Cuando tenía 18 años y durante el verano anterior a empezar la Universidad fui a Londres. Entre otras cosas, tenía como objetivo la National Gallery. Y allí, La venus del espejo y.... Los girasoles de Van Gogh. Era el año 1993 y el cambio climático, aunque ya estaba actuando, no existía. Ni para mí ni para casi nadie. De hecho, aún faltaba un año para que entrara en vigor la Convención de Naciones Unidas para el Cambio Climático.
28 años después, estaba en la Cumbre del Clima de Glasgow. El cambio climático es un tag crucial para los algoritmos que surfean contenidos en internet. Todo el mundo sabe qué es. A la mayoría le preocupa. A una minoría le molesta tener que lidiar con ello. A todos nos afecta en alguna medida.
En los corredores de aquella cumbre pude charlar con una joven sobre la crisis climática. En la ciudad escocesa había un montón de chicos y chicas jóvenes. Algunos, activistas; otras, trabajadoras de las delegaciones. Se llamaba Irene y, entonces, tenía 22 años. Irene me dijo una cosa que fue reveladora: “Cuando yo tenga 50 años, nos tocará gestionar ese mundo”. El mundo recalentado. El de las sequías, los incendios, los huracanes y las inundaciones. El que hoy atisbamos y llamamos extraordinario, pero será su ordinario. “Es bastante aterrador”, me confesó.
Mientras ese sentimiento anida en tantos jóvenes, ¿qué ocurre? El resumen es fácil: los científicos han explicado la situación y la solución que pasa por reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero. Es razonable pensar que es demasiado radical. Que hay que encajar muchas piezas. Que igual hay que hacer las cosas más gradualmente.
Estado de la cuestión: en 2021 se batió el récord de emisiones. No es que bajaran algo, un poco, una fracción, se estabilizaran. No. Escalaron al máximo histórico. Y para este curso “subirán un poco”.
Ahora, algunos jóvenes están lanzando pintura o sopa a ciertos cuadros célebres. Los girasoles, Los almiares de Monet, El sembrador –también de Van Gogh– o el Campbell Soup de Warhol. También se han adherido con pegamento a marcos como unos activistas han hecho en el museo de El Prado. Lo hacen para llamar la atención sobre la crisis climática. Sobre cómo la Tierra va camino de recalentarse más allá de 1,5ºC y cómo NO se está aplicando la senda de la solución.
Todas estas acciones han merecido muchas críticas: por confundir el mensaje, por agredir al patrimonio, por generar antipatías a la reivindicación... He escuchado muchas voces censurando a estos jóvenes. Incluso de personas a las que no oí hablar demasiado sobre la crisis climática.
Por cierto, los cuadros escogidos para estas acciones contaban con capas de protección, por lo que las obras de arte no se han perdido. A cambio, la cuestión de fondo, es decir, el calentamiento global que avanza a “velocidad catastrófica” y causa una “carnicería”, según las palabras del secretario general de la ONU, Antonio Guterres, aparece en informativos, titulares, tertulias.... ¿mal negocio? ¿Mala publicidad?
Cuando la activista sueca Greta Thumberg irrumpió como altavoz de la reivindicación climática de los jóvenes, ella pudo hablar en todo tipo de foros. Fue invitada a la Asamblea general de la ONU, donde hizo famoso aquel “how dare you?”; también a la cumbre climática celebrada en Madrid en 2019. Fue una locura. Un baño de masas. Sus palabras resonaban en todo el mundo.
Pero, pasada esa fiebre popular, la realidad es la que es. Hay más CO2 en la atmósfera. Y parece que más se va a lanzar. Los últimos ocho años son los ocho más cálidos registrados. Los planes climáticos presentados por los países dejarán un mundo 2,5ºC más cálido. “No hay ninguna senda plausible para contener el calentamiento en 1,5ºC”, ha calculado la ONU. Esa es la matemática.
Ante este panorama ¿por qué parece tan loco manchar superficialmente unos cuadros famosos para llamar la atención? Las pinturas son patrimonio. Desde luego. También me lo parece el planeta (en el que tendrán que seguir viviendo esos jóvenes) ¿No lo estamos quemando? Ojalá hubiera tirado yo un poco de pintura a Los girasoles hace treinta años.