Es verano y la noche no termina de caer. He vuelto, por unos días, a la casa de mi juventud. A esta casa que fue mía pero ahora es otra en la que hay nuevos muebles y la comida se ordena de una forma diferente. Alguien ha instalado una televisión frente al sofá en el que aprendí a tocar la guitarra.
Miro las estanterías, repaso lo libros que ahora contienen, busco algo nuevo que leer. Con los años he aprendido a viajar solo con tres libros y aunque sé que en algún momento sentiré la necesidad de leer de nuevo ese fragmento de Helena o el mar del verano que habla de cómo el cielo cambia de color con la caída del sol “verde más oscuro, y luego azul, y luego añil, y luego casi negro”, me resigno y escojo solo tres. Me acompaña un trío compuesto por Lydie Dattas, Jean Genet y Christian Bobin.
Resulta que Lydie Dattas no solo es una gran poeta, sino que tiene una biografía fascinante, llegó incluso a fundar un circo con su marido Alexandre que llevó su nombre hasta que en el año 2000 se divorciaron y ella empezó una relación con Christian Bobin. Así es como llegué a Bobin, porque prologa los libros de Lydie, pero yo quiero hablar de Lydie y el autor de El funambulista (Errata Naturae), Jean Genet.
Era 1979 Alexandre se encontró a Jean por la calle y le invitó a su apartamento para que conociera a Lydie que era una gran admiradora de su obra, hablaron durante horas y Genet se instaló en la planta de abajo.
A la mañana siguiente Genet sentenció: «no quiero volver a verla, me contradice una y otra vez. Además, Lydie es una mujer y yo odio a las mujeres».
Pensemos que Genet había pasado su vida en los márgenes, fue ladrón, estuvo en prisión, era homosexual, desertó de la guerra y ejerció la prostitución. Su obra está repleta de personajes épicos que viven libres, de personajes construidos fuera de la norma, de personajes todos ellos masculinos.
Dattas, dolida por el destierro al que había sido condenada escribió La noche espiritual (Errata Naturae), un conjunto de veintidós fragmentos escritos en prosa poética en los que se piensa a la manera de los personajes de Genet, se inserta en la otredad y desde allí reconstruye el mundo, lleva «lo femenino» hasta sus últimas consecuencias, se coloca en la noche más oscura, fuera de la cultura y el lenguaje y nos avisa: vuestra luz —la cultura, lo masculino— está hecha de mi noche —la naturaleza, lo femenino.
«He recibido una bofetada» responde Genet al leerlo y ahí es cuando empieza la conversación.
Miro por la ventana, la noche avanza, pero el cielo no termina de oscurecer, la tormenta ilumina las nubes y me devuelve la sensación de que el sol aún no se ha ido.
Sigo pensando en Lydie y Jean, en «lo masculino» y «lo femenino». Esta mañana he leído que el desde el Ayuntamiento de Barcelona crearán un Centro de Nuevas Masculinidades. Dice Ada Colau que “las recientes agresiones LGTBIfóbicas están muy vinculadas a un ”modelo patriarcal“ que hay que revisar”. Se refiere, entre otras, al asesinato de Samuel Luiz y de este modo dibuja una línea que une las violencias contra las mujeres con las violencias contra el colectivo LGTBI y más específicamente contra los hombres homosexuales.
Intento encontrar una buena definición de masculinidad que me ayude a entender qué quieren decir cuando le ponen el adjetivo «nueva» delante. Àngels Carabí afirma en un capítulo del ensayo Nuevas Masculinidades (Icaria) que al contrario de lo que podríamos suponer, la masculinidad se define en realidad en negativo, es aquello que no es lo lo femenino, lo étnico, lo homosexual. La homosexualidad, continúa la autora, además de ser «lo otro», supone una amenaza para la masculinidad. Me pregunto si cuando Antonio J. Rodríguez dijo eso de “habrá machismo hasta que los hombres sean capaces de besar otro falo” quería decir que la homosexualidad política podría ser una forma alternativa de imaginar la masculinidad, es más, si lo que quería decir es que el lugar desde el que podríamos empezar a repensar la masculinidad es la otredad.
Un rayo ilumina el cielo y una ráfaga de viento ha cerrado todas las puertas de un golpe, la copa de vino ha caído al suelo y hay cristales por todas partes. Me siento mal, esta ya no es mi casa, esta copa que ha estallado en mil pedazos no es mi copa.
Me detengo en la idea de nuevas masculinidades y en las críticas que aparecen en internet sobre la creación de este Centro. De todo lo que leo me interesa especialmente aquello que problematiza la palabra «nueva». Decir que algo es nuevo es decir que no está usado, implica una especie de renacimiento, de transformación radical, de borrón y cuenta nueva, como si pudiéramos ignorar el pasado, la cultura, empezar de cero. Parece que con nuevo lo que decimos implícitamente es que disfrazaremos lo anterior.
El viento aleja las nubes y la tormenta se aleja, la noche se vuelve más oscura. Miro esta casa que ya no es mi casa y pienso que contiene el recuerdo de mi paso por ella. Quedaron algunos de los muebles que yo compré y monté, permanecen las marcas que hice en la pared, puede que algunos de los cristales de la copa que hoy se me ha roto, los más pequeños, permanezcan escondidos entre dos muebles hasta que alguien los desmonte.
Vuelvo a Lydie. Cogió eso que nombramos como «lo otro» y lo llevó a sus máximas consecuencias, demostró que en realidad la luz solo existe porque existe también la oscuridad.
No estoy segura de poder imaginar una nueva masculinidad, una tan nueva que seamos incapaces de encontrar en ella restos de lo anterior. No estoy segura de que sea eso lo que queramos. Me interesa más una masculinidad que tenga memoria, que recuerde, que aprenda. Mi interesa imaginar una masculinidad otra que quepa en un mundo también otro.