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En plena tormenta, deberes de verano

Bosch, Aragonès y Torra

Grup Pròleg

La fallida investidura de Sánchez augura un verano tormentoso y nos promete un otoño muy accidentado, sea o no con nueva convocatoria electoral. Se acumulará también en aquel momento la reacción a la sentencia del juicio del 'procés'. Demasiadas y explosivas coincidencias para que no intentemos prevenir y reducir en lo posible los daños sociales que puedan producirse.

Como alguien recordó a raíz del devastador incendio de este verano en las comarcas del Ebro, los fuegos forestales se apagan en invierno. Es entonces que hay que hacer el trabajo de prevención, gestión y limpieza de los bosques y, en definitiva, de ordenación del mundo rural. Y es en invierno y en los despachos y distintos órganos de gobierno y legislativos, donde debe prepararse, equiparse y dotarse de recursos humanos y materiales –siempre insuficientes, máxime cuando aún se arrastran recortes– a los bomberos, agentes rurales y agrupaciones de defensa forestal.

Ahora bien, en política y sociedad se invierten algo los vectores y es justamente en verano cuando hay que prepararse para hacer frente a los fuegos que ya sabemos que vendrán en otoño. Pese a la agitación electoral de la pasada primavera, el período de relativa distensión política y social vivido tras superar los sucesos de octubre de 2017 y la aplicación del artículo 155 y a partir del triunfo de la moción de censura que echó al PP del gobierno de España, puede situarnos en un espejismo. Porque, como se dice coloquialmente, vienen curvas.

No podemos dejarnos llevar a engaño por la calma que precede a la tempestad. Pasarán cosas... aunque en el fondo quizás no pasará nada que no esté ya más o menos previsto e, incluso para algunos, hasta amortizado. Sea como sea, hay que trabajar ya desde hoy mismo. Es necesario evitar que las tensiones que viviremos en nuestra sociedad y en el escenario político de Catalunya, España y Europa ya de por sí complejo y potencialmente convulso, no nos lleven a situaciones como las que ya padecimos hace dos años.

En ambos extremos de una sociedad no fracturada pero sí polarizada, y especialmente en algunos círculos políticos que entre todos habría que minorizar, hay quien está esperando otro 'momentum'. Para proclamar unilateralmente la independencia o para volver a incidir todavía más en la represión y la restricción del autogobierno, vía artículo 155 o como sea.

Pues que se lo vayan quitando de la cabeza. Porque no va de eso la cosa. Debe ir de diálogo y de ver cómo podemos resolverlo entre todos y todas. Individualmente quienes están injustamente en prisión y temen condenas largas. De manera colectiva, las sociedades catalana y española, injustamente sometidas a una situación de bloqueo político cuando aún perviven para mucha gente las duras consecuencias de la crisis económica y ya hay quien alerta de nuevos horizontes de recesión.

Cuando el cambio climático ya ha encendido todas las alarmas y moviliza a las generaciones más jóvenes y cuando los derechos y libertades más elementales siguen amenazados no ya aquí, sino en muchos países europeos, africanos y asiáticos bañados por las mismas aguas, a menudo trágicas, del Mediterráneo.'Ho tornarem a fer', dicen unos.'Ho tornarem a frenar', dicen otros.

Y Pedro Sánchez no esquiva la trampa y esboza la hipótesis de un nuevo 155 como coartada explícita (y al menos parcialmente falsa, pues la cosa en realidad va de poder y de políticas económicas) de sus desconfianzas y reticencias o vetos a la hora de pactar con un Pablo Iglesias que defiende el derecho a la autodeterminación pero que dice estar dispuesto a aparcarlo momentáneamente.

Es triste por parte del PSOE y de Unidas Podemos que se lancen los platos de Catalunya y la sentencia futura por la cabeza cuando el PSC y los 'comuns', que son quienes deberían tener voz autorizada y soberana en el asunto, restablecen puentes de confianza en Barcelona y abogan por el diálogo. Puentes y diálogo que –por cálculo estratégico, simple táctica o intereses partidistas, que de todo hay– también invocan y practican distintos sectores o voces del independentismo, desde JxCat a Òmnium, pasando por ERC e, incluso una CUP que ha celebrado una asamblea con algunos elementos de reflexión autocrítica y realismo.

Sin embargo, y entre la desorientación que predomina en el independentismo, tanto los presidentes de la Generalitat (Carles Puigdemont y su vicario Quim Torra), como la ANC y el irredentismo nacionalista que anida en todos los partidos, organizaciones y almas soberanistas parecen apostar aún por eso de cuanto peor, mejor. La sociedad catalana debe hacer una buena lectura de lo que puede significar una sentencia de esta trascendencia y debe estar a la altura para poder establecer los canales que ayuden y no dificulten las salidas políticas.

Se debería escuchar más a las voces de los dirigentes sociales, políticos y sindicales que reclaman salidas inclusivas a la situación de bloqueo y polaridad. Todos y todas deberíamos hacer los deberes de verano que nos pone el líder de CCOO en Catalunya, Javier Pacheco: “La forma de articular la respuesta es el elemento sobre el que hay que empezar a hablar y plantearse”. De forma similar lo expresa Josep Ramoneda cuando escribe que debemos “ser conscientes de las consecuencias negativas del estancamiento –deterioro institucional, fracturas sociales y polarización– que se agravan a medida que pasa el tiempo”, y que, en consecuencia, es necesario “repensar a fondo las nuevas estrategias”. Por parte del soberanismo pero también por parte de quienes se le oponen y, pese a haber vencido, no convencerán.

En previsión de una sentencia que en muchos sectores será interpretada más en clave de venganza que de justicia, será necesaria comprensión y, si es el caso, apoyo a las acciones o decisiones personales de quien está en la cárcel. Pero eso no excluye, sino todo lo contrario, la necesidad de cuestionar y pasar por el filtro del sentido crítico aquellas decisiones o proclamas personales que se aprovechen o formen parte de una o diversas estrategias políticas. Lo que hacen, quizá sin darse cuenta, es mezclar ámbitos distintos y poner a la sociedad en tesituras de trinchera, no precisamente ateas o agnósticas, y ni tan siquiera laicas, sino directamente de profesión de fe y dogmatismos que no llevan a ninguna parte.

Somos una nación, una sociedad y un país plural. En un contexto histórico determinado -y, por cierto, aunque a veces se pretenda lo contrario, muy diferente al actual- se fijó el objetivo de “un sol poble” como propuesta del catalanismo y la izquierda para cohesionarse y luchar contra la dictadura, por las libertades y la democracia. Con un espíritu unitario y con un compromiso, responsabilidad y generosidad de las fuerzas y los liderazgos sociales y políticos que promovían esta idea de “un sol poble” que, si no es recuperable, como mínimo convendría no tergiversar ni olvidar como referente. Porque los tiempos han cambiado, quizá no como todo el mundo desearía, pero el reto de la cohesión social y nacional se mantiene vigente. Tanto más cuanto que la prolongada crisis de gobierno en España genera mucha más incertidumbre y hace mucho más difícil la gestión de nuestro contencioso territorial. Dentro y fuera de Cataluña.

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