Estaba escribiendo un artículo sobre la campaña electoral en plan “todo mal”, cuando de pronto pasó un coche bajo mi ventana. En mi artículo hacía recuento de los muchos momentos lamentables que partidos y candidatos han dejado en la última semana, lo que dijo aquel en un mitin, lo que hizo la otra en un debate, lo que ponía en un cartel o en una lona…, pero entonces escuché la megafonía de aquel coche. Estaba ya casi en el último párrafo, no me había olvidado de ETA ni de la tómbola de anuncios del presidente, de Ayuso y de las pullas entre la izquierda…, pero dejé de teclear al reconocer la música que el coche iba repartiendo por mi barrio: una sintonía electoral, que me puse a silbar casi sin darme cuenta.
No diré de qué partido, que esta página no es un espacio publicitario, pero esa musiquilla me retrotrajo cual magdalena (pobre Proust) a muchos años atrás, me devolvió a otras campañas electorales a lo largo de mi vida. De niño, con mis padres en mítines y Casas del Pueblo en Extremadura en los primeros años de democracia, mi educación sentimental y política, aquellos actos electorales que recuerdo tan festivos, llenos de niños, hijos de aquellos compañeros que entonces eran también mi familia, algunos que ya no están y a los que tanto debemos, porque son quienes empujaron para que la democracia llegase un poco más allá de donde estaba previsto.
Años después, ya en edad de votar, mis años de militancia juvenil, de desconfianza hacia las instituciones pero aun así intentarlo, participar en asambleas, elaborar propuestas (maximalistas, por supuesto) para un programa, pegar carteles de madrugada con los amigos (y la escoba y el cubo), colgar pancartas en los puentes de la carretera, ayudar a montar un pequeño escenario en un barrio, y sí, ir en un coche con megafonía, pasar el domingo en el colegio con tu credencial de apoderado, y a la noche ir a la sede para lamentar juntos.
Dejé de escribir mi furioso artículo (se titulaba provisionalmente “Una campaña para olvidar”) al pensar en elecciones más recientes en las que yo, menos ingenuo o quizás más cínico, había sido espectador pasivo pero rodeado por amigos sinceramente ilusionados con el nuevo ciclo político, la posibilidad de cambiar las cosas desde parlamentos o ayuntamientos, esta vez sí. Gente que aprecio y que durante unos años dio lo mejor de sí para levantar de la nada partidos, candidaturas, programas, entregando tiempo, trabajo y talento, presentándose ellos mismos a procesos internos y a elecciones, llenándome de pronto la agenda del móvil de concejales, parlamentarios autonómicos, diputados y hasta algún ministro.
Mientras se alejaba el coche con su musiquilla, apreté la tecla para borrar entero el artículo descreído y gruñón que había escrito, pues pensé en tanta gente valiosa que conozco, que admiro, que quiero incluso, y que en estas elecciones municipales y autonómicas están también pegando carteles, poniendo mesas informativas en las plazas, echando una mano en pequeños actos electorales de barrio o de pueblo, pero también presentándose en candidaturas, dando mítines, visitando asociaciones vecinales o colectivos desatendidos, y estarán el próximo domingo en los colegios, y a la noche celebrarán o lamentarán juntas en la sede local.
Ya digo, no es este el artículo que pensaba escribir, pero ese coche con su musiquilla me puso blandito, democráticamente blandito, y me hizo pensar que sí, que hay que criticar la campaña infame de algunos, pero también reconocer y agradecer a tanta gente generosa que, pese a todo, pese a tanto, sigue otro año más con la escoba y el cubo de madrugada. Gracias.