Algunos problemas ambientales de lo más serio surgen de gestos cotidianos de lo más simple, como el de sorber el refresco por una pajita de plástico. Muchos pensarán que no hay para tanto. Vale. Pues ahí va un dato: solo en Estados Unidos cada día se usan y desechan 500 millones de pajitas de usar y tirar. Engarzadas una tras otra darían dos veces y media la vuelta al planeta. Cada día.
Otro. Según McDonald’s, en sus establecimientos del Reino Unido se consumen a diario 3,5 millones de pajitas. 1.300 millones de unidades al año. Insisto: solo en los McDonald’s británicos. En respuesta a ello algunos restaurantes del Soho londinense han puesto en marcha una campaña de sensibilización llamada “Straw Wars” (la guerra de las pajitas).
El problema derivado del alto consumo de pajitas es que en su mayor parte acaban en el mar. Según Greenpeace, cada año llegan a los océanos ocho millones de toneladas de plástico, lo que supone el 80% de la contaminación marina a nivel mundial. En el caso del Mediterráneo el 96% de la basura marina que flota en la superficie y el 72% de la que se acumula en nuestras playas son plásticos. Y las pajitas están entre los residuos más abundantes. Este tipo de residuos suponen una trampa mortal para miles de especies marinas, como la tortuga de la foto, a la que se le metió una pajita por el orificio nasal.
Estamos en el mismo caso que el de las toallitas húmedas o los bastoncillos de oído. Vamos a buscar culpables para externalizar responsabilidades. Los fabricantes: ellos son los primeros en ser señalados. Las podrían hacer con materiales biodegradables, dirán muchos. Hace unas semanas me presentaron a un par de jóvenes emprendedores que han detectado el problema (y la oportunidad) creando una marca de pajitas comestibles. Eso está muy bien.
Pero es que no sé si se han quedado con las cifras de consumo: 500 millones de unidades diarias y solo en Estados Unidos. A nivel mundial, y aunque muchos medios se atrevan a dar datos al respecto, es imposible saber cuántas pajitas se consumen al año en el mundo, ni el propio sector se atreve a dar un cálculo aproximado, aunque estaríamos hablando de más de un billón. La solución pues no pasa por cambiar de material, sino por cambiar de hábito.
“La última pajita de plástico” es una iniciativa impulsada por la Plastic Pollution Coallition, una organización que agrupa a más de 500 grupos ecologistas y de acción humanitaria, asociaciones médicas y organizaciones de consumidores de todo el mundo para promover la lucha contra la contaminación provocada por los plásticos y evitar su impacto tóxico en los seres humanos, la naturaleza y el medio ambiente.
En su página aparecen numerosos datos que evidencian la magnitud del problema de las pajitas y se recogen diferentes propuestas para hacerle frente. Todas ellas parten de un principio de acción fundamental: la participación ciudadana en el cuidado del medio ambiente. Porque sin nosotros no tenemos esperanza.
Si no somos capaces de renunciar a algo tan chorra como el consumo lúdico de pajitas de usar y tirar, si creemos que tomarnos un mojito a sorbos o bebernos la horchata a tragos es una pérdida de calidad de vida a la que no estamos dispuestos a renunciar por el bien del planeta, entonces que el último apague la luz.
Porque sabéis una cosa, como os comentaba hace unas semanas con el tema de las toallitas húmedas que tiramos por el váter, la que se nos viene encima es tan gorda, el reto medioambiental al que no enfrentamos es tan serio, que tal vez cuando queramos reaccionar no seamos capaces ni con acciones mucho más costosas. Entonces nos acordaremos de este tiempo de relativismo e indolencia y nos arrepentiremos de ello. Pero todavía estamos a tiempo: haz que la próxima sea tu última pajita de plástico. ¡Ah! Y cuéntale a todos por qué.