La actitud se extiende por un sector de la sociedad cansado de luchar sin ver frutos. Evadirse de la realidad para no sentir un permanente desasosiego. Muchos ciudadanos se unen así a las legiones que nunca usaron su cabeza más allá de para peinarse. Quienes no se informan porque “leer las noticias da ganas de cortarse las venas”.
Suelo mantener que vivimos en la sociedad más “entretenida” de la historia. La que tiene a su alcance el mayor cúmulo de distracciones del que jamás dispuso pueblo alguno. Entran por los ojos en tal profusión de fuentes que incluso pueden llegar a saturar. Pero “distraer” tiene un significado más real: apartar la atención de lo esencial. La búsqueda de compensaciones y la disuasión del esfuerzo caracterizan a nuestra vida en comunidad. En buena parte son inducidos. El viejo invento romano del “pan y circo” ha seguido hasta nuestros días, aumentando su número e intensidad. Las diversiones son muy positivas ¡quién lo duda!... cuando no entran en la adicción compulsiva y nublan la mente.
No pensar no evita sufrir. La ciudadanía española vive uno de sus momentos históricos de mayor depresión y desasosiego. Incluso quienes huyen de la información y la reflexión, están doloridos y atemorizados. No es por falta de ocio el desánimo. Y cuanto más “distraídos”, más vulnerables. Pese a su frustración, son más felices quienes mantienen una actitud activa frente a los problemas. La pasividad desarma. Quienes se abrazan a ella, solo parecen esperar el golpe final en el pescuezo. Aguantan. Una y otra merma, una más, las que sean. Algunos se engañan en la creencia (considerar cierto lo que carece de razones para serlo) de que todo se arreglara por sí solo. O por las medidas que no deja de contradecir la evidencia. O esperando que “otros” les saquen del atolladero. Y, sin embargo, andan agazapados aguardando el descabello. Sí saben que eso puede ocurrir. Pero “no lo piensan”, soslayan hacerlo.
No todo el tiempo. La realidad resiste mal ensoñaciones y distracciones y se muestra terca. Los recortes siguen ahí. Y sigue el paro y el dinero que no llega. Y los desahucios. Y el miedo. Y los derechos en peligro… aunque este punto interesa menos a quien ya ha rendido su condición de ciudadano libre. Mucho más a quien ahora se apunta a la tendencia de “no pensar para no sufrir”.
Repetir los errores por no reflexionar. Los ciudadanos catalanes parece se disponen a avalar un redoble de recortes, privatizaciones o cuentas poco claras. La pelota que deja sin ojo y la porra que abre heridas en la represión de las manifestaciones. Tienen un caramelo al que aferrarse, otra salida, un aparente cambio: la presunta independencia que ofrece quien nunca creyó en ella. Los gallegos, hace poco, anduvieron una senda similar al poder decidir quién iba a representarles en la gestión. Los griegos también meses atrás. Syriza se abría como una opción diferente, pero el conciliábulo mundial se alió para atemorizarles y dejaron las cosas como estaban. Exactamente igual. O peor. Más tijera, más autoritarismo, los nazis del descontento irracional invadiendo las calles.
¿Cómo es posible que se caiga una y otra vez en los mismos errores? Por no pensar. Siempre hay opciones cuando todavía se mantiene en pie la democracia e incluso cuando ha caído. Entonces resulta más difícil volver a la cordura, eso sí.
Madrid reventó un día del Siglo XVIII en el llamado Motín de Esquilache y tras la capital se levantó gran parte de España. Reinaba Carlos III y, tras una enésima hambruna, había subido el pan. Luchas de poder por en medio. El malestar social hervía. Leo que José Mª Pemán, un escritor que gozó de gran predicamento en el franquismo, glosó cómo se desarrollaban los momentos previos: “El rey Carlos III se burlaba de buena fe de esta especie de resistencia pasiva que advertía en el pueblo frente a sus mejoras, y solía decir que sus súbditos españoles eran como los niños, ”que lloran cuando se les lava y se les peina“. Como si fuera hoy.
Hubo tal revuelta, sin embargo, que el Rey temió perder la corona. Y se dejó de peines y lavados infantiles para sentir miedo. Chivos expiatorios, un mejor abasto… y todo volvió a su cauce. Una vez más. No todos pensaban, todos sufrían.
“La historia no devolverá jamás la razón que hoy se nos lleva. Cada milímetro que el mercado y el capital ganen a la razón hará falta luego reconquistarlo, contra la historia, con los mismos esfuerzos con los que en su día se le arrancaron”, escribe el fascinante filósofo Carlos Fernández Liria, en su último libro ¿Para qué servimos los filósofos? Para pensar, para inducir a pensar. Para ser más libres y adultos, para no dejarse servir cocinados voluntariamente en un plato. ¿Se sufre en el hervor? Por los resultados, se deduce que sí.
Federico Mayor Zaragoza anima de continuo a la reflexión y a la acción diciendo por ejemplo: “Cada persona tiene el don de la libertad y puede con ella construir su futuro”. O, citando una frase de Burke que adora y hace suya: “Qué pena que por pensar que puedes hacer poco, no hagas NADA”. Y es que pensar es inevitable, vale la pena el esfuerzo de hacerlo con sensatez y visión de futuro.