Pedro Sánchez tiene razón
El problema central que señala Pedro Sánchez en su carta es que las derechas no han aceptado que perdiesen la moción de censura de 2018 contra Mariano Rajoy. Desde aquel momento esas derechas, en plural, radicalizaron sus discursos contra el nuevo gobierno progresista, que primero fue del PSOE en solitario y luego en coalición con Unidas Podemos y Sumar.
Las hipérboles discursivas pronunciadas por las derechas no fueron meros recursos retóricos, sino una forma de activar, encender y radicalizar a sus bases sociales a través de la caricaturización y la deshumanización del adversario. Ambos son fenómenos peligrosos que se sabe cómo comienzan, pero no cómo terminan, y que, no obstante, se convirtieron en el arma central en la batalla por la hegemonía política de la derecha. Aquellas derechas normalizaron el insulto hacia el adversario político, y envolvieron toda esa hostilidad verbal en un relato de una supuesta lucha patriótica contra la Anti-España. Esas derechas promovían la narrativa, no precisamente nueva, de una noble batalla contra un enemigo interior que habría ocupado, con malas artes, el espacio de poder que siempre debió pertenecer a los españoles de bien. Ante tamaño desafío, prácticamente todo estaba permitido.
Sin embargo, no se trata solo de partidos políticos. De hecho, es más apropiado hablar de un bloque reaccionario que engloba tanto a los partidos como a otras facciones del Estado que están hegemonizadas por este pensamiento. Diferentes estratos del poder judicial, de las fuerzas y cuerpos de seguridad, de la alta administración y de los medios de comunicación se han visto involucrados de manera directa en intervenciones inspiradas por la misma lógica: dar continuidad, incluso traspasando la legalidad, a la lucha contra la Anti-España.
La densidad de esta red de poder es enorme, y sus interconexiones son tan obvias que ya casi todo el mundo conoce el esquema básico: una administración conservadora riega de financiación a medios de comunicación afines; estos medios promueven y difunden medias verdades, tergiversaciones, bulos o inventos absolutos; elementos ultraderechistas denuncian judicialmente a sus adversarios políticos usando los argumentos publicados en medios; algún juez de ideología derechista tramita y mantiene viva la polémica; los afectados -siempre de izquierdas- se ven sometidos a un fuerte desgaste público; al cabo de varios años el proceso judicial termina en nada pero el daño político es irreparable.
Todos los actores de este bloque reaccionario actúan como un equipo perfectamente sincronizado. Sin embargo, aunque sin duda muchas veces se trata de arreglos muy planificados, no hay necesidad alguna de una conspiración al uso; en realidad, solamente hace falta que todos esos jugadores compartan el planteamiento ideológico de que realmente están haciendo algo importante por el país. Hoy en día, producto del contagio de los discursos incendiarios de líderes y medios irresponsables, mucha gente corriente cree de corazón que el gobierno de España está poblado de anti-españoles que conspiran incesantemente para hacer el mal.
Pedro Sánchez ha sido y es uno de los principales afectados por este modus operandi, pero no ha sido el único en sufrir esta práctica. En los últimos años los líderes de Podemos han sufrido innumerables y dramáticos ejemplos, como también existen numerosas víctimas entre dirigentes de Compromís, Comunes y, antes aún en el tiempo, de Izquierda Unida. El lawfare se ha perfeccionado, pero no se acaba de inventar. Y sus consecuencias van mucho más allá del simple desgaste político o electoral.
Hay muchas formas de pasarlo mal en política y hay, por lo tanto, muchas formas de llegar a preguntarte si merece la pena dedicarte a la primera línea. En 2018 un tipo nos agredió a mi mujer y a mí cuando faltaba una semana para que naciera nuestra primera hija. Quedó en un susto, pero estuvimos a muy poco, a una mala caída, de que nuestra vida cambiara por completo. Durante las declaraciones, el agresor argumentó que había visto en el telediario la “invasión” de su país y que al reconocerme quería “hacer algo”. ¿Era ese el coste de estar en la primera línea? Los hijos de Pablo Iglesias e Irene Montero no podían dormir porque una manada de ultraderechistas acampaba impunemente en las puertas de su casa para molestarles sin cesar. Son solo dos ejemplos; ni siquiera los más importantes, pero sí sobre los que más he pensado yo.
No siendo suficiente con los agravios externos, luego te toca lidiar con la eterna batalla interna donde la lucha por el poder es tan cínica y despiadada que al final del día apenas tienes fuerzas para recordar qué te llevó a asumir tales responsabilidades. Lo que la gente ve desde fuera como un entretenido juego de tronos, en realidad son relaciones sociales que se resquebrajan por la falta de fraternidad y cuidados.
Realmente no te acostumbras nunca, pero te dices a ti mismo, y con razón, que otros han sufrido más y que seguro que se quejaban menos. Y quizás por eso sigues. Pero con el tiempo he descubierto que ese es un pensamiento tramposo y tóxico al mismo tiempo. La política es hoy sumamente desagradable, pero no tendría por qué ser así.
La cuestión central tendría que ser que nadie debería ser una víctima por el simple hecho de dedicarse a la política. No es posible construir una mejor democracia si los dirigentes políticos tienen que sufrir a nivel personal. Mi planteamiento base es que hay que ser implacable con las ideas, pero debemos respetar completamente a las personas. Al menos, en eso creo que debería estar fundamentada una democracia madura.
Me temo que la izquierda tiene mucho camino que recorrer para cumplir con su responsabilidad con esta tarea. Pero el problema real es que, como dije al principio, para una parte de nuestra sociedad muchos de nosotros, y el propio Pedro Sánchez el primero, no somos ciudadanos iguales a ellos. Somos simple y llanamente el enemigo que debe atacarse a cualquier precio. Y con esas piezas es muy difícil construir algo.
En definitiva, creo que entiendo a Pedro Sánchez. Pienso que su carta es un gesto honorable que debe ser leída como una advertencia sobre la política actual. Pero sospecho que el bloque reaccionario no va a empatizar con su situación y sus motivos. De hecho, ellos seguirán construyendo la caricatura y al personaje deshumanizado. Por eso quizás lo que toca es utilizar por fin los resquicios de poder que tenemos, fundados en la legitimidad popular, para romper la densa red, arriba descrita, que permite al bloque reaccionario causar tanto daño a la democracia española.
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