Fue una crisis económica, claro, pero acabó desencadenando una crisis moral y de ahí viene la crisis política que es lo que se nos aparece delante. La llegada de esas candidaturas a algunas ciudades evidencia que una parte de la sociedad quiere hacer una purga moral.
Muchas personas no comprenden que medidas drásticas como la de la nueva alcaldesa de Barcelona de bajarse el sueldo al nivel de un funcionario jubilado sean razonables, pues ven que una ciudad con tal población, intereses e importancia pide una dedicación exhaustiva y unos gastos de desplazamiento y de todo tipo que prácticamente se tragarían el salario. Habría que discutir que cosa es “lo razonable”, pero probablemente acierten en que no es eficaz ni práctico ni practicable, ya se verá, y desde luego ese carácter ejemplarizante va a atraer las miradas de sus enemigos, que no le perdonarán el mínimo desvío de esa vía del voto de pobreza. Buena es la derecha española para el perdón y la aniquilación. Pero lo que caracteriza a la figura de Ada Colau es una autoridad moral que viene de los que padecen la desposesión, los oprimidos, los apartados.
La figura de la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, es distinta pero también ostenta una autoridad moral tanto por su trayectoria, la coherencia, como por su origen, el único origen legítimo para la democracia en un país llamado España: el antifranquismo. Manuela Carmena llega desde la lucha por la democracia, luego vino un sucedáneo que lo suplantó, y Carmena nos devuelve al origen con la frescura de la fuente.
En cuanto a los alcaldes gallegos que estos días fueron noticia, hicieron lo contrario de aquello a lo que nos tenían acostumbrados los políticos de izquierda, practicaron la laicidad. Se trataba de la relación entre la Iglesia y el Reino de Galicia, subsumido en el Estado Español. La separación entre Iglesia y Estado es un tema en España no sólo complejo políticamente sino también históricamente que afecta a la clave del estado, la Monarquía, el caso es que estos tres alcaldes por primera vez practicaron la separación ritual de poderes.
Todas ellas son medidas y actitudes públicas que pretenden ejemplarizar una nueva ética política: la coherencia entre las palabras y los actos. Cuestionan directamente la moral social que construyó históricamente la nación española, el cinismo y la hipocresía que encubría el dominio obsceno de los poderosos sobre los humillados. Sin duda representan un intento de cambiar la moral social que sustenta las relaciones de dominio y explotación: son los primeros liberales en mucho tiempo. Entendido liberalismo en su sentido legítimo e histórico, en el de Stuart Mill, son personas que quieren ejemplificar que creen en “la verdad” y la coherencia.
Que la crisis económica en buena parte del mundo creó una crisis moral explica también la llegada al Vaticano de un Papa como Francisco. Responde al espíritu de la época en una parte del planeta, no en todo.
Pero estos que nos son más cercanos serán examinados con lupa cada uno de sus días, inevitablemente atacados y, probablemente, destruidos porque, como experimentó y conoció Azaña, eso es algo hostil a España. Ya veremos.