Hay ancianos que conservan la curiosidad y la permeabilidad y hay jóvenes que son impermeables al espíritu de su tiempo, pero quien no es capaz de actualizarse con su época perece.
No es el caso de la Iglesia Católica, un ser con gran capacidad de supervivencia. Probablemente permanezca el Vaticano cuando la humanidad se extinga. Cada ser tiene sus estrategias para sobrevivir, el Vaticano necesita hacer política para tener poder y existir.
En ese sentido, el papado de Karol Wojtyla, Juan Pablo II, fue histórico. Juan XXIII había abierto la Iglesia al mundo y ese ciclo se cerró de un portazo cuando Juan Pablo I murió repentina y oportunamente, dando paso a Karol Wojtyla. Wojtyla, Juan Pablo II, fue un verdadero jefe de Estado. Con él, el Vaticano actuó como una potencia ideológica muy agresiva políticamente que fue decisiva para derribar la URSS y concluir así la etapa de la Guerra Fría.
Al caer la URSS, los EE UU cobraron su botín e instalaron su dominio económico y sus bases militares en los países que habían sido del Pacto de Varsovia. En esta ocupación histórica llegó hasta Ucrania, la misma frontera rusa; donde hace un año apoyó un golpe de Estado de acuerdo con sus intereses militares. Pero el Vaticano también cobró botín y ganó un dominio territorial en varios de esos países, se trataba de un tipo de guerra que consistía todavía la ocupación de espacios, de estados, al enemigo. Por eso, y porque era un hombre de cultura autoritaria, no tuvo escrúpulos para bendecir al entonces presidente de Chile, Pinochet.
Wojtyla fue un político cortesano astuto y utilizó el poder del Opus Dei, confundiendo los intereses de éste con los vaticanos, pero también era un político de su tiempo, supo utilizar los medios de comunicación audiovisuales y se transformó en un icono pop.
La Iglesia en aquel momento adecuó su doctrina para que sus intereses coincidiesen con los de EE UU, el capital y la ultraderecha internacional en una lucha contra el llamado “Imperio del Mal” para imponer sus posiciones mundialmente. En estos momentos la Iglesia está haciendo una corrección de rumbo. El nuevo papa adecúa nuevamente la doctrina católica, distanciándose ahora de sus aliados anteriores, y se lanza al encuentro de quienes padecen el nuevo orden mundial. Francisco es un papa social que se lanza a la conquista ideológica del mundo.
Para su primera encíclica, su presentación teológica en sociedad, escogió como asunto la ecología, demostrando que piensa de modo global, que le preocupan los abusos de los poderosos y que sintoniza con generaciones urbanas y modernas. Mejor, imposible.
El sueño de este papa creo que es conseguir que los valores del cristianismo católico sean aceptados como universales, ecuménicos, y que el mismo Vaticano sea un faro moral para la humanidad (a quienes fueron educados como católicos y posteriormente hayan sido marxistas ese sueño universal les resultará muy familiar). Nada es eterno, pero si Francisco lo consigue, y la Iglesia es capaz de cualquier cosa, le habrá dado al cristianismo una nueva etapa de vida histórica. Para ello tiene un obstáculo formidable: la Iglesia Católica es terriblemente patriarcal, es incapaz de reconocer a las mujeres en su integridad y eso en esta parte del mundo ya no es aceptable. En todo caso, conociendo el poder ideológico de la Iglesia, hay que escuchar con atención a este papa.
Y unos días después tuvo lugar la presentación en sociedad de Pedro Sánchez. El PSOE es hoy un partido que, aunque ha ganado poder territorial como consecuencia de los pactos tras las elecciones, se ve cuestionado históricamente. La realidad anterior, que era uno de los dos pies del sistema político ya es historia, y el partido lo sabe y sabe que peligra su existencia misma.
Sin embargo la presentación del candidato socialista escenificó justo lo contrario, la escenografía y el formato quiso escenificar un gran poder y, además, un gran poder encarnado en un único líder. Ni la presidenta del partido ni otras figuras o cargos del partido tuvieron espacio, sólo él y su secretario, y en cuanto a la escenografía, parecía de Corea del Norte, los asistentes eran un rígido decorado para admirar al líder. Como si ya hubiese ganado las elecciones y representase “la soledad del poder”. Inevitablemente, la caricatura de los candidatos norteamericanos.
Causa un poco de asombro que el PSOE sea tan incapaz de repensar el poder político y la cultura social que es hoy más extendida y común. Es como si Pedro Sánchez siguiese entendiendo el poder igual que el venerado Felipe González a bordo del Azor.
Acerca de la bandera nacional, roja y gualda, la elección que hizo el borbón Carlos III en su día sin duda es muy efectiva plásticamente. Merece consideraciones más profundas, pero hoy no cabe todo.
El banderazo tiene un sentido, un modo de reclamar el centro del campo nacional español, la búsqueda del “orden” y “el centro”. El centro político español es un lugar mítico donde habitan pegasos, hadas y unicornios, regado por la fuente de la eterna juventud. Llamando a ese lugar mítico la dirección socialista espera que las generaciones más ancianas y temerosas acudan a esa fuente a beber. Los jóvenes están revoltosos así que deposita su esperanza en los mayores.
Hay especialistas en todas las cosas, ese rumbo trazado se basa en estudios sociológicos y estadísticas y tiene sentido en términos de lucha por el poder, puede ser un acierto táctico pero supone la renuncia a la hegemonía de las ideas de izquierda. A veces conseguir el poder es el triunfo de una ilusión, pero otras veces conseguirlo es una derrota interior. En este momento no está nada claro cual es la cultura política y la ideología del PSOE. Hace años un ministro franquista, Pío Cabanillas, nos contó que se puede alcanzar el poder sin tener proyecto político alguno, pero no es cierto. Igual que la naturaleza aborrece del vacío cuando un partido se vacía de sus propios valores su lugar lo ocupan los valores e intereses del vecino.
Francisco, en su alocución, predica esperanzas. Sánchez, en la suya, nos advierte y pide cuidado. Ahí no hay alegría y sin alegría no hay esperanza. Sólo unas frases huecas que desnudan un vacío.