Los pilares de la patria

El penúltimo programa de Salvados, conducido por Jordi Évole y titulado “El secreto del Pilar”, partía del curioso hecho de que un buen porcentaje de altos cargos políticos y empresarios españoles (tanto del PP como del PSOE) habían estudiado los años previos a la transición en el colegio madrileño Nuestra Señora del Pilar. La periodista Eva Belmonte, autora del ensayo Españopoly (Ariel), aporta nombres y coincidencias en las aulas: José María Aznar, Alfredo Pérez Rubalcaba, Javier Solana, José María Ansón, Juan Luis Cebrián, entre muchos otros. Al final resulta que el secreto del Pilar era un secreto a voces: en nuestro país –mucho más que en otros- continúa vigente el poder de los apellidos, y son un puñado de familias las que controlan los negocios, se hacen favores y manejan el poder.

El secreto del Pilar es que fue allí donde el entorno franquista decidió formar a la nueva clase dirigente, a los que gestionarían “La Transición”. Recibiendo una educación católica, monárquica y conservadora, muchos ministros de UCD fueron formados allí para mandar, y mandaron. El periodista Luis Herrero recoge en un libro la anécdota de Adolfo Suárez lamentándose por no ser nombrado ministro y achacándolo a dos razones: no haber estudiado en el colegio del Pilar y no vivir en la urbanización Puerta de Hierro. Lo primero ya no podía cambiarlo pero lo segundo sí, poco después se mudó de casa.

Por supuesto que aún hoy hay clases. Cuarenta años después la sociedad española sigue asentándose mayoritariamente sobre el mismo “pilar” de entonces. Los nombres mencionados unas líneas más arriba continúan como referentes de poder y sus hijos, sus allegados, también se han posicionado.

Desde esta perspectiva se explica el ascenso de organizaciones y partidos como Podemos, incluso Ciudadanos. Hay mucha gente de ideología diversa, conservadora o progresista, de izquierdas o de derechas, que comparte un sentimiento de repulsión ante esos privilegios de una élite sin más mérito que el haber nacido en el reducido tanto por ciento de familias con dinero y/o poder. Parece mentira que ese continúe siendo el criterio que diseñe la estructura social del país. Y sin embargo en gran medida lo es, y sucede en todos los niveles. Es muy común que el director de cualquier proyecto tienda a rodearse de amiguetes y se ahorre el esfuerzo de salir a buscar algo más valioso o más apropiado para la empresa. El amiguismo, como el machismo, es una actitud aprendida que sólo puede contrarrestarse con mucha atención y mucho empeño. La inercia es más cómoda pero lleva al estancamiento, a la falta de ideas y a la mediocridad.

Esta semana se han conocido los datos del paro del mes de octubre. Son tan desastrosos que no pueden ni maquillarse. Si una cosa está clara es que entre esos más de cuatro millones de personas sin empleo remunerado no se encuentra la élite que nos dirige con su inercia automatizada de zombi privilegiado. Pero tampoco esa élite aporta ninguna idea como solución posible. En el actual spot publicitario del colegio concertado del Pilar aparece la escena de una entrevista de trabajo en la que se insinúa que la solicitante del empleo lo conseguirá por haber cursado sus estudios en dicho centro. Es decir, lo de siempre, el criterio de casta. El problema continúa intacto –la gran tasa de paro- y los que se salvan son unos pocos. Ser pilarista puede ser una marca, sí, como afirmaban con orgullo los tuiteros exaltados ante el programa de Évole, lo que no está muy claro es una marca de qué.

Amiguismo, machismo, clasismo, endogamia. Parece ser que después de todo Franco sí lo dejó todo atado y bien atado. Son los pilares de la patria. La “segunda transición” exige otra forma de pensar las relaciones. Urgen arquitectos para levantar nuevos pilares.