El problema de la deuda griega tiene solución económica, relativamente sencilla, aunque su puesta en práctica esté sembrada de dificultades políticas, diferencias ideológicas y rencillas personales. Sobran prejuicios que han intoxicado la opinión pública, creando una ola de apoyos emocionales a favor y en contra de cada una de las partes enfrentadas, y que nos ha alejado a todos de la sensatez.
En contra de una falsa intuición muy extendida, el objetivo no es anular la deuda griega (que, en cualquier lugar del mundo, se refinancia con nuevas emisiones) sino hacerla sostenible con un coste presupuestario que sea razonable. Por razonable, concepto que parece ausente en la mesa de negociaciones de Bruselas desde hace meses, se entiende un esfuerzo de consolidación presupuestaria que no ahogue el crecimiento económico.
Éste ha sido precisamente el error de la política económica aplicada hasta el momento, que ha perseguido la reducción de las ratios de deuda actuando con excesiva fruición sobre el numerador (austeridad), e ignorando que el crecimiento económico es lo que, a lo largo de la Historia, ha permitido resolver problemas de endeudamiento como el actual.
El PIB per cápita griego en 2007 era de 20.891 euros, según se infiere de Eurostat. Sólo con que la economía griega hubiera crecido a un 2% nominal desde entonces, a cada griego le habrían correspondido 24.525 euros en lugar de los 16.426 estimados en 2014. Esto representa una pérdida de 8.099 euros por habitante. Como la deuda pública se ha incrementado en 7.552 euros por cada griego, se tiene que la falta de crecimiento ha generado un coste mayor que la deuda en sí misma. O, dicho de otra manera, que las ganancias asociadas a un crecimiento que no ha existido habrían permitido compensar con creces el incremento de la deuda.
El problema de corto plazo
Grecia ha hecho un esfuerzo enorme, que debe ser mantenido, para convertir lo que eran déficits primarios recurrentes en un saldo positivo. Actualmente, para que la deuda griega sea sostenible es suficiente con fijar un objetivo de superávit público del 0,5%, un crecimiento económico del 2% nominal (que incluye la inflación) y un tipo de interés implícito que no supere el 2,3%. Puesto que Grecia cerró 2014 con un superávit del 0,4% y un tipo de interés implícito del 2,2%, la sostenibilidad de la deuda griega en el corto plazo pasa porque su economía pueda crecer anualmente un modesto 2% nominal.
Estamos hablando de un escenario perfectamente factible que no justifica la tensión vivida entre Antenas y Bruselas desde inicios de año. El problema de Grecia en el corto plazo no es tanto de insolvencia como de falta de liquidez, algo que en modo alguno puede justificar su salida de la zona euro.
El problema de largo plazo
El segundo programa de rescate para Grecia, que finalizaba en 2014 pero que ha sido prorrogado por dos veces a la espera de un nuevo acuerdo, tenía por objetivo llevar la ratio de deuda pública griega al 110% del PIB en 2022. Ese objetivo nunca fue muy realista, tal y como se puede observar en la gráfica adjunta, elaborada a partir de datos PDE de la Comisión Europea.
La línea azul representa las combinaciones de superávit primario y crecimiento nominal que, con los datos de 2012, habrían permitido (bajo el supuesto optimista de un tipo de interés implícito del 2%), conducir la ratio de deuda griega al 110% en 2022. Cualquier punto por debajo de esta línea representa combinaciones de superávit primario y crecimiento que no permiten alcanzar este objetivo. Finalmente, el punto azul sobre dicha línea corresponde al escenario que el Eurogrupo tenía en mente para Grecia cuando aprobó el segundo programa de rescate: un superávit primario del 4,5% del PIB.
No está claro hasta qué punto los miembros del Eurogrupo eran conscientes de que la consecución de dicho objetivo pasaba porque Grecia fuese capaz de crecer a un ritmo promedio anual del 3,0% desde 2012 hasta 2022 (siendo que su PIB se había contraído un 18,2% entre 2009 y 2012). Como se puede observar en la gráfica, prácticamente ninguna economía de la zona euro habría podido cumplir los objetivos previstos para Grecia. Alemania, por ejemplo, creció al 3,4% nominal entre 2009 y 2014 pero lo hizo con superávit primario del 1,1%. No queda más remedio que pensar que el Eurogrupo creía, efectivamente, en los efectos expansivos de la austeridad.
Soluciones factibles de largo plazo
Asumiendo que Atenas se ciñe a un superávit primario del 1% anual, con un tipo de interés promedio del 3% en el largo plazo, y un crecimiento nominal del 4% (similar al experimentado por Grecia en los últimos treinta años), sería necesaria una quita de 50 puntos de PIB con respeto al nivel de 2014 para poder alcanzar la ratio del 110% en 2022; si se considera un tipo de interés del 2%, sería necesaria una quita de 40 puntos.
A partir de esta base, distintos escenarios son posibles:
- Que el Eurogrupo insista en no negociar una nueva quita. En este caso el objetivo del 110% sólo se podría alcanzar en 2022 con un superávit primario próximo al 7% (o al 5,5% si el tipo de interés fuese el 2%). Grecia nunca firmaría esto, con razón.
- Que el Eurogrupo insista en no negociar una nueva quita, pero acepte negociar un calendario de pagos más largo. En este caso habría que fijarse como horizonte el año 2042 (si se considera un tipo de interés próximo a 2%, el plazo se reduciría a 2032). Es una opción dura para Grecia en cuanto que significa seguir tutelada casi treinta años más. Quizás sea también, por qué no decirlo, una manera coercitiva de que Grecia introduzca en su acervo una cultura de responsabilidad fiscal de la que ha carecido hasta el momento. Para quienes están en contra de una nueva quita, esta solución entraría dentro de lo políticamente correcto, pues podrían presentar el acuerdo como no-perjudicial para los intereses del Estado que representan.
Nada nos dice que el Eurogrupo siga teniendo en mente reducir la deuda griega al 110% en 2022. Es poco probable. Pero cualquiera que sea el objetivo de largo plazo que se plantee es necesario llegar a un acuerdo entre la quita que se aplique y el calendario de reembolsos. A menor quita, mayor plazo, y viceversa. Cualquier otro razonamiento carece de lógica económica. Si el objetivo de largo plazo fuese alcanzar el 60% en una generación entonces, sin quita, no habría solución asumible.
En definitiva, existe margen para un acuerdo económico sensato que, si bien no dejará satisfecha completamente a ninguna de las partes enfrentadas, permite la permanencia de Grecia en la zona euro en condiciones razonables. El Gobierno griego tiene que negociar con números sobre la mesa, seriamente. Y el Eurogrupo debe aceptar el fracaso de la austeridad expansiva. Europa no merece el espectáculo lamentable que nos están ofreciendo ambas partes y, mucho menos, un retorno a los nacionalismos. Los griegos ya han sufrido suficiente.