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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

La próxima pandemia

26 de enero de 2023 22:47 h

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Las científicas venían previniendo desde hace décadas sobre el alcance de las enfermedades zoonóticas que se estaban produciendo en todo el mundo, debido principalmente a la desmesurada e innecesaria demanda de proteína animal: era una evidencia científica la vinculación del ébola, el SARS, el virus de Zika y la gripe aviar con la industria de la explotación animal. Meses antes de que se decretaran los confinamientos -en España en marzo de 2020-, las científicas habían advertido sobre el alcance de la enfermedad que llegaba de China. Cuando empezaron aquí los contagios y comenzaron a saturarse las urgencias, las científicas alertaron de que no se trataba de una simple gripe, que el virus se expandía de manera incontrolable, que era muy resistente y que traía consigo muy graves consecuencias para la salud pública. Todo ello conllevaba tal vuelco en el sistema social y en las economías que a las científicas no se les hizo mucho caso, ni siquiera cuando la pandemia de COVID-19 era una evidencia incontestable. El resto ya es historia.

Hace apenas un par de semanas, los principales explotadores de cerdos españoles, es decir, las organizaciones que forman el lobby de la industria porcina, pidieron a sus asociados que extremaran las precauciones para frenar la entrada a nuestro país de la peste porcina africana (PPA). Llegan a recomendar que se frene la importación de animales vivos o productos cárnicos de zonas donde se hayan detectado brotes de esta enfermedad, muchas de ellas en países europeos. Los grandes del negocio –la Interprofesional del Porcino de Capa Blanca (Interporc) y la Asociación Nacional de Industrias de la Carne de España (Anice)- reconocen que no son fiables ni la trazabilidad del origen de esos animales ni las garantías sanitarias de esos productos que llevan vendiendo con engañoso aspecto de bienestar y salud en el prime time de las televisiones y en las vistosas vallas publicitarias de los centros comerciales. Lo que se muestra como verdes praderas, libres correteos y pieles sonrosadas es en realidad hacinamiento y condiciones climatológicas extremas en larguísimos transportes, estrés, mugre e infecciones, trato violento. Así vienen los animales o de eso proceden los productos derivados de sus cuerpos.

A los explotadores de cerdos les preocupa mucho las consecuencias económicas que pueda tener un contagio masivo, aunque no se ha manifestado preocupación alguna por las consecuencias para la salud pública (de hecho, resulta revelador que la patronal cárnica haya pedido que a esta enfermedad se la llame “fiebre” y no “peste”, pues esta última palabra resulta menos rentable). Aunque la PPA no es una enfermedad zoonótica, es decir, no se contagia al ser humano, debilita gravemente el sistema inmunitario de los cerdos, lo que facilita puedan incubar y desarrollar otras enfermedades que sí son zoonóticas y pueden llegar a infectar a humanos: la influenza porcina, la hepatitis E, la infección por hantavirus o el ántrax. Los científicos alertan sobre ello, pero España sigue siendo el país europeo con mayor importación de cerdos o derivados de sus cuerpos, y el segundo país donde más se cría, explota, mata y exporta cerdos. El futuro dirá cuáles sean las consecuencias para la salud humana. La de los cerdos está clara, con peste o sin ella: van al matadero. Como está claro, aunque los lobbies engañen, que el consumo de carnes rojas y procesadas produce cáncer en humanos, y que su producción es una de las mayores causas de emergencia medioambiental.

Lo que ya es un hecho, ya es presente, es que hay un brote de gripe aviar en una granja de visones española que ha encendido las alarmas en todo el mundo. En esas granjas los animales llevan vidas infernales y padecen muertes espeluznantes para abastecer a la industria peletera, esa obsolescencia diabólica de hacer abrigos con pieles ajenas para ser lucidos como muestra de estatus económico y social. A primeros de octubre, decenas de visones americanos empezaron a morir con neumonía hemorrágica en una granja de Carral, a pocos kilómetros de A Coruña. Virólogos de todo el mundo han lanzado sus voces de alarma, que probablemente nadie escuche, o sea demasiado tarde cuando se haga. “Estamos jugando con fuego”, ha clamado la viróloga holandesa Marion Koopmans, que rastreó el origen de la pandemia de covid para la Organización Mundial de la Salud (OMS).

La Xunta de Galicia decidió matar en octubre a los 52.000 visones de esa granja (muerte que, sin duda, acabó antes con su sufrimiento que si hubieran sido víctimas hasta el final del proceso de la industria peletera, que los mantiene hacinados en jaulas, enfermos, con zoocosis, y los mata gaseados por monóxido de carbono para proceder al despelleje, que a veces se lleva a cabo cuando los animales aún están vivos). La Fundación Franz Weber lleva años advirtiendo de que aves infectadas pueden acceder a la práctica totalidad de las instalaciones de las granjas peleteras y acaba de solicitar el cierre inmediato de la granja peletera de Viver, en Castellón, por el demoledor informe científico publicado en el ‘Europe's journal on infectious disease surveillance, epidemiology, prevention and control’.

El virus de la gripe aviar es altamente contagioso, pues sus patógenos respiratorios son virulentos y su transmisión es muy veloz. Si se desatara una pandemia de gripe aviar, la del COVID-19 parecería un mero ensayo, por la enorme mortandad que provocaría. La viróloga Elisa Pérez, del Centro de Investigación en Sanidad Animal, dice que el brote de Galicia “da bastante miedo”, que “nunca habíamos tenido un susto tan gordo en Europa”. Es decir, que después del susto lo siguiente puede ser la muerte. Ella clama por el cierre de todas las granjas de visones, como las personas y organizaciones que apelamos a la ética animal llevamos mucho tiempo pidiendo. Por una u otra razón, o mejor por las dos a la vez, debería producirse ese cierre. Será demasiado tarde hacerlo cuando haya llegado la próxima pandemia.