Amaba el fútbol, por eso repudio el negocio en el que se ha convertido. Existe una máxima entre los aficionados a este deporte que extrañan una competición donde no solo importe el dinero del club: odio eterno al fútbol moderno. Como todos los eslóganes y proclamas peca de un exceso de simplificación y de una romantización peligrosa de lo antiguo, una nostalgia excesiva pero que sirve, más que como añoranza de lo perdido, como crítica a lo presente. Una censura al fútbol como multinacional global para sustituir a lo que antes fue un deporte.
Esta transformación de modelo tiene un efecto evidente en los valores que transmite. Si solo busca el beneficio poco importa todo lo emocional que para la afición de los clubes es parte fundamental de su vida. Un modelo que prioriza unos horarios para lograr visitas televisivas en China a costa de evitar que las aficiones locales puedan disfrutar de su equipo va en la línea contraria a los preceptos originales por los que el fútbol nació. Un negocio que se lleva una competición nacional a Abu Dhabi para hacer negocio y blanquear a una dictadura criminal.
Al fútbol se le permite todo, con el fútbol nadie se atreve. Por eso se tolera con normalidad que en la rueda de prensa Joan Laporta diga sin vergüenza que Messi se va del club porque le obligan a cumplir las normas. Como reproche. Porque están acostumbrados a eludir las leyes y las reglas que nos conciernen al resto de mortales como si fueran esa línea trazada con la que los árbitros marcan la barrera, como una espuma etérea y volátil que desaparece al cabo de unos segundos. Messi se ha convertido en noticia mundial mientras se disputan los JJOO por dejar el Fútbol Club Barcelona, que es en sí mismo una muestra de la hipérbole que rodea al fútbol de élite. El mayor espectáculo deportivo de la historia oscurecido por el futuro individual de un futbolista. Lo colectivo por detrás del individuo como representación grotesca de la cultura neoliberal donde prima el culto al ego.
Joseba Etxeberría fue un futbolista internacional con España que jugó durante 15 temporadas en el Athletic de Bilbao, la última temporada la jugó gratis porque tenía como prioridad poder cumplir tres lustros vistiendo la camiseta del club que le dio todo. Es un gesto que no se le puede exigir a todo el mundo, solo admirarlo. Pero si alguien puede permitirse una actitud de este tipo son aquellos futbolistas que han ganado más millones de euros que ningún otro a lo largo de la historia. Si Messi quisiera quedarse a vivir en Barcelona y quisiera retirarse en el club de su vida siempre podría quedarse a jugar sin cobrar y más en una coyuntura donde el club tuvo que hacer un ERTE y empleados rasos tuvieron que perder parte de su sueldo. Le quedan pocos años de carrera y ya ha ganado más dinero del que podría gastar en su vida. No lo va a hacer, preferirá irse a otra ciudad europea lejos de su hogar para ganar otros 30, 40 o 50 millones de euros de salario y una prima de fichaje de otros 40 millones de euros. Será mucho más millonario y podrá volar de París a Casteldefells a ver a su familia en su avión privado, igual que hará Sergio Ramos, que es el mismo ejemplo al otro lado del puente aéreo.
No hay multimillonario que ponga el dinero por detrás de otras consideraciones. Hubieran trascendido, hubieran sido eternos de verdad, pero prefirieron más dinero. Pueden hacerlo y lo harán. Pero son unos valores de mierda los que transmiten siendo referentes mundiales para millones de menores y adolescentes. Odio eterno a Messi y a Ramos. Y a todos aquellos que teniéndolo todo solo quieren tener un poco más en la cuenta corriente. No importa lo que hayan conseguido con un balón, podían haber elegido ser únicos.
Cristiano Lucarelli, el Cristiano más grande que ha dado el fútbol, renunció a un millón de euros que le ofrecía el Torino para jugar en el Livorno, el equipo de su infancia. Al ser preguntado por la decisión, el jugador demostró que era especial: ''Otros futbolistas se compran Ferraris. Yo me compré la camiseta del Livorno''. Lucarelli es la concreción de los valores que echamos en falta en este deporte, una renuncia a lo material para privilegiar lo emocional. No lo hizo quien más dinero había ganado y más fácil hubiera tenido decir no a ese salario, sino un obrero del fútbol que sabía que el niño que fue viendo jugar al Livorno hubiera soñado vestir esa camiseta.
Las lecciones que usamos para usar como referentes forman parte de nuestra cultura colectiva. En el fútbol se puede ser ejemplo por muchas cosas y algunas son más importantes que la habilidad para tirar una falta o darle de trivela. Se puede ser el más grande jugando pero actuar de forma muy pequeña burlando a la hacienda pública de la que subsisten muchos de los que le adoran. Se puede actuar como Messi o como Lucarelli, como Sergio Ramos o como Joseba Etxeberría.