El conductor de uno de los programas informativos de referencia de la mañana es cesado por sorpresa, mediante un comunicado donde parece prevenirse a la audiencia contra los efectos nocivos de ser crítico. Las ruedas de prensa con preguntas se han convertido en noticia y las apariciones de Rajoy ya parecen milagros celebrados con alborozo. Un programa de debate consolidado desapareció de la parrilla cuando era líder y referente de la opinión televisiva. Varios corresponsales de prestigio en la televisión pública, entre ellos Jerusalén, son relevados tras críticas públicas del PP respecto a su objetividad y sin que la empresa moviera un dedo en su defensa. Esperanza Aguirre tiene la desfachatez de vetar a una cadena de televisión porque no le gustan sus informaciones y la cadena guarda silencio. Hay periodistas que marchan al exilio por hacer su trabajo en la sala de prensa de Moncloa, durante unas comparecencias donde hace tiempo que la Vicepresidenta Maravilla, Soraya Sáenz de Santamaría, pretende decir quién pregunta, cuándo pregunta o cuánto pregunta y ahora también pretende decidir el tono correcto para preguntar.
Estábamos al borde del abismo y el Gobierno parece haber dado un paso adelante. Del “hoy no toca”, el “no me consta”, el plasma y no aceptar preguntas, hemos pasado a que el Ejecutivo se atreva a repartir carnés de periodista, a decir en público y en privado quién es objetivo y quién no, o decidir quién hace información y quién imparte doctrina.
Al poder le gusta la crítica y la acepta democráticamente siempre que le acabe dando la razón. Si no, es doctrina. Este Gobierno aspira claramente a convertirse en el único depositario oficial y acreditado de la deontología del oficio periodístico. Medios y periodistas españoles afrontan un desafío sin precedentes en nuestra democracia donde no solo se juegan sus balances, beneficios o salarios. Está en riesgo su razón de ser ante una sociedad que cada día concede menos valor a su trabajo y prefiere el blog de un desconocido para informarse porque le ofrece más fiabilidad.
La filosofía mediática mariana siempre ha sido clara. Lo único que importa es aquello que no sale en los titulares. Rajoy siempre ha desconfiado de los medios de comunicación. Su experiencia le indica que solo sirven para generar más ruido y confusión. Gobernar es estar, no figurar, dice el código mariano. Los medios solo valen para figurar y resultan un estorbo para estar.
Hasta su segunda derrota ante Zapatero, el marianismo había procurado cohabitar con los medios de la manera más confortable convencido que no quedaba otra que soportarlos. Para salir en los papeles, radios y teles no había más remedio que protagonizar ruedas de prensa y aceptar entrevistas.
Pero el acoso mediático financiado por el “esperanzaguirrismo” para tumbarlo durante el famoso Congreso de Valencia le permitió descubrir que, ni los medios de comunicación mandan tanto, ni había que darles tanto para salir en ellos. Esa revelación lo cambió todo. La cohabitación había terminado.
El marianismo ya no tenía por qué que dar algo a cambio. Ya podía aparecerse en un plasma y manipular a los medios para lograr lo único que le interesa de ellos: generar ruido y confusión cuando hace falta. Ya podía comunicar su propaganda sin dar un sólo titular, sin conceder ruedas de prensa ni entrevistas. Sólo necesitaba una pantalla de plasma. Incluso fue comprobando que cuantos menos titulares proporcionaba, mejor se transmitían sus mensajes. Cuantas menos ruedas de prensa concedía, más grande era la noticia por haber convocado alguna y menos importaba cuanto dijera.
El código mariano ya no aconseja rehuir a los medios. Recomienda utilizarlos sin complejos porque se puede y bastantes se dejan o se callan. Hacer periodismo en España se ha convertido en un thriller. La realidad se inventa como si fuera una película que bien podría llamarse “El plasma de los corderos”. Mariano Rajoy es el protagonista, el guionista, el director y el productor.
La empresas de comunicación son muy libres de tomar sus decisiones, activar y desactivar programas, contratar y despedir a profesionales y mantener o cambiar su línea editorial. Están en su derecho. Me gusta creer que así tratan de hacerlo sin dejarse afectar por presiones políticas. Pero hoy más que nunca les conviene recordar la misma norma que aplican a los demás sin miramientos: ni la audiencia, ni el dinero, ni el éxito garantizan nada, ni te protegen de nada.
En este oficio las únicas cosas que te mantienen vivo frente a cualquier amenaza o cualquier gobierno son la credibilidad y la independencia. Nada más. Los periodistas deberían buscar ambas y sus empresas protegerlos y cuidarlos mientras lo hacen. Este negocio sólo funciona bien y sólo se aguanta así.
Decía Bismark que la libertad es un lujo que no todos pueden permitirse...por eso quienes podemos hablar no tenemos derecho a callarnos.