Las claves del coronavirus
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Si no les convence la metáfora del alcalde de Tiburón, Larry Vaughn, con su empeño suicida en mantener abiertas las playas de Amity Islands porque la zona vivía del turismo y su recurso fácil a señalar al sufrido sheriff, Martin Brody, por pasarse de prudente, pueden mirarse en la realidad de Seúl y su rebrote de este mismo fin de semana.
Tras la primera noche de bares y discotecas abiertas, han tenido que volver a decretar el cierre al menos un mes más y amenazar con fuertes sanciones. Acaba de suceder en Corea del Sur, el país que se ha convertido en ejemplo de buena gestión de la pandemia, el país que sí tiene rastreadores, sí maneja una app que monitoriza a los enfermos y ha efectuado más test que nadie; no como nosotros, que somos ejemplo de haber tirado adelante como se ha podido, aún carecemos de rastreadores, tampoco disponemos de apps de seguimiento realmente operativas y no acabamos de tener claro cuántas pruebas hacemos, ni a quién o por qué.
Una única zona de ocio nocturno en la capital, una sola noche, 17 contagiados por un único sujeto portador que visitó hasta cinco clubes, más de 1.500 personas localizadas sólo en la capital, un número indeterminado en otras ciudades y la recomendación general de cuarentena para todos aquellos que pasaron por allí esa noche; es todo lo que hace falta para perder lo ganado con tanto esfuerzo y son las consecuencias de perderle el respeto al virus.
Que con semejantes precedentes se siga planteando el dilema entre economía y salud pública sólo puede explicarse desde la infinita estupidez que el ser humano puede llegar a acreditar; la misma que le lleva a salir a tomarse el cubata en manada en Seúl o en Madrid, o el aperitivo en Milán, porque ya no aguanta más y le supera el estrés. Seguro que los empresarios de la noche coreana también andaban agobiados por las cuentas, seguro que presionaban a sus gobernantes para que les dejaran abrir antes y con menos restricciones porque no les compensaba, seguro que unos y otros vieron en los indicadores pruebas irrefutables de su razón. Ahora les queda al menos otro mes más de cierre y pérdidas para pensar en cuánta razón tenían y de qué les ha servido abrir antes para tener que volver a cerrar después.
Con semejantes antecedentes, no queda otra que inquietarse al contemplar cómo algunos presidentes autonómicos se envuelven en la bandera de la región a lo Agustina de Aragón para denunciar su discriminación en el desconfinamiento; o cómo otros se enlutan en las portadas mientras piden pasar a la fase 1, tras hablar con unos misteriosos empresarios; o al tropezarte con ciudadanos de charleta en medio de la calle porque ellos son así y lo valen y si no hay distancia de seguridad, te jodes; o al ver cómo se reclama saber el nombre de los funcionarios públicos que evalúan la situación, pero no deciden quién pasa de fase o no, para someterlos al escrutinio de los sabios que integran los comités científicos de Twitter o WhatsApp.
No le pierdan el respeto al virus, es lo que verdaderamente les protege.
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