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Pablo Iglesias con el partido de Pablo Iglesias

A pesar de todo, que Pablo Iglesias y otras personas de Unidas Podemos lleguen a formar parte del Gobierno de España es una buena noticia para las izquierdas en unos cuantos sentidos. Al líder se le ha acusado hasta la saciedad de personalismo, de arrogancia extrema, de depurar a los disidentes. Muchos y muchas se han apartado de su lado y ha perdido apoyos y poder a nivel territorial. Los detractores también hacen hincapié en los 600.000 votos que la formación ha perdido respecto a las elecciones del pasado mes de abril. Sin embargo, es meritoria la resiliencia y la “perseverancia” que Iglesias ha demostrado en medio del fuego cruzado que no ha cesado desde el nacimiento, hace cinco años, de Podemos. Ha habido de todo: fuego enemigo, fuego amigo y autodisparos al pie. Pero, si todo sale como conviene, está a punto de ser vicepresidente del Gobierno. Incluso en los tiempos de la política de la inmediatez y la sorpresa, esta posibilidad debe causar un asombro positivo entre las filas progresistas (incluida esa militancia socialista que se lo gritaba a Sánchez el 10 de noviembre a los pies del balcón de Ferraz), así como causa estupor y temblores entre conservadores y provoca la cólera de dios entre fachas y ultrafachas.

A falta de otras opciones medianamente aceptables para el PSOE, y ante unos resultados de Vox que a nadie le han extrañado ante la repetición de elecciones, a Sánchez le parece ahora “imprescindible” el acuerdo con Iglesias y así se lo ha hecho saber a las bases en una carta que les hizo llegar este fin de semana. Y las izquierdas deben celebrarlo. Incluso si, como escribió Pablo Iglesias a sus propios militantes en su correspondiente misiva de hace unos días, la coalición con el PSOE conlleva “muchos límites y contradicciones” y que haya que “ceder en muchas cosas”. Lo importante es aquello que logre superar esos límites y todas aquellas cosas en las que se consiga no ceder: “Mejorar la vida de la gente desde el Gobierno de nuestro país”, dice también la misiva. Nadie lo habría dicho hace cinco años y supone un antes y un después, un cambio real, en la política nacional. A lo mejor sí se puede. Aunque sea poco, aunque sea insuficiente, aunque sea frustrante.

Este gobierno de coalición vendría además a producirse cuando el franquismo colea, acaso, en su estertor final, aunque las urnas parezcan decir lo contrario. La momia del dictador ya salió del Valle, por lo que, más allá del sociológico, del franquismo residual queda un modelo de jefatura del Estado que, tarde o temprano, habrá que revisar. No será temprano, pero será. De ahí, la defensa a ultranza que Vox hace, explícita e insistentemente, de la corona. Pablo Iglesias no viene a tocar ese modelo, sabe que aún no podría hacerlo. Pero es relevante para el futuro del Estado que el republicanismo entre en el Gobierno. Más aún en los tiempos de la política de la inmediatez. Porque quién sabe.

Unidas Podemos en general y Pablo Iglesias en particular no lo tendrán fácil en el gobierno de coalición con el PSOE. Para empezar, con el problema catalán y los que en mi opinión son presos políticos. A ver qué dice Esquerra, y qué vota o no vota. Para seguir, con los poderes económicos, los poderes financieros y los derechos laborales. Y, siempre, con las propias izquierdas, que deberán entender que no es momento para acusar a Iglesias de querer perpetuarse en el liderazgo: en última instancia, eso sería lo de menos para los intereses comunes de esas propias izquierdas. Que los hay. Como hay diferencias inexcusables: por ejemplo, la cuestión de la tauromaquia, que tampoco Iglesias podrá abordar si en el Gobierno siguen personas como Calvo y Ábalos, que defienden activamente la tortura, y cuando él mismo ha demostrado ser tibio al respecto. No cabe esperar nada al respecto.

Es difícil, pues, celebrar desde la decepción previa y, sin embargo, conviene celebrar la posible entrada de Unidas Podemos al gobierno. Conviene por ánimo político, por inteligencia emocional política, si puede decirse así. Conviene, mucho más allá de que quien entre se llame Pablo Iglesias. Conviene, de hecho, olvidar a la persona (esa persona a la que se acusa de personalismo), aunque sea la persona que ha resistido hasta lograr estar ahí. También conviene imaginar que quizás este Pablo Iglesias pueda llevar al PSOE en el gobierno algo de aquel otro que llevaba su nombre. Aquel Pablo Iglesias republicano, antitaurino y socialista.