variando y que los grandes actores hasta ahora periféricos están jugando sus cartas. Todos los citados están realizando esfuerzos de propaganda. Von der Leyen corrió a hacer su propio esfuerzo de propaganda arrogándose una representación que no tenía. El propio Borrell ha tenido que reforzar una idea sencilla a la que la propaganda está matando: se puede simultáneamente aborrecer la masacre de Hamás y condenar las matanzas de Israel. Pensar que hay que optar es propaganda.
Si nos sirven imágenes dantescas de horror y muerte no es por casualidad ni por respeto a las víctimas ni exclusivamente para que seamos conscientes del dolor infligido por unos y otros. Si circulan las imágenes es porque sirven a la propaganda. Exige un esfuerzo suplementario saber quién las mueve, con qué objeto y buscando qué reacción y de quién. Si unos y otros repiten que todo es muy sencillo y que hay unos buenos –los suyos– y otros malos –los contrarios– exigiendo una adhesión completa y sin fisuras al bando moralmente determinado, eso es propaganda. La inmediatez no es una aliada. Aquí no hay buenos y malos, hay inocentes y agresores, y coexisten en ambos lados.
Si en vez del microscopio usamos un gran angular, podremos vislumbrar además un espectro de consecuencias y de oscuras señales que son de una amplitud que sí que nos compete. La sangre nos ciega y nos enternece y nos emociona pero, como en casi todo en la vida, es la razón la que nos puede hacer avanzar. El primer síntoma de catástrofe es la inoperancia de las instituciones creadas tras la Segunda Guerra Mundial para controlar y evitar los conflictos. La ONU no controla ya las violaciones de las naciones, sus resoluciones no son respetadas y no resulta fácil que pueda poner en marcha fuerzas de interposición para detener los combates y que pueda negociarse una solución.
El segundo, terriblemente preocupante, es la constatación de la falta de peso de nuestro continente, Europa, por sí solo a la hora de controlar las violaciones internacionales o los conflictos tanto en nuestro propio territorio como en el ajeno; a esto hay que añadir la aparición cada vez más clara de brechas entre los diversos países a la hora de tomar una posición. Caso aparte son los espontáneos que aparecen incluso dentro de un mismo Gobierno, sobre todo cuando este ostenta la presidencia rotatoria de la UE. Hay muchos más. El recrudecimiento de los conflictos, los asaltos a fronteras, parecen denotar la pérdida de respeto de los actores internacionales a las normas que suscribieron en su día. Algo que debe preocuparnos a todos, al no saber quién será el próximo en decidir que la legalidad internacional no va con su ansia de dominio. Las guerras y la locura humana no van por modas. No llegan unas y sumen en el olvido a otras, no duran hasta que nuestra emocionalidad es sacudida por cualquier otra cosa en la agenda, ¿o sí?
Hay otras muchas facetas preocupantes. No olvidemos las eventuales reacciones de espontáneos o fanáticos que pueden traer parte del conflicto hasta nuestro territorio ni tampoco la híper reacción de algunos gobernantes, que puede dejar en la estacada algunas de las señas de identidad de nuestros sistemas democráticos como la libertad de expresión y de reunión. Detener a individuos por portar enseñas en apoyo de un pueblo, intentar prohibir manifestaciones, censurar la expresión de las opiniones o interpretaciones sobre lo sucedido en Oriente Medio puede ser un daño colateral inasumible para Europa. Cosa distinta es la actitud de prudencia o respeto que cada uno deba adoptar en función de sus vinculaciones institucionales: cuando tu solito puedes crear un problema diplomático que complique aún más las cosas, a lo mejor te lo tienes que pensar; porque no eres imprescindible y lo puedes empeorar.
La propaganda pretende convertirnos en misiles de odio. La templanza debe llevarnos a desconfiar, aun sin desprendernos de nuestros ideales ni nuestros compromisos. Enfrentarnos, enfrentar a los partidos, enfrentar a los gobiernos del mundo no es sino una forma de alejar un cese de las hostilidades y una eficaz y necesaria intervención humanitaria que debe anteceder a un plan realista de paz.
Puede que a alguno le haga sentir bien, pero lo que importa ahora son las víctimas, no nuestras rencillas ni nuestros intereses políticos.