Avanzaba por un texto como una atleta corre por la pista. Recorría la historia al ritmo cardíaco que ya se ha acoplado al trote. Una palabra tras otra, una frase tras otra… ¡Pam, pam, pam! Volaba por las páginas hasta que, de pronto, me topé con un muro. ¡Plof!
Un muro sin puerta de entrada. Lo único que podía hacer era saltar y meterme dentro. Lo hice y me sorprendió encontrar al autor ahí metido. Me dijo una frase relacionada con lo que yo estaba leyendo y, hala, que me fuera de ahí enseguida. Tampoco vi puerta de salida y tuve que saltar de nuevo para volver al camino principal.
Muy bien. Estupendo el apunte. Pero me había roto la inercia que llevaba y tenía que coger de nuevo el ritmo del texto principal. Giré la cabeza antes de volver a tomar carrerilla y descubrí que esas dos tapias eran dos paréntesis.
Seguí leyendo y me paró otra valla. Dentro había un apuntador, que soltó una frase y, ¡hale!, ¡tirando!, largo de aquí. Luego otra más y vuelta a saltar. Dentro había una nota con un mensaje de una línea y una indicación: Get out!
Tanta pausa me hacía sentir del acelerón al frenazo y del frenazo al acelerón. Qué incordio. Aquellos paréntesis resultaban tan molestos como los pop-ups de las páginas web. Incluso me pregunté si no eran la versión en papel de “Abrir enlace en una nueva pestaña”.
No entendía por qué el autor separaba esa información y la iba lanzando en cagadillas de pájaro. De pronto ¡plof!: un dato como caído del cielo. Tanta pausa quitaba fluidez. Perdía el flow que tiene todo lo que corre bien, como las cadenas que los raperos llevan al cuello, con todos sus eslabones tan bien puestos.
Tanto paréntesis me había sacado de la lectura y me había metido en una carrera de obstáculos. Pensé que el punto . lo pasas de un saltito. La coma , también. El punto y coma ; es más alto y cuesta un poco más, pero en una zancada lo superas. Por los dos puntos : te cuelas. Los puntos suspensivos… te lanzan por una rampa. Y las rayas —aunque al principio te paran— hacen de pértiga y te ayudan a avanzar.
¿Pero el paréntesis? () ¿Los corchetes? [] ¿Las llaves? {} Tenía que haber una razón de peso para levantar semejante paredón y aislar una frase o un párrafo de los demás. Es seria la cosa… Por ese aislamiento tan severo han llegado a acusar al paréntesis de carcelario.
Alguien con la sensibilidad de musicólogo y filósofo los aborrecía. Theodor Adorno decía que los paréntesis rompen la unidad de un texto y que utilizarlos lleva a la pedantería y el filisteísmo. ¡Ahí es na! Los detestaba hasta tal punto que los estableció como un medidor de la buena escritura. En sus Notas sobre literatura dijo que “la sensibilidad del escritor para la puntuación se comprueba en el tratamiento de los paréntesis. El prudente se inclinará por ponerlos entre guiones y no entre corchetes, porque el corchete saca totalmente los paréntesis de la frase”.
En uno de los primeros cuentos que escribió Galdós tampoco le dio un buen papel al paréntesis. El pobre signo acabó en manos de la Inquisición, que era una vieja que casi no se tenía en pie, y que daba vida a una hoguera hecha “con interrogantes gastados, palos de T y paréntesis rotos”. Era el fuego que quería quemar la palabra Libertad.
Tampoco hoy le tenemos mucha estima al paréntesis en el lenguaje. Tan mal lo tratan al pobre, que la periodista y pedagoga Cris Planchuelo le dedica un relato en su divertidísimo libro El increíble caso del apóstrofo infiltrado, de la editorial {Pie de Página}. La historia comienza en el Departamento de Revisión y Corrección de Textos. Flotaba ahí cierta desazón porque hacía un tiempo que no veían un paréntesis (“un signo doble, sinuoso, neumático y acogedor”).
La superagente Leo Ibáñez, defensora de la ortografía y enemiga de las erratas, preguntó a sus ayudantes, y una becaria llamada Coni le respondió:
—Mire, en la competición entre la raya y el paréntesis ha ganado la raya. Observe que esta resulta más moderna y elegante.
—Lo que no entiendo, Coni, es (dejando a un lado las razones de modernidad) por qué las personas ya no usan el paréntesis si está en el teclado tan a mano y no hay que ir a buscarlo al menú, como pasa con la raya.
Debatieron un rato que si el paréntesis, que si la raya, que si el guion, y la superagente puntualizó:
—El paréntesis y la raya no aíslan los incisos en el mismo grado.
—En efecto: la raya aísla los incisos menos que el paréntesis, pero ¿usted cree que a la gente le importa eso? A los que no son tan frikis como usted y como yo se la pela (quiero decir, les da lo mismo).
Así es. Y aunque a algunos nos fascinen los signos de puntuación, aunque pensemos que son gestos, ¡música!, ¡arte gráfico!, ¡el ADN de los emoticonos!, ¡incluso que los signos son el duende del lenguaje!, lo más común es lo que Coni dijo después:
—Superagente, juraría que se han terminado las jerarquías entre el paréntesis y la raya. ¿Usted cree que las personas andan escribiendo incisos dentro de incisos (usando los paréntesis en el principal —y las rayas en el secundario— tal como manda la norma)? Pues no, la gente pasa de esas movidas y pasa de incisos y de explicaciones: se manda un audio con todo lo que se quiere decir y listo.