Pedro Sánchez tenía un chollo con Pablo Casado. Desde muchos meses antes de su entrada en barrena era un hecho evidente para todo el mundo que el entonces líder del PP no era un rival de altura, que con él a la cabeza era prácticamente imposible que la derecha ganara las elecciones. Esa suerte de milagro se ha acabado. Y ahora la izquierda se enfrenta a la dura realidad de que delante tiene a un rival sólido que no solo crece en las encuestas, que eso puede ser coyuntural, sino que transmite la sensación de que tiene las ideas claras y, lo que es más importante, al que su mundo, el político, el social y el institucional, apoya sin fisuras.
Si la defenestración de Casado ha sido tan rápida e indolora, salvo para él mismo y un reducido núcleo de adictos, es porque su permanencia en el poder del partido era ya inviable. Y aunque en silencio, todos lo sabían. La coalición que acabó con él se conformó en cuestión de horas porque estaba ahormada desde hacía semanas. Los poderes reales del PP, los barones con mando en plaza y la poderosa prensa adicta, actuaron como si llevaran meses preparando el ataque. Isabel Díaz Ayuso puso la guinda, actuando como batallón de choque. Ahora ha pasado a un segundo plano, acatando también ella el liderazgo de Núñez Feijóo. Y no cabe pensar que vaya a salirse de ese papel. Tal vez por eso Miguel Ángel Rodríguez está tan nervioso.
El presidente gallego del PP no necesita sobreactuar ni recurrir a inventos de su gabinete de ideas para transmitir el mensaje de que él manda, de que quiere ganar y de que puede hacerlo. Y ese mensaje ha calado en la sociedad. En la derecha, pero también en la izquierda. Hasta Vox parece haber asumido que las cosas han cambiado, que ha dejado de ser un verso suelto que podía sorprender a unos y a otros y que no tiene más remedio que colocarse en un plano secundario en el que manda un Feijóo al que no va a ser fácil criticar y menos denostar.
Aunque todavía faltan muchos pasos para que esto se concrete del todo, Vox ha dejado de ser el problema número uno del PP, como lo fue durante todo el mandato de Casado. Núñez ha asumido que llegará al Gobierno en coalición con el partido de Santiago Abascal, tal y como acaba de ocurrir en Castilla y León y que el mundo no se va a acabar por eso. Parece que no le asusta lo más mínimo gestionar ese entendimiento. Que no es contra natura, porque ambas formaciones salen del mismo odre, porque sus lindes se difuminan en las distancias cortas. Y, sobre todo, porque no le queda otra.
El efecto movilizador de la izquierda social que pueda tener esa alianza no va a ser grande. La gente, por muy de izquierdas que sea, termina asumiendo lo obvio. Y lo obvio es que en un país que globalmente, y ya desde hace algunos años, se desplaza hacia la derecha, el PP y Vox no tienen más remedio que entenderse. Casado no tenía empaque político para asumirlo, temía que el mundo se le viniera encima si lo hacía. Feijóo no tiene problemas al respecto. Y ha demostrado que esas cosas se pueden hacer sin decirlas.
Ante ese nuevo panorama, la izquierda tiene problemas. El primero y más importante, el de la crisis económica que ha provocado la invasión de Ucrania. Y, en particular, el de la inflación desatada, que ha sido siempre el peor enemigo de un gobierno porque el único remedio que tiene para hacer frente a la enorme impopularidad que provoca es acabar con ella. Y eso parece imposible cuando menos a corto y medio plazo.
Un pacto de rentas, con los empresarios y los sindicatos, pero también con el imprescindible apoyo del PP, podría ayudar mucho. Pero Núñez Feijóo no le va a hacer ese regalo a Sánchez sin obtener a cambio una compensación política, en forma de contenidos concretos del pacto, que le empuje más hacia La Moncloa. No se va a oponer tajantemente a la idea, porque eso tampoco es popular, pero no va a hacer mucho para concretarla.
Otro problema del Gobierno es que el futuro de su coalición parece estar en cuestión. Como si ya estuviera trabajando en el escenario que se creará si la izquierda va a la oposición, Podemos ha entrado en rumbo de colisión con el PSOE. Y no solo, sino que también ha lanzado una ofensiva abierta contra Yolanda Díaz, líder de la corriente partidaria del entendimiento con Pedro Sánchez. Pablo Iglesias, que hace dos meses parecía haber renunciado a cualquier protagonismo político, encabeza esa batalla en primera persona. Es incomprensible que quien la aupó como su sucesora, pocas semanas después esté tratando de destruirla. Pero parece ser que Yolanda Díaz ha cometido dos errores imperdonables: uno, querer reformar Unidas Podemos. Dos, alcanzar altas cotas de popularidad.
Las revelaciones sobre el espionaje del CNI a decenas de personalidades del independentismo catalán han venido a ennegrecer aún más el panorama para el Gobierno. Porque esas prácticas también se llevaron a cabo al menos durante dos años del mandato de Pedro Sánchez. ¿Lo sabía el presidente del Gobierno o estamos ante un nuevo caso de autonomía criminal de un organismo tan decisivo del aparato del estado como es el CNI?
Ante un hecho tan grave -aunque a no pocos en la derecha, aunque también en la izquierda, les parezca normal que se espíe a los independentistas- no caben declaraciones sin contenido como las que está haciendo el Gobierno, al que la cosa ha pillado en renuncio. Pero no cabe esperar que se haga mucha luz sobre el asunto. Al menos a iniciativa de La Moncloa. Porque por poco que reconozca, se volvería en su contra.
Sánchez y los suyos harán todo lo posible por que el tiempo vaya pasando. La pregunta es si el entramado de fuerzas que lo sostienen en el Parlamento va a poder aguantar ese tiempo. Y por el momento no hay respuesta. Porque si bien es cierto que los independentistas temen más que nadie que la derecha se haga con el poder, ese argumento pierde fuerza a la luz de la indignación popular que el escándalo ha suscitado en Cataluña y que no tiene trazas de ceder. Por tanto, la pelota del apoyo parlamentario de Esquerra al PSOE ya está en el alero. Puede que también la del PNV. Y la de Bildu.
No cabe hacer previsiones. Lo que está claro es que Núñez ha aterrizado con buen pie en el panorama político nacional.