Varios dirigentes de la oposición y un jurista que lleva años batallando contra la corrupción en el PP me comentan preocupados un supuesto beneficio electoral que Mariano Rajoy quiere sacar de la situación en Catalunya. De ahí que en Moncloa quieran mantener cierta tensión sobre el conflicto catalán. Que Rajoy aparezca como garante de la unidad de España, que las patadas se sigan dando en este terreno, porque además queda cubierto el talón de Aquiles de las corrupciones o precariedad. Son problemas que han caído al fondo del armario.
En esa estrategia de “mantener la tensión” en Catalunya sitúan estas fuentes decisiones como el encarcelamiento de “los Jordis”, que consideran forzado desde Moncloa, o la orden de que la Policía y la Guardia Civil cargaran el día de un referéndum que no iba a tener validez jurídica. Catalunya no captaba la misma atención para los ciudadanos antes de las imágenes del 1-O, que dieron la vuelta al mundo, y el problema catalán parecía perder intensidad cuando Puigdemont hizo el “sí, pero no” la semana pasada, con la declaración de independencia oficialmente no declarada.
Cuando la escalada podía haber perdido fuelle, con la marcha atrás de un presidente de la Generalitat que volvía a quedar en evidencia, llega el encarcelamiento de “los Jordis”, ordenado por la jueza condecorada por Zoido, de la que, semanas antes, me había hablado la Plataforma de Afectados de Caja Mediterráneo, porque les ha archivado, hasta cuatro veces, la denuncia por la venta de las llamadas “cuotas participativas”, colocadas a 55.000 pequeños inversores por la CAM, una de esas entidades que rescatamos después de financiar buena parte de los chanchullos de Camps y compañía en la Comunidad Valenciana.
Catalunya no estaba entre las grandes preocupaciones de los españoles. Las audiencias televisivas se desmoronaban cuando el tema se sacaba a la palestra. Parecía que a la gente, en general, le daba bastante pereza. Hoy, en cambio, parece que todo el mundo quisiera su dosis de “procés”. El conflicto catalán acapara la cuota de pantalla, los grupos de WhatsApp, las comidas familiares, la ronda con los colegas y el corrillo hasta que toca pedir en la tienda. Los incendios en Galicia, casi el 30% de españoles en el umbral de la pobreza o el caso Gürtel han quedado, como diría Rajoy, para “los inquisidores”.
Haber llegado hasta aquí no tiene un único culpable. También hay quien se puso el Parlament por montera. Habrá que observar, eso sí, si los movimientos van en la línea de la distensión o de mantener viva la llama. Catalunya y el miedo a que se rompa España pueden proporcionar suculentas ventajas electorales, a corto y medio plazo. A la larga, pueden abonar un terreno aún más envenenado para la contienda. Al igual que el conflicto catalán ha ido penetrando en la ciudadanía, ha ido dejando cada vez menos espacio para matizar las posiciones de unos y otros. El matiz es sospechoso de disidencia. Y esto es muy peligroso. Nos acecha un simplismo totalitario que suele tener malas consecuencias.