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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Una Omertá vomitiva

El presidente de la Generalitat durante 23 años supuestamente puso a toda su familia a cobrar comisiones de las obras públicas a la manera de una familia mafiosa. Y el negocio se les debió de dar muy bien, porque esta familia ha amasado –supuestamente– una enorme fortuna que ha ido poniendo a buen recaudo en paraísos fiscales. Este asunto escandaloso ha estado unos pocos días en la prensa y… ya. Ahora traen a un contagiado de ébola, montan un espectáculo completamente innecesario que roza lo ridículo, y consiguen llevarse todos los titulares además de ofrecer una imagen de eficacia que no se corresponde con la realidad. Es posible que hasta el PP haya considerado que lo de Pujol ya ha hecho el efecto deseado, tampoco hay que pasarse. Ahora a ver qué hace Mas, a quien en último caso va dirigida la andanada.

Si un presidente ha podido estar durante décadas cometiendo, permitiendo o favoreciendo supuestos delitos relacionados con la cosa pública y no se ha sabido nada es porque, en realidad, todos debían saberlo. Lo sabían los políticos (por eso una vez se le escapó a Pasqual Maragall); lo sabían por supuesto los empresarios (que debieron pensar que mejor callar y pagar que denunciar); lo sabían los medios de comunicación, que impidieron que se publicara e investigara (supuestamente porque dependen de subvenciones y apoyos publicitarios de la propia Generalitat); lo sabían los fiscales. Lo sabía todo el mundo.

El exfiscal Jimenez Villarejo ha denunciado claramente que los fiscales nombrados por el PSOE le prohibieron siquiera investigar, y nadie en ese partido ha considerado necesario dar una explicación ni, por supuesto, los diarios han querido hacer sangre en la herida. La familia Pujol ha robado, supuestamente, porque se lo han permitido; se lo han permitido hasta que el proceso soberanista ha venido a desvelar la cuestión. La corrupción se usa como arma arrojadiza contra el otro cuando hace falta, pero si no es necesario todos callan. Lo que aquí se estila es una paz cómplice. Una auténtica Omertá mafiosa. Estos días se ha hablado de todo: de las repercusiones del caso, de cómo afecta al proceso soberanista, de cómo afecta a CiU, de qué va a pasar con los Pujol… pero no veo que nadie denuncie que aquí, además de los supuestos delitos de la familia Pujol, ha habido connivencia y, como poco, dejadez en la vigilancia debida. En realidad, lo que ha habido es pura y dura complicidad.

La corrupción es repugnante, pero a mí como ciudadana me repugna casi más ver cómo los políticos fingen una gran indignación y una gran honorabilidad personal para denunciar la corrupción ajena mientras su propio partido hace exactamente lo mismo en otra comunidad autónoma, en otro pueblo o en otra ciudad; en estos casos, además del delito, nos dan una bofetada, nos insultan, nos toman por idiotas. Me repugna lo que ha hecho Pujol, pero me repugna saber que se sabía y que no hicieron nada para denunciarlo. Me pregunto qué tendrán todos que ocultar cuando no quisieron desvelar un escándalo como este.

La semana pasada se representó Pluto, de Aristófanes, en el festival de teatro de Mérida en una versión de Emilio Hernández dirigida por Magüi Mira. La versión utiliza un lenguaje actual para representar una obra escrita hace más de 2.000 años y, sin embargo, no chirría. No chirría porque Aristófanes describe una situación muy parecida a la actual: una democracia que se pudre ahogada en políticos ladrones y corruptos. En esta versión del Pluto representada en Mérida hay un momento en el que los actores comienzan a gritar “estamos de ladrones hasta los cojones” y, sorprendentemente (o no) el público que asistía a la representación se unió entusiasmado al grito que lanzó Aristófanes hace miles de años y comenzó a gritar con los actores. Fue, al parecer, un momento catártico.

Ese grito es general. Estamos de ladrones hasta los mismos cojones y hasta los mismos ovarios; no podemos más, el asco nos ahoga mientras nos sentimos encima de un pudridero. Y sin embargo, estos personajes que nos gobiernan o que nos han gobernado, cómplices de que hayamos llegado hasta aquí, continúan como si nada, desgranando sus mentiras, sus propuestas insulsas, sus insultos. Rajoy con su cara de palo nos insulta cuando aparece en la televisión anunciando mejoras que no llegan a la gente; Pedro Sánchez con su cara de felicidad anuncia cosas que no nos importan y nunca dice nada de lo verdaderamente importante, y la mayoría de IU parece más preocupada por Podemos (es decir, por sus cuotas de poder) que por lo que pasa.

El otro día una lectora me dijo que no pusiera tanta emotividad en mis artículos. No sé si puedo evitarlo. Lo cierto es que esta política me produce una enorme náusea; y me parece también que, afortunadamente, este sentimiento es compartido por la mayoría, como demuestran las últimas encuestas del CIS. Espero que este asco compartido traiga una marea imparable de cambio porque si no, nos ahogamos.