Podemos debe elegir. O se sube al carro de un gobierno posible para tener capacidad real de influir en lo que pase en España en los próximos cuatro años o deja espacio para que sea el PP, la derecha, los de siempre, los que desde dentro o desde fuera de la Moncloa sigan marcando el ritmo de las grandes decisiones.
Pedro Sánchez está eufórico. El encargo del rey, ante la pasividad táctica de Rajoy, ha funcionado como trampolín de su popularidad y también ha frenado en seco el acoso (al menos en público) de los barones de su partido. Desde esta nueva posición, tras entrevistarse con Albert Rivera, Sánchez empieza a acariciar la posibilidad de formar un gobierno que por un lado desaloje a Rajoy y al PP de la Moncloa y por otro nos evite a todos una repetición de las elecciones. ¿Pero con qué apoyos y a cambio de qué cesiones?
Ciudadanos se ha convertido en una primera posibilidad. La sintonía personal entre Sánchez y Rivera es buena, las diferencias de programa pueden ser negociables, el apoyo del poder económico a esta solución está cantado y, además, en las encuestas aparecen como una pareja de gobierno bien valorada. Lo único que falla son las matemáticas. Juntos, por mucho que lleguen a “quererse”, solo podrían ganar la votación si el PP al menos se abstiene o Podemos les da el sí (otros escenarios, que los hay, son aún más improbables). Y las dos posibilidades parecen hoy lejanas, a tenor de lo manifestado por Rajoy e Iglesias.
Pero la situación es tan nueva y volátil que lo que hoy parece imposible, mañana puede ser realidad. Hace unas semanas, o días, Pedro Sánchez, con sus 90 diputados y un lío interno incontrolable, parecía sentenciado. Hoy no solo intenta formar gobierno, también controla la agenda para sortear los plazos impuestos por los que le acosan desde su propio partido. Ojo con él, se está creciendo en el castigo y puede dar más guerra que la que el taimado Rajoy, el calculador Iglesias y la ansiosa Susana Díaz habían pensado.
Llegamos así a un curioso escenario en el que PP y Podemos, tan lejanos entre sí, se enfrentan ante un mismo dilema. O reencarnan la famosa pinza que pusieron de moda Aznar y Anguita para asfixiar al PSOE de Felipe González y nos llevan derechos a una repetición de las elecciones o uno de los dos apuesta por apoyar la gobernabilidad a cambio de influir en las decisiones más importantes de un posible nuevo gobierno.
Hoy Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se verán las caras después de unas semanas de batalla dialéctica. Es probable que la conversación no sea tan amable como la mantenida con Rivera, pero sería deseable que ambos aparcasen sus estrategias personales o de partido y pensasen en lo que podrían hacer juntos por los españoles en empleo, sanidad, educación, desigualdad, recuperación de derechos, lucha contra la corrupción, regeneración democrática... Y no olvidasen en ningún momento que la posibilidad que ahora tienen, aunque remota, puede volatilizarse en unos nuevos comicios de imprevisible resultado.