La unidad popular avanza en España a toda vela, no hay más que asomarse a la ventana para comprobarlo: Podemos e IU están cada día más a la gresca, en Madrid una parte de IU se va mientras la dirección regional mantiene el pulso con la federal, en Andalucía la CUT rompe con IU, los Ganemos locales son variopintos y en pocos casos consiguen unir a todas las fuerzas (en alguna ciudad incluso hay dos Ganemos enfrentados). Sumen a lo anterior (o resten, más bien) las fuerzas de izquierda nacionalista que en Euskadi o Cataluña van por libre, y ya solo falta que haya una escisión en Podemos (disconformes con la línea oficial no faltan) para que tengamos completa la unidad popular.
Sí, ya sé, no me olvido de Guanyem en Barcelona o Ganemos en Madrid. Pero ahí también, pese al esfuerzo y la generosidad, la unidad deja grietas internas y externas, como la autoexclusión del sector oficial de IU en Madrid, o la ausencia de las CUP en Barcelona.
No sé quién tiene la culpa pero lo cierto es que, cuanto más hablan unos y otros de la unidad popular, más saltan las costuras, y más cadáveres quedan por el camino. Cada vez que un dirigente dice “unidad popular”, Dios mata otro gatito confluyente, y esto ya huele a masacre. Porque aunque todos dicen “unidad popular” varias veces al día, bajo la sonrisa yo veo más reticencias y resistencias que gestos de acercamiento y generosidad; y según pasa el tiempo se va alejando más una unidad por la que dicen apostar todos.
¿De qué hablamos cuando hablamos de unidad popular? Por ahí ya empezamos mal. Unos apuestan por la unidad de la izquierda; otros, por pasar del eje izquierda-derecha. Unos, mantener señas propias; otros, dejar las siglas en la puerta. Hay quien entiende la unidad popular como “pónganse detrás de mí”, hay quien parece más preocupado por salvar su espacio, hay quien apuesta por el voto útil y un nuevo bipartidismo, y hay quien parece esperar que los otros se autodestruyan para que la unidad se produzca por incomparecencia del resto de las fuerzas.
Al otro lado de la calle, en la acera derecha, la unidad popular se consiguió hace décadas y se mantiene fuerte. Aquí no asoman partidos de extrema derecha con opciones electorales como en otros países, ni partidos de centro que amenacen de verdad. La aventura de VOX no ha salido de la irrelevancia en que nació, UPyD está en retirada y, en cuanto a Ciudadanos, sospecho que, más que en el votante de derecha, crecerá entre esa masa de votantes que según sople el viento votan unas veces al PP y otras al PSOE, votantes “ni de izquierda ni de derecha” que no se identifican con Podemos más allá del cabreo.
En Génova ya están echando cuentas, confiados en que la fragmentación del voto y el sistema electoral hagan que al PP le baste su 30% de incondicionales para sacar un resultado aceptable en escaños.
La verdad, no sé si alguna forma de unidad popular serviría de verdad para ganar y, más aún, para gobernar; tampoco sé si los ciudadanos estamos por la labor más allá del cabreo generalizado. Ni si tenemos fuerzas para nada menos que un proceso constituyente, si antes no somos capaces de ganar un ayuntamiento. Pero cualquiera que nos oyese desde fuera, todo el día con la unidad popular en la boca, pensaría lo obvio: “Si de verdad tienen tantas ganas como dicen, ¿a qué esperan?”. Pues eso.