En el año 2008 entrevisté al entonces presidente de Yemen, Ali Abdullah Saleh, que había gobernado Yemen del Norte desde 1978 y Yemen unificado desde 1990. Era, después de Gadafi, el gobernante árabe que más tiempo llevaba en el poder. Sentados cara a cara en su palacio de la capital yemení, Saná, Saleh me dijo: “Gobernar este país es un ejercicio complicado que requiere la misma destreza que la del funambulista que camina por una cuerda fina”.
Las revueltas de 2011 desembocaron en la expulsión de Saleh de la presidencia, después de haber sobrevivido a un ataque que le dejó quemaduras en el rostro.
Saleh el funambulista, conocido por sus políticas de mano dura, ha regresado ahora a la actualidad yemení, pero desde un ángulo muy diferente. El expresidente ha reaparecido en alianza con los hutíes, los mismos a los que combatió como dirigente del país. Al igual que en su día hizo equilibrismos políticos, ahora Saleh ha apostado por unirse a sus antaño enemigos para intentar recuperar el “trono” que le fue arrebatado. En Yemen son muchos los que están convencidos de que el funambulista pretende conquistar el poder con la ayuda de los hutíes para luego darles la espalda uniéndose a Arabia Saudí. Quién sabe.
De lo que no cabe duda es que estamos ante una gran paradoja: El país árabe más rico del mundo, Arabia Saudí, lidera los bombardeos -la Operación Tormenta Decisiva- contra el país árabe más pobre del mundo, Yemen. Para ello busca la alianza de los Hermanos Musulmanes de Yemen, mientras apoya en Egipto al general que ha impulsado matanzas, persecución y cárcel para la Hermandad.
Arabia Saudí dice que actúa para “detener el avance de las milicias chiíes apoyadas por Irán” -en referencia a los hutíes- y defender el orden vigente del presidente yemení Al-Hadi, que llegó al poder siendo el único candidato en las elecciones y a través de unos acuerdos que excluyeron a varios sectores de la población, incluidos los hutíes.
Una tradicional intromisión saudí
Irán ha mostrado su apoyo a los rebeldes hutíes, a los que proporciona ayuda y material bélico. Aún así la injerencia e intromisión de Arabia Saudí en Yemen ha sido y sigue siendo mucho más continuada y penetrante que la de cualquier otro país, incluido Irán. Según un reciente informe del International Crisis Group, el presidente actual Al-Hadi (que tuvo que escapar de Saná ante el avance de los rebeldes hutíes) y sus aliados son más dependientes de Arabia Saudí que los hutíes lo son de Irán. De hecho, los rebeldes hutíes obtienen un importante apoyo de las fuerzas que aún controla el expresidente Saleh.
Ya en los años sesenta del siglo pasado Arabia Saudí ayudó a los monárquicos en su lucha contra la revolución yemení. En 1972 volvió a involucrarse, ayudando a Yemen del Norte a invadir la República socialista de Yemen del sur. En 2009 Arabia Saudí bombardeó áreas chiíes de Yemen cercanas a su frontera por temor a que la rebelión se extendiera hasta su territorio. Cientos de civiles murieron en solo tres meses.
También en las revueltas de 2011 Arabia Saudí jugó un papel clave para poner fin a las manifestaciones e imponer una solución que mantuviera intacto el statu quo, sacrificando, eso sí, al presidente Saleh, que ahora se venga por ello.
La llamada Operación Tormenta Decisiva liderada por Arabia Saudí en Yemen es toda una declaración de intenciones de las potencias árabes involucradas frente a las negociaciones que Estados Unidos mantiene con Irán. Con ella se da más rienda suelta a la división sectaria entre chiíes y suníes, facilitando la simplificación de discursos y empujando a la población a posicionarse de un lado u otro.
Sería un error reducir cualquier explicación al sectarismo, cuando son muchos los factores que condicionan la región y sus conflictos. En un país como Yemen, con la mitad de la población viviendo por debajo del umbral de la pobreza y castigada por ataques militares -incluidos los de los drones estadounidenses- lo extraño sería que no se registraran enfrentamientos y sublevaciones.
La situación actual es la siguiente: Washington e Irán llevan adelante una negociación nuclear y ante ello el aliado árabe mimado de Estados Unidos da una pataleta a base de bombas en Yemen. Irán, más hábil, juega la carta de la diplomacia a través de un intensivo tour que ha llevado a su ministro de exteriores desde Pakistán hasta Madrid para defender un alto el fuego el Yemen, ayuda humanitaria, diálogo entre los yemeníes y un Gobierno de amplia base que ponga fin al conflicto.
De fondo llama la atención que, quizá por casualidad, quizá no, los intereses de Arabia Saudí e Israel vuelven a encontrarse, alineados frente a Irán. En los últimos tres años el Ejército saudí ha intervenido en Siria, Irak, Yemen y Bahrein pero a Israel solo le dedica retórica con la boca pequeña, a pesar de los ataques contra la población civil en Gaza del pasado verano.
Ante ello, con el sarcasmo propio del humor árabe, algunos palestinos clamaban estos días en las redes sociales: “Necesitamos hutíes en Palestina. Así quizá se forme una coalición de países árabes que venga a liberarnos”.